sábado, 21 de mayo de 2016

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Río de Janeiro lucha por una educación pública de calidad | Planeta Futuro | EL PAÍS



Río de Janeiro lucha por una educación pública de calidad

Más de 70 escuelas estatales han sido ocupadas por estudiantes de secundaria que reclaman mejoras y mayor poder de decisión

Entrada al colegio IEPIC de Niterói, en Río de Janiero, con dos estudiantes en guardia.

Entrada al colegio IEPIC de Niterói, en Río de Janiero, con dos estudiantes en guardia. 



Río de Janeiro 


Igual que si fuesen centinelas romanos, los alumnos custodian la entrada a sus colegios tanto de día como de noche. Un simple candado les aísla del mundo y protege de visitas indeseadas. Desde hace varias semanas no saben muy bien si son niños, adultos, estudiantes, okupas o cocineros. Ya han descubierto que son mucho más polifacéticos de lo que pensaban. La mejor baza de Brasil para consolidarse como un país desarrollado, más allá del ensueño de los próximos Juegos Olímpicos, lleva por nombre educación pública y está en huelga desde hace meses.
Tras un final de 2015 convulso, con ocupaciones estudiantiles en Sao Paulo y Goiás contra el cierre de 93 escuelas estatales y una tentativa de privatización, respectivamente; además de las recientes ocupaciones en la capital paulista —en protesta por el caso Escándalo de la merienda— son los alumnos del estado de Río de Janeiro los que ahora gritan "basta". Basta de clases con más de 40 alumnos, sin aire acondicionado, con contenidos mínimos y profesores mal pagados. Los alumnos del colegio Prefeito Mendes de Moraes, zona norte de Río, fueron los primeros en tomar su centro el pasado 21 de marzo. A día de hoy, ya son más de 70 las escuelas ocupadas.
“Los alumnos despertamos y estamos luchando tanto por nosotros como por nuestros profesores, y viceversa. Si no nos escucharon cuando salimos a las calles ahora van a oírnos”, explica la estudiante Camila Lima, okupa de los colegios públicos Caic Tiradentes y Reverendo Clarence. Dos colegios en uno, con turnos diferenciados de mañana y de tarde, consecuencia del traslado forzoso del Caic Tiradentes por la construcción de una Unidad de Policía Pacificadora (UPP) en el barrio de Caju.
Abrazados por el Morro da Providência, estos estudiantes sin clases han convertido su escuela en un fortín en el que todos cooperan y participan en las tareas de mantenimiento: pintan paredes, cocinan, catalogan libros en desuso, movilizan donaciones de alimentos y organizan clases magistrales y debates sobre temas que siempre les fueron negados. Talleres que hablan de filosofía, clown, fotografía o que recuperan raíces africanas como la danza jongo.
“No se trata del aire acondicionado igual que entonces no se trataba del incremento de 20 centavos —en referencia a las masivas protestas del año 2013 por un transporte público gratuito— esto simplemente ha sido la gota que ha colmado el vaso”, matiza en una charla el intelectual y antropólogo brasileño Eduardo Viveiros de Castro. Sentado en una silla escolar, como un igual ante el resto de alumnos, Viveiros se muestra convencido del derecho a una educación más autónoma y humana: “Autonomía entendida como la posibilidad de crear zonas libres de la soberanía del Estado”.
Autonomía para una enseñanza de carácter crítico en la que se cuestione el punto de vista hegemónico y, además, en la que el alumno tenga un poder de decisión mucho mayor sobre qué quiere aprender y cómo le gustaría hacerlo. Una educación que devuelva el valor que se merecen asignaturas como Sociología o Filosofía, e integre el indigenismo y la herencia africana como piezas fundamentales de la historia brasileña.
“Yo estudié un Brasil perdido entre salvajes y descubierto por la civilización salvadora cuando sabemos que fue invadido y conquistado”, debaten también en el colegio ocupado IEPIC de Niterói mientras acompañan una charla sobre el movimiento zapatista. Igual que en el resto de escuelas, la indignación va más allá de la precariedad de infraestructuras o la ausencia de docentes.

Aprender conviviendo

Mientras sus reivindicaciones no son escuchadas, estos alumnos de secundaria aprenden a pasos agigantados todo aquello que no aparece en los libros: compañerismo, empatía, trabajo en equipo, etc. “Todo el mundo colabora en un sistema rotativo. Si llega un representante del Gobierno hablará con quienes conformen la comisión de comunicación y pensará: ‘¡Qué bien!, ya sé quién es el líder’; pero la próxima semana esa persona estará barriendo el suelo o cortando patatas”, explica Welhiton, alumno del IEPIC.
Un movimiento que califican de “horizontal” en el que nadie está por encima de nadie y que tampoco hace diferencias por sexo: “Nuestro pensamiento es vernos unos a otros como personas y no por lo que uno viste o de quien gusta. Todos luchamos por una causa común y si existe división entre nosotros, todo será en vano”, argumenta Camila Lima. “Unos hacemos de almohada a los otros”, corrobora su compañero Lucas en referencia a cómo pasan las noches.
Sin embargo, aunque dormir en el colegio pueda parecer una aventura digna de vivirse, la experiencia no está exenta de riesgo debido a las zonas deprimidas que ocupan muchas de estas escuelas estatales y a la violencia policial que desangra Río de Janeiro. “Mi madre no está a favor de que duerma aquí. Piensa que en cualquier momento van a entrar los militares armados queriendo tomar la escuela y van disparar a mansalva” —se justifica Allyson Florencio del Caic Tiradentes— “pero ya he dormido dos veces”, añade orgulloso.
Los alumnos despertamos y estamos luchando tanto por nosotros como por nuestros profesores
CAMILA LIMA, ESTUDIANTE
“En esta ocupación todo el mundo está dando lo máximo de sí y aprendiendo a ver a su compañero con mejores ojos, a convivir. Cuando esto acabe, con todas o la mayoría de nuestras pautas atendidas, vamos a salir de aquí no solo con la felicidad de haber luchado por nuestros derechos, sino también con una realidad conquistada completamente diferente”, sintetiza la estudiante Ingrid Cardoso (EIPIC).
Hasta la fecha, la persistencia de estos jóvenes ha provocado la dimisión del secretario de Estado de Educación, Antônio Neto, después de que la semana pasada varios alumnos del colegio Prefeito Mendes de Moraes fuesen agredidos por miembros del Movimiento Desocupa; acción que supuso el punto y final de la ocupación más longeva. También, algunas de sus peticiones ya han sido escuchadas como el fin de la prueba de evaluación estatal Saerj a partir de 2017—la cual según los alumnos solo beneficia a las escuelas con mejores resultados— o la elección directa de director.

¿Educación para quién?

Falta de libros de texto, ausencia de profesores de Física o Biología, laboratorios que nunca fueron usados, ventiladores obstruidos… son solo algunos de los obstáculos que anticipan una odisea mucho mayor: la de alcanzar el nivel educativo necesario para superar el Enem y acceder a una universidad pública federal. Son muchos los jóvenes que se quedan por el camino ante la ausencia de esa educación de calidad que hoy reclaman a todo pulmón y que constituye su derecho.
Para paliar esa brutal diferencia entre quienes estudian secundaria en un colegio público, y quienes pueden permitirse uno privado, existen desde hace más de un siglo Cursos Pre-vestibulares Populares que ayudan a aquellos con menos recursos a prepararse la prueba de acceso a la universidad (Vestibular o Enem) de una forma gratuita. Cursos específicos para negros, personas carentes de recursos o miembros del colectivo LGTB en los que se abordan temas como racismo, desigualdad o discriminación social.
En definitiva, la lucha de estos jóvenes se engloba en una batalla mucho mayor que lleva por bandera la igualdad de condiciones en la educación secundaria brasileña. El anhelo de que, una vez más, sea David quien derrote a Goliat; y aquellos que se veían predestinados a trabajar como electricistas o barrenderos puedan serlo si así lo desean, pero también puedan aspirar a ser cirujanos, psicólogos o abogados.

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