sábado, 9 de abril de 2016

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Bangladesh: Consultas nómadas sobre el agua | Planeta Futuro | EL PAÍS



Consultas nómadas sobre el agua

Un hospital flotante en el norte de Bangladesh asiste a la población de remotas islas fluviales habitualmente inundadas por las lluvias monzónicas

El barco-hospital Lifebuoy Friendship Hospital ofrece atención médica de manera ambulante a una población sin recursos de islas de Bangladesh.

El barco-hospital Lifebuoy Friendship Hospital ofrece atención médica de manera ambulante a una población sin recursos de islas de Bangladesh. 



Char Bohail (Bangladesh) 


Char Bohail no aparece en muchos planos de las librerías bangladesíes y para Google Maps apenas es un trapecio grisáceo de líneas curvas con el nombre mal deletreado y unos pocos kilómetros cuadrados de superficie. Es una isla ("char" en bengalí) de limo, sin piedras ni rocas, en el inmenso río Brahmaputra. Dicen los lugareños que a finales de la década de 1970 se inundó completamente y 16 años después emergió otra vez de entre las aguas como si fuera el gigante Gulliver. Hoy viven en ella varios miles de habitantes, puede que 25.000, desperdigados en pequeñas aldeas. Char Bohail es el último puerto donde ha atracadoLifebuoy Friendship Hospital (LFH), un barco-hospital que en la última década y media ha hecho de la medicina ambulante su compromiso y seña de identidad.
No queda otra, piensan los doctores de esta curiosa clínica flotante, en la que los camarotes son salas de consulta y los pacientes son auscultados mientras el agua choca contra el casco del barco. En el norte de Bangladesh, las orillas son de naturaleza volátil y cientos de islotes crean un extenso archipiélago en constante transformación por la erosión, en los que habitan cientos de miles de personas. Aquí, donde confluyen algunos de los ríos más caudalosos del planeta, el agua crea y destruye. El agua da y quita todo en un país en el que entre un quinto y la mitad de los 147.000 kilómetros cuadrados de su territorio se inundan cada año cuando arrecian las lluvias monzónicas.
"En estos lugares no hay casi servicios. No hay electricidad ni agua corriente. La gente es muy pobre, vive de la agricultura y la pesca fundamentalmente. Estoschars están caracterizados por el abandono", constata Shafiul Azam, coordinador médico de un equipo con 30 profesionales entre personal sanitario y administrativo. Azam sabe de qué habla. Su vida es la de un marinero errante de aguas fluviales. Desde que se embarcó en este proyecto de la ONG bangladesíFriendship, casi al comienzo, ha puesto el ancla en medio centenar de islas de cuatro distritos distintos: unos dos o tres meses en cada destino.
Con una eslora de casi 40 metros y cinco metros de estribor a babor, Lifebuoy tiene sala de operaciones, dentista, médico general, oftalmólogo, sala de rayos X y pediatría, servicios a los que se suman un flamante bote ambulancia y una estructura exterior, en la isla, que hace de centro de hospitalización interna para pacientes en observación. La llegada del barco-hospital, asegura Azam, es abrazada por la población local, entre la que enseguida corre la voz de su presencia. Las estadísticas respaldan sus palabras. Han tratado a más de 633.000 pacientes en los casi tres lustros que van desde el inicio hasta enero de 2016: unos 45.000 por año.
"Vemos todo tipo de situaciones, pero también muchos casos de enfermedades excepcionales, de gente que ha ido postergando la visita al médico o que nunca ha acudido a un especialista, que como mucho ha sido atendida por paramédicos sin cualificación y curanderos rurales", explica Azam. Como todos los destinos en los que Lifebuoy echa amarras, Char Bohail es una zona remota, con complicado acceso a servicios de salud y una densidad de población alta.

Referencia en la región

Al barco-hospital no va gente solo de la isla de turno en que se encuentre, sino que con el paso del tiempo se ha convertido en una referencia en la zona y, en su mayoría, los visitantes acuden desde distintos puntos de la región, a pesar de que llegar resulte una odisea fluvial y terrestre de varias horas para muchos.
"Ya lo conocíamos de cuando estuvo en nuestro distrito. Por eso volvemos". La frase se repite entre los presentes en la puerta de embarque, que hace las veces de sala de espera. Allí aguardan mujeres y hombres, muchos de ellos con niños. Problemas de oído, de vista, dolores corporales, fiebres, enfermedades cutáneas, congénitas, diarreas o problemas artríticos...
Un poco de todo y mucho desconocimiento. Hay pacientes como Sumor Akon, que trae a su hija de dos años y medio que solo puede ver parcialmente y que la última vez que pisó un hospital fue en la capital bangladesí, Dacca, a unas seis horas de distancia de su pueblo. En Lifebuoy se ofrecen servicios de atención médica primaria y secundaria, pero no realizan partos y hay casos complejos que tienen que ser referidos a la ciudad cercana más importante, Bogra, o a otros centros médicos. A Khadisa, por ejemplo, le han dicho que no pueden tratar la microcefalia de su hijo.

Visita de especialistas

Friendship coopera además con otros organismos internacionales para ofrecer en ocasiones servicios más especializados. El pasado febrero, un equipo de ortopedas franceses de HumaniTerra International realizó varias operaciones en Lifebuoy y en abril profesionales de esa entidad harán cirugías plásticas. Desde marzo, la ONG utiliza un sistema de e-salud por satélite, SATMED, promovido por el Gobierno de Luxemburgo, que permite acceder a una nube virtual de información y establecer comunicación con médicos nacionales e internacionales en todo el mundo desde zonas remotas para intercambiar conocimientos.
Uno de los beneficiarios de esta cooperación es Rasel, de siete años, que juega con un guante de látex como si fuera un globo, mientras su pierna izquierda escayolada se recupera tras haber sido intervenido días atrás por tenerla torcida. Junto a él yacen varios menores más en similar situación en camastros de madera. Fuera, algunas personas discuten quién va primero en la cola bajo una tejavana metálica que los guarece de un sol abrasador que ya no tiene nada de primaveral. "El horario de atención es de nueve de la mañana a tres de la tarde, pero el barco está en realidad abierto las 24 horas por si hubiera emergencias", asegura el coordinador Azam. Las consultas tienen un precio simbólico —cinco takas para hombres y tres takas para mujeres (cinco y tres céntimos de euro)—, aunque un problema habitual es que muchos pacientes no conservan la tarjeta médica de otras ocasiones, con lo que su historial se pierde.
"La movilidad fluvial es muy esencial en Bangladesh porque hay necesidades sin cubrir en muchos lugares", subraya el doctor en medicina general Ratan Kumar Khisa. "Este tipo de trabajo se asemeja a las operaciones humanitarias que se despliegan donde ocurren desastres naturales. No por habitual, lo que ocurre aquí deja de ser un desastre natural". Khisa se refiere al monzón, que devasta las planicies de Bangladesh.

UN VIAJE DE FRANCIA A BANGLADESH

I. G. B.
Detrás de Friendship se encuentra Runa Khan (Dacca, 1958), fundadora y actual directora ejecutiva de la ONG, una mujer que cree que no hay límite a ningún sueño. El concepto de ofrecer asistencia médica a poblaciones remotas de los ríos de Bangladesh fue ideado cuando su exmarido, el francés Yves Marre, un marinero retirado, navegó desde Francia a Bangladesh con un antiguo barco de transporte de petróleo que pretendía donar al país asiático como ayuda humanitaria. Al culminar el viaje, decidieron convertirlo en un hospital y así nació a finales de 2001 Lifebuoy, que fue renovado en 2012. En la actualidad, la organización opera otros dos hospitales flotantes: uno que navega también por el norte de Bangladesh y otro ubicado en las regiones costeras del sur, muy vulnerables a ciclones y a las consecuencias asociadas a la subida del nivel del mar por el cambio climático. La ONG, que tiene proyectos en los ámbitos de la nutrición, educación y gobernación,se financia con fondos de varias agencias de cooperación y gobiernos extranjeros y de multinacionales como Unilever.

La vida en los chars

"Hasta aquí alcanza el agua en el momento de mayores lluvias", secunda Sobiqul Islam, de unos 40 años, mientras señala su pecho junto a un maizal de Char Bohail situado frente a su hogar. Luego camina unos metros y muestra su casa, hecha con paredes de metal y ubicada unos metros más alta, sobre un pequeño montículo de tierra en el que han crecido hierba, bambúes, plataneros y algunos eucaliptos. "Antes, cuando no estaba en lo alto, siempre se inundaba, pero ahora si tenemos suerte y no llueve más de lo habitual apenas tenemos que reconstruir la casa".
Como casi todos los lugareños, Islam sale adelante trabajando esa tierra fértil arenosa. Arroz, chiles, pimienta o yute son algunos de los cultivos típicos en unas islas en las que también se ven hortalizas, aunque no pueden competir con los precios en los mercados en tierra firme pues "sale poco rentable". Tampoco se ven muchos árboles frutales, pero sí cabezas de ganado, por lo general vacas y cabras. En la isla hay una escuela primaria con medio millar de niños que tendrán difícil después continuar con la educación secundaria, siempre que sean capaces de sortear el matrimonio infantil, una práctica muy extendida.
La isla tiene, además, algunas rústicas mezquitas, una torreta de telefonía móvil, un destartalado mercado con tiendas de ultramarinos y algunos hogares generan electricidad mediante placas solares. En el lugar se celebran elecciones a un consejo, dominado desde hace dos décadas por la misma familia, que es al mismo tiempo la que posee más terrenos. "La población en este char está creciendo mucho. Si permaneciese estable en el futuro quizás podríamos asfaltar algún camino", piensa Niaz Mashul, sobrino del presidente del consejo isleño.

Felices pese a todo

A pesar de las adversidades, los lugareños se contentan con labrar su propia tierra. La familia de Sobiqul, que ha vivido en este char durante varias generaciones, no echa de menos la etapa en que tuvieron que emigrar al banco del río en tierra firme cuando la isla quedó sumergida. "Cuando regresamos, el reparto de tierra se hizo prácticamente a ojo. La gente reclamó los territorios en base a cálculos imaginarios", rememora su padre, Gulam Subahan, que ata la llave de casa a una fina faldilla conocida como lungui que visten muchos bengalíes.
"En otros lugares hay más cosas y claro que nos gustaría tenerlas, pero aquí estamos tranquilos", dice Islam. Defiende que son "dueños" de su destino y evoca con disgusto la época en que trabajó descuartizando barcos en Chittagong, la segunda ciudad más poblada de Bangladesh, unos años que surtieron su cuerpo de cicatrices.
Siempre preparados para volver a empezar, las de estos lugares son vidas limitadas que luchan por abrirse camino. Vidas, que al doctor Azam la dan la motivación para afrontar el trabajo diario. "Recuerdo una vez una ola de frío. Íbamos casa por casa en la isla para identificar en qué hogares necesitaban mantas. En una vivienda, un padre y sus hijos estaban comiendo bajo la única luz de la luna. Ver que no tenían recursos ni para comprar una vela me conmovió. Me dije: nuestra labor aquí es fundamental". Desde entonces ha llovido un poco, o más bien mucho, y Azam y su equipo mantienen la ilusión del primer día. La misma que tienen los isleños al ver que echan amarras en su char.

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