martes, 31 de octubre de 2017

LA PALABRA NO TIENE NINGÚN VALOR, LOS DISCURSOS TAMPOCO, LA LECTURA INTERLINEADA INDICA QUE HAY CINISMO Y SOBERBIA JUNTO A UN DESPRECIO APABULLANTE ▼ “No confío en Trump porque no confío en los racistas” | Internacional | EL PAÍS

“No confío en Trump porque no confío en los racistas” | Internacional | EL PAÍS

“No confío en Trump porque no confío en los racistas”

La activista reivindica el papel fundamental de las mujeres en la ‘primavera yemení’ y alerta de la involución que está sufriendo su país



María R. Sahuquillo
Activista, política, periodista. Tawakul Kerman (Taiz, Yemen, 1979) habla rápido. Casi sin pararse a tomar aliento. Y así, tajante, alerta sobre la situación de su país, sumido en un conflicto desde 2015, cuando descarriló la revolución por la que Kerman había luchado. “La gente está pasando hambre, no tiene acceso a la educación, a la sanidad. Está viviendo un auténtico estado de sitio”, insiste. La activista recibió en 2011 el Premio Nobel de la Paz —junto a las liberianas Ellen Johnson Sirleaf y Leymah Gbowee— por su papel en esa primavera yemení; fue la primera mujer árabe en ser galardonada y, en aquel momento, la más joven. Ahora, perseguida por el régimen de Alí Abdalá Saleh, vive en el exilio y sigue trabajando por una revolución que, dice, no está muerta. “Ya no solo estamos luchando por la justicia y los derechos humanos más básicos, ahora estamos luchando por sobrevivir”, afirma en La Casa Encendida de Madrid, tras participar en el ciclo de conferencias Mujeres contra la impunidad, organizada por la Asociación de Mujeres de Guatemala.
Tawakul Kerman en la Casa Encendida de Madrid.

Tawakul Kerman en la Casa Encendida de Madrid. 



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Pregunta. ¿La situación es ahora peor que antes de la revolución?
Respuesta. No hay nada peor que vivir en una dictadura. Hicimos esta revolución contra la dictadura de Saleh y su régimen corrupto. No hay ningún sacrificio más honorable que el de luchar por la paz y la libertad de tu pueblo. Ahora estamos pagando el más alto precio por tratar de alcanzar la libertad. Así que podemos decir que es un camino sangriento, pero lleva hacia la libertad. Nosotros sabíamos que la lucha iba a ser ardua, pero decidimos que valía la pena pasar de la oscuridad a la luz. La gente no ha parado de luchar. Muchos yemeníes están haciendo un sacrificio enorme para que se vuelva al camino de la paz, de la justicia, de la libertad. Sabemos que no hay libertad que no cueste un alto precio. También lo sabéis muy bien en Europa, donde la generación de vuestros abuelos y abuelas se sacrificaron por la democracia. Nosotros ahora estamos haciendo lo mismo por nosotros, nuestros hijos y por las futuras generaciones. Y terminaremos por conseguirlo.
P. ¿La primavera árabe ha traído algún cambio para la mujer en los países árabes?
R. La mujer, que antes de la revolución tenía un papel muy tradicional y si desempeñaba algún rol político era más bien simbólico o decorativo, ha sido fundamental en la revolución. Ha estado en la calle encabezando la movilización social y después ha tenido un papel de liderazgo. Ha sido icono y símbolo de la revolución. Sin ellas, las cosas serían de otra forma. Ahora la situación difiere en cada país. En Yemen ha participado activamente en la construcción del diálogo y en la política durante el periodo de la transición, pero con la contrarrevolución su situación se ha deteriorado enormemente y se ha convertido en una de las principales víctimas de la guerra. Mueren por los ataques de las armas, pero también por la represión. Y eso no solo pasa en mi país, hay un alto número de mujeres encarceladas por el régimen de Al Sisi en Egipto. Y lo mismo en Siria.
P. Es usted crítica con el papel en Yemen de la comunidad internacional. ¿Qué soluciones puede aportar?
R. Una intervención militar es la última, pero hay muchas. Por ejemplo, tratar de que los dictadores respondan por sus crímenes contra la humanidad ante los tribunales internacionales. Eso es muy importante, pero no está ocurriendo. Bachar el Asad no ha sido procesado por lo que ha ocurrido en Siria; y como él hay muchos otros. Se puede recurrir al Consejo de Seguridad de la ONU, también presionar económicamente a estos regímenes congelando sus cuentas o con otras fórmulas.
P. ¿Cree que la llegada de Trump a la Casa Blanca supone un cambio?
R. Desafortunadamente no confío en Trump porque en general no confío en las personas racistas. No creo que vaya a convertirse en un actor para solucionar el conflicto, es una persona que se mueve por amenazas, pero podría paralizar el comercio de armas, por ejemplo, o emprender una verdadera movilización diplomática.
P. De momento su acción hacia Yemen es vetar la entrada de sus ciudadanos en EE UU.
R. Ese veto es un ataque directo contra los musulmanes. Es un tipo de discriminación que vulnera no solo las leyes estadounidenses, sino también todos los acuerdos de derechos humanos y las leyes internacionales. Es una verdadera vergüenza que esto esté pasando en pleno siglo XXI, que el presidente de un país como EE UU defina a los musulmanes como terroristas, cuando somos la principal víctima y enemigo de los extremistas, cuando luchamos contra ellos por nuestra libertad. Cada dictador es un terrorista y cada terrorista es un dictador. Pero Trump, en vez de dar su apoyo a esa gente, lo que está haciendo es bloquearla, atacarla.
R. Sí. Este odio es producto de la imagen y de las acciones del ISIS y también de los atentados terroristas que ha vivido Occidente. Ahora estos racistas respiran de nuevo porque tienen una excusa a la que recurrir. Pero la democracia, la libertad en Europa se está deteriorando. El discurso del odio es un verdadero ataque contra los derechos humanos. Estos racistas y populistas no tienen razón de ser en esta era de la ciudadanía internacional en pleno siglo XXI. Y esa situación de deterioro es también el resultado de las dictaduras en la península arábiga. Incluso el avance de la ultraderecha en Alemania es resultado de ello. Tenemos que apoyar a los ciudadanos que sufren a manos de las dictaduras en Siria, Libia, Egipto, Yemen. No es un asunto interno. Las consecuencias de dejar a la gente morir bajo estos regímenes dictatoriales son muy peligrosas. No son solo muertes, por así decirlo, suponen también el colapso de la paz en el mundo.
P. ¿Le preocupa que en países con un pasado sensible como Alemania avance la ultraderecha?
R. Ver que los racistas están ganando fuerza es muy triste. Y es enormemente preocupante que este fenómeno que parecía dormido haya empezado a despuntar en EE UU y se haya extendido. Sin embargo, cada vez hay más personas que alzan la voz contra esa discriminación, contra las políticas racistas de Donald Trump, por ejemplo, como el veto hacia los ciudadanos de los países musulmanes. Nos estamos enfrentando a la injusticia, pero también estamos viendo la solidaridad. Y esto último es una verdadera victoria. La victoria de los movimientos xenófobos es falsa; va a ser fugaz. Al final van a permanecer los valores de los derechos humanos y la justicia. La gente en América, en Europa, en los países de la primavera árabe sabe dónde está el camino de la paz y vamos a seguir luchando por ello. En Yemen, el régimen de la contrarrevolución ha ganado la batalla, pero al final la victoria real será de la gente. Llevará tiempo pero lo conseguiremos.

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