viernes, 22 de enero de 2010

DESASTRE HUMANITARIO EN HAITÍ... SEÑAL DE LOS TIEMPOS



Editorial II
Un mínimo de orden para Haití
La rápida determinación de los EE.UU. de asistir de distintas maneras al país caribeño permitió salvar muchas vidas

Noticias de Opinión: Viernes 22 de enero de 2010 | Publicado en edición impresa

Aún antes del terremoto que devastó a Haití, las Naciones Unidas estaban empeñadas, a través de su Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah), en apuntalar el país en sus instituciones, tarea compleja y de múltiples facetas, que iba desde un llamado a elecciones parlamentarias hasta un enorme esfuerzo por reconstruir la institución policial, fundamental para asegurar el orden en un país sin fuerzas armadas propias.

Antes del terremoto, ya prestaban servicio en Haití unos 9000 policías locales supervisados por las Naciones Unidas y se estaba entrenando a otros 1500, se estaba reequipando a la fuerza y se habían construido 25 comisarías nuevas, muchas de ellas ahora destruidas. Incluso una fuerza de paz de la ONU de algo menos de 10.000 hombres había sido desplegada para mantener un mínimo de seguridad personal en una sociedad acostumbrada a la violencia.

La Minustah cooperaba también en la imprescindible reestructuración del Poder Judicial, del sistema penitenciario y del correccional, y hasta en la lucha directa contra el tráfico de drogas. Por ello, y ante el colapso de la infraestructura policial local, el Consejo de Seguridad acaba de ampliar ese contingente en unos 3500 efectivos que, todavía, como es habitual, llevará algún tiempo comprometer y desplegar.

Para paliar el caos provocado por el terremoto, primero, y por la vuelta de muchos habitantes de la capital al campo, en segundo lugar, es que se hace indispensable establecer un mínimo de organización. De allí la decisión norteamericana de contribuir con un contingente de sus propias fuerzas armadas (unos 3500 hombres) y dos buques hospitales, el Comfort y la unidad médica de última tecnología que llegó a bordo del portaaviones Carl Vinson. Como la prioridad pasa hoy, esencialmente, por la necesidad de atender las enormes urgencias médicas, de rescate, alimentarias y humanitarias, en general -en la capital hasta el servicio de agua está colapsado-, se distribuyeron desde el aire raciones de alimentos y agua en paracaídas, sumándose a los esfuerzos de la comunidad internacional. Por esa razón también ha habido algunos niños huérfanos que están siendo atendidos ahora en los Estados Unidos, lo mismo que algunos heridos y enfermos que requieren cirugía de alta complejidad.

Un párrafo aparte merece, sí, el heroico trabajo de los Cascos Blancos, donde un grupo de 17 argentinos (cuyo jefe es el director de emergencias sanitarias del Ministerio de Salud de la Nación, Gabriel Ive) actúa incansablemente para asistir a los miles de heridos que todavía luchan por su vida en el país caribeño.

La rápida decisión norteamericana de contribuir de inmediato con sus propios militares a consolidar un mínimo de estabilidad operativa en coordinación con las autoridades locales y con los demás contribuyentes redundó en que hoy aterricen más de 120 vuelos diarios en el aeropuerto internacional de Haití. Llaman la atención, en consecuencia, las declaraciones de Hugo Chávez y de algunos de sus habituales seguidores, como el presidente boliviano, Evo Morales, y su vicepresidente, Alvaro García Linera, en el sentido de que la ayuda humanitaria estadounidense se trataría en realidad de una ocupación militar por parte de ese país. Inoportunas e inaceptables, estas expresiones utilizan políticamente una desgracia sin precedente para distorsionar la realidad e ignorar todos los esfuerzos ya realizados por la comunidad internacional, en lugar de sumarse a lo hecho para mitigar los efectos de esta calamidad.


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La rápida determinación de los EE.UU. de asistir de distintas maneras al país caribeño permitió salvar muchas vidas

lanacion.com | Opinión | Viernes 22 de enero de 2010



Haití en el corazón
Sergio Ramírez
Para LA NACION

Noticias de Opinión: Viernes 22 de enero de 2010 | Publicado en edición impresa

MASATEPE, Nicaragua.-Cuando en marzo del año pasado el avión se alejaba de Puerto Príncipe, para poner proa hacia el mar Caribe iluminado por los fuegos de la mañana, sentí, no sin melancolía, que dejaba atrás un territorio de sombras y desesperanza. Había pasado una semana empeñado en preparar un reportaje, por encargo del diario El País de Madrid y Médicos sin Fronteras, dentro de la serie Testigos del horror . Y horror había encontrado suficiente al recorrer las calles desbordadas de gente en convivencia con las cloacas y mares de basura; al visitar los mercados y los puestos callejeros de alimentos, donde se venden tortas de lodo aderezadas con sal y margarina, y que es un alimento corriente de los más pobres entre los pobres en Haití; al visitar las escuelas derruidas por la vejez, los hospitales hacinados y mal equipados, las clínicas de MSF sembradas en medio de la miseria desolada, donde los médicos y enfermeras hacían esfuerzos sobrehumanos por procurar salud a miles de pacientes cada día.

Hoy, después de la tragedia inconmensurable del terremoto, pienso en Haití en medio de sus carencias, ya damnificado de antemano por décadas de injusticia y de pobreza; de dictaduras, la última de ellas la de la familia Duvalier; y de violencia, corrupción, anarquía, golpes de Estado, proyectos mesiánicos, intervenciones militares.

El terremoto no ha hecho más que alzar ese lienzo de olvido y desinterés tendido sobre el cuerpo lacerado del país, para enseñarnos sus heridas multiplicadas por la nueva tragedia, causante de miles de muertos y millones de víctimas que se vienen a sumar a las muertes y damnificados que ya habían dejado los últimos huracanes en serie, tras los cuales quedaron viviendo en campamentos más de trescientas mil personas en el área rural, destruidos sus hogares.

Los problemas políticos crónicos, las contradicciones entre líderes de facciones, las penurias y las carencias, la falta de recursos, habían hecho que el Estado no pudiera enfrentar los graves problemas de seguridad nacional, y dejara los asuntos de orden público en manos de una policía internacional al mando de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah), a cargo de lidiar con el narcotráfico, con las pandillas juveniles violentas y con los secuestros; tres grandes males del país.

Ahora, el jefe de esa misión, el diplomático tunecino Hédi Annabi, con el que me entrevisté largamente en su despacho del quinto piso del Hotel Christopher, su cuartel general, ha muerto al derrumbarse el edificio entre cuyas ruinas quedaron atrapados decenas más de miembros de la Minustah. Sus palabras, al terminar la entrevista, cuando le pregunté por el fin de la misión que encabeza, fueron, como consigno en mi reportaje: "Habrá que irse, pero irse para no regresar".

Es decir, irse cuando el gobierno del presidente René Préval hubiera conseguido los elementos de estabilidad suficientes; cuando existiese un nivel aceptable de consolidación de las instituciones, del funcionamiento pacífico del parlamento; cuando el sistema judicial dejara de ser el remedo que es; cuando el Estado pudiera asumir las funciones policíacas, aún el control de las cárceles. Todo esto estaba previsto a ser revisado en el año 2011. ¿Y ahora?

El terremoto resquebraja las posibilidades de conseguir un gobierno estable y consolidar la existencia de un Estado nacional, capaz de organizar la administración pública y de tener poder coercitivo. En semejantes circunstancias, la palabra soberanía se borra por sí misma.

El Gobierno no ha podido siquiera, en estas condiciones trágicas, ejercer el control del aeropuerto internacional de Puerto Príncipe, en manos ahora de Estados Unidos; ya no se diga ejercer el control de la ayuda humanitaria. A los ocho mil soldados de la Minustah se han agregado ya diez mil más de Estados Unidos, que se quedarán cuanto sea necesario, según declaraciones de la Casa Blanca. Para Washington, además, las emigraciones masivas desde Haití son consideradas un problema de su propia seguridad nacional, y buscará evitar que se den nuevas avalanchas de expatriados hacia su territorio.

Lo peor falta aún por venir, con millones de hambrientos, sin electricidad ni agua potable, sin viviendas, sin hospitales ni escuelas. Los reflectores fijados hoy sobre Haití se apagarán necesariamente, y las cámaras de televisión se irán reclamadas por otros asuntos sensacionales en el mundo. Toda ayuda humanitaria es temporal, y llegará un momento en que, para los países que han acudido en auxilio de Haití, se acabará la situación de emergencia. Pero el país seguirá impotente, inválido, destruido, y sin posibilidad ninguna de subsistir por sus propios medios. Esta es una tragedia aún mayor, la del olvido.

Es entonces cuando habrá que escuchar a Haití, esa tierra doliente y sombría. © LA NACION
El autor es escritor y político nicaragüense.

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Haití en el corazón

Sergio Ramírez

lanacion.com | Opinión | Viernes 22 de enero de 2010




La isla "bendecida" que descubrió Colón
¿Qué será de La Española?
Leonardo Ferreira
Para LA NACION

Noticias de Opinión: Viernes 22 de enero de 2010 | Publicado en edición impresa

MIAMI.-Si a fines del siglo XV, Cristóbal Colón "descubrió" La Española como una isla bendecida, Yves Colón, editor y periodista del Miami Herald por casi veinte años, duda de la viabilidad de su patria después del terremoto. Este experimentado reportero, graduado en la Missouri School of Journalism, cofundador del Haitian Times y promotor de radios comunitarias, confiesa tener mucho miedo: "Tengo pavor de lo que pueda pasar en Haití". "No hay infraestructura, de hecho no hay dónde vivir o refugiarse. No hay hospitales, no hay comida y las comunicaciones sufren del colapso de toda catástrofe, aunque Twitter ha sido fantástico," dice al leer la nota de un amigo que no tiene información porque "aquí todo es un completo desastre". Como miles de compatriotas, busca con angustia indicios que lo ayuden a ubicar a su madre, de 85 años.

Desconfiado del primer mundo y sus ayudas, le pregunto a Colón si la gente entenderá la dimensión de la tragedia en Haití: "Claro -me responde- después de todo, los periodistas hemos invertido años cubriendo la realidad de mi país". Ambos sabemos, sin embargo, que quienes pueden marcar la diferencia rara vez están interesados en asuntos de pobreza.

"Yo no sabía que la gente comía galletas de barro en Haití", comentó con gran frustración un reportero de la cadena CNN, a 24 horas del sismo. Le preguntó a un diplomático de su país en la capital haitiana qué opinaba de esta humillación, y éste le contestó con un "sí, es preocupante." Llama la atención la forma en que embajadores y otros funcionarios se han referido a Puerto Príncipe como si no vivieran allí.

Para los haitianos en Estados Unidos (medio millón sólo en Nueva York y otro cuarto de millón en Miami), el hombre es Bill Clinton; "virrey", como lo llaman algunos, y de quien se espera mucho más que los 1,2 billones de dólares anuales en remesas que envía la diáspora. "Esta gente necesita ayuda, tenemos que salvar vidas", ruega Clinton, enviado especial de la ONU para Haití.

Otros, como el general retirado Colin Powell, primer secretario de Estado afroamericano, advierten que esta vez hay que hacerlo bien: no se puede ayudar a un país a sobrevivir para luego abandonarlo a su suerte, como se ha hecho antes. Es decir: "Más ayuda y menos política para Haití", reclama Mercedes Arancibia en la página Periodistas en Español (P-ES). "Lo que se impone es cancelar la deuda internacional de uno de los países más pobres del mundo", afirmó.

Según Pierre-Michel Fontaine, profesor visitante de la Universidad de Miami, lo que se necesita ya mismo no es sólo rescatar y atender heridos, enterrar muertos y ofrecer ayuda de emergencia, sino ir pensando y actuando en la reconstrucción de Puerto Príncipe y otras zonas afectadas, erigiendo cimientos de desarrollo urbano, transporte, administración pública, negocios, seguridad y justicia, en un decidido "renacimiento de Haití".

Reconstruir no es sólo ayudar con donaciones de momento y a corto plazo, aunque se reciba con alivio el anuncio del presidente Obama de invertir con continuidad. En medio de críticas por su falta de acción contra la discriminación y otras promesas incumplidas, las minorías esperan que Obama no deje convertir a Haití en el Katrina del Caribe. Sería una invocación premonitoria y trágica de la última novela de Isabel Allende, La isla bajo el mar , donde Luisiana y Santo Domingo se enlazan en un largo pasado de sufrimiento, pobreza y muerte.

Hasta el día del temblor, ciertos políticos criticaban la necesidad de apoyar un país al que consideran un fracaso histórico. Pero ¿qué saben de historia haitiana los legisladores, funcionarios, periodistas y audiencias de un mundo anestesiado por la especulación del entertainment y la moda tecnológica? Sospecho que pocos recuerdan que fue la propia Haití, primera nación libre del colonialismo en América latina, la que apoyó libertadores y guerras de independencia en el hemisferio occidental.

Le escucho decir a Yves, aconsejando a colegas en nuestra facultad, "vayan a entrevistar gente al Centro Dessalines, de la Pequeña Haití", o "ese reporte viene de Pétionville". ¿Cuántos de los que piden su consejo conocen a Alexandre Pétion, Jean-Jacques Dessalines, Henri Christophe o Toussaint L´Ouverture? Con la excepción de la República Dominicana, copartícipe en este drama, la mayoría apenas se imagina el dolor y los abusos en La Española, si es que saben qué es o dónde queda.

"Nadie está más aturdido y entristecido con esta tragedia que la República Dominicana", declara una importante fundación de este país, pidiendo apoyo para su frontera. El temor es que los empujen también solos al tobogán de la diplomacia internacional. ¿Qué se puede esperar de la ayuda norteamericana -me dijo un poblador en Pedernales, sur de esta frontera-, a juzgar por lo que hacen allá con los mexicanos?

Aparte de los cadáveres y la increíble destrucción en las calles, simbólicamente (y el simbolismo importa mucho, especialmente en Haití) ver caídas la catedral, el palacio presidencial, el hospital principal, la sede de las Naciones Unidas y las oficinas públicas y privadas, además de sus casas, genera una impotencia que puede terminar en la depresión o la violencia.

Hasta el presidente René Préval entró en crisis en televisión. El ser humano no está preparado para colapsos de tanta magnitud sin afectarse, advierten los expertos de salud pública. Luego, otro de los grandes retos es aliviar el trauma no sólo físico sino mental del país. Por ahora, al haitiano no le queda más que apelar al canto y la oración. Lo peor está aún por venir.

Noticias alentadoras son las promesas de donaciones inmediatas, sostenidas y relativamente generosas, empezando por las de Estados Unidos. El arribo de militares de varios países es bienvenido -supuestamente hasta de 10.000 marines- para asistir, no para invadir. La acción cada vez más coordinada en Puerto Príncipe de organizaciones no gubernamentales y de las Naciones Unidas, que salen de su propio "shock", es otra esperanza de vida, junto a la asistencia médica y alimentaria de los dominicanos, desde el primer día en la frontera. Pero ¿qué ha de ser de Haití? Todo depende de la efectiva solidaridad de naciones, hombres y mujeres, desacostumbrados a pensar en el bien común. A ver si algún día los gurús de lo individual consultan a los profetas de lo social.

Manos a la obra. Y buena suerte Haití.
© LA NACION
El autor es profesor asociado en la Escuela de Comunicación de la Universidad de Miami.

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Leonardo Ferreira

lanacion.com | Opinión | Viernes 22 de enero de 2010




Primera tarea, reconstruir mejor
Luis Alberto Moreno
Para LA NACION

Noticias de Opinión: Viernes 22 de enero de 2010 | Publicado en edición impresa

WASHINGTON.-Haití, la nación más vulnerable de nuestra región, sufre una tragedia de una magnitud inimaginable. Aún no conocemos el número de víctimas fatales del terremoto que devastó Puerto Príncipe, pero sabemos que su población, estimada en tres millones de personas, reclama auxilio. El gobierno nacional ha perdido virtualmente toda su infraestructura. Este cuadro desolador exige una respuesta sin precedente por parte de la comunidad internacional.

En este momento la máxima prioridad es la emergencia humanitaria. Numerosos países amigos de Haití han movilizado equipos de rescate. El próximo paso será proveer de seguridad, alimentación y refugio a los damnificados por el sismo. Afortunadamente, se están aplicando lecciones aprendidas de otras grandes catástrofes, como el tsunami que asoló al sudeste de Asia en 2004. Incluso estamos viendo una repetición de la ola de solidaridad mundial que permitió recaudar cientos de millones de dólares para las víctimas.

Aunque aún estamos en la etapa de emergencia, no es demasiado temprano para comenzar a pensar en la reconstrucción. Ante otras catástrofes, como el huracán Mitch, que golpeó a América Central en 1998, la comunidad internacional reaccionó rápidamente, comprometiéndose a aportar miles de millones de dólares a las naciones afectadas. En esa ocasión, los tradicionales donantes de América del Norte y Europa cumplieron un papel protagónico. En esta oportunidad, América latina y el Caribe pueden y deben desempeñar un rol mayor en lanzar un verdadero Plan Marshall para Haití.

Varios de nuestros países ya están representados allí por sus tropas en la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah). Más recientemente, diversos gobiernos latinoamericanos y caribeños expresaron entusiasmo por apoyar los esfuerzos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) por impulsar la inversión extranjera en Haití. Su compromiso ahora resulta más necesario que nunca. No se trata sólo de aportar recursos financieros. Haití también necesita asistencia técnica. Nuestra región, tan expuesta a los desastres naturales, cuenta con vasta experiencia en esta materia, tanto positiva como negativa. El caso de Managua, arrasada por un sismo en 1972, es un ejemplo clásico de desperdicio de donaciones. Pero hay otras experiencias por tener en cuenta.

En 2001, El Salvador sufrió dos devastadores terremotos en el lapso de un mes. Los sismos dejaron a unas 200.000 familias sin techo. Una lección de esa experiencia es que los campamentos de refugiados más pequeños resultan mucho más manejables que las grandes aglomeraciones. Otra lección es la conveniencia de emplear a damnificados en tareas como la remoción de escombros a cambio de modestos salarios, una necesidad imperiosa en Haití, donde la mayoría de la población carece de empleos formales.

Mi propio país, Colombia, está expuesto a diversos tipos de amenazas naturales. En 1999, dos sismos destruyeron más de 100.000 edificios y dejaron sin techo a medio millón de personas en el Eje Cafetero, una región clave para la economía nacional. Aunque fue el peor desastre en la historia colombiana, el proceso de reconstrucción se completó en menos de cuatro años. La clave fue el mecanismo que adoptó el gobierno colombiano. En vez de utilizar las estructuras burocráticas, el gobierno seleccionó un grupo de universidades, cooperativas, grupos cívicos y asociaciones profesionales para administrar la reconstrucción. El papel del gobierno se limitó a la supervisión del proceso y la asignación de recursos, empleando apenas 120 funcionarios públicos. Así, se reconstruyeron unas 130.000 viviendas dañadas y se edificaron casas nuevas para más de 16.000 familias que vivían en zonas de alto riesgo.

¿Qué papel puede jugar el BID? En el caso salvadoreño, ayudó a organizar una reunión de donantes que consiguió unos 1300 millones de dólares en compromisos. En Colombia, el BID reorientó recursos de proyectos en marcha hacia tareas prioritarias, como la reparación de infraestructura.

En Haití podemos cumplir un rol similar. El año pasado organizamos una reunión de donantes para el gobierno haitiano. Como la principal fuente de recursos multilaterales para ese país, el BID cuenta con una amplia cartera que puede aplicarse a las tareas más urgentes para la reconstrucción. Ya hemos comunicado al gobierno que hay 90 millones de dólares que podrían ser rápidamente asignados a ese tipo de prioridades. Adicionalmente, este año prevemos donarle a Haití otros 128 millones de dólares, que podremos apalancar con recursos de otros donantes.

Para el BID, el enorme desafío de reconstruir Haití ya se pone en marcha. Ahora necesitamos el compromiso de nuestros países para una ardua tarea que insumirá varios años. La solidaridad de América latina y del Caribe deberá mantenerse luego de que las desgarradoras imágenes del desastre desaparezcan de los medios de comunicación. Pero el esfuerzo valdrá la pena, si logramos reconstruir una capital digna del orgullo haitiano. © LA NACION

El autor es presidente del Banco Interamericano de Desarrollo.

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Primera tarea, reconstruir mejor

Luis Alberto Moreno

lanacion.com | Opinión | Viernes 22 de enero de 2010



El desastre impulsó más tecnologías
Noticias de Exterior: Viernes 22 de enero de 2010 | Publicado en edición impresa

WASHINGTON (AP). Conmovidos por el devastador terremoto de Haití, cientos de expertos en tecnología están desarrollando nuevos servicios para los equipos de emergencia y para los haitianos, en un esfuerzo sin precedente que movilizó al sector tecnológico.

Grupos de voluntarios han construido y perfeccionado software para localizar a gente desaparecida, realizado mapas de zonas devastadas y creado sistemas de mensajes de texto urgentes. "Es increíble el cambio en la manera en que puede responderse a una crisis ahora", dijo Noel Dickover, organizador del movimiento tecnológico CrisisCamp, de Washington.

Tim Schwartz, un programador y artista de 28 años de San Diego, temía que con la gran cantidad de redes sociales que hay en la Web la información crucial sobre víctimas del terremoto "acabara por todas partes, y sería muy difícil encontrar a gente y mandar un mensaje a sus conocidos". Con la ayuda de otros programadores, creó haitianquake.com, un portal para ayudar a los haitianos dentro y fuera de Haití a localizar a sus parientes. La base de datos, que cualquiera puede actualizar, ya funcionaba menos de 24 horas después del terremoto, con más de 6000 visitas, porque Schwartz obtuvo información de la Cruz Roja.

Dos días después, Google presentó PersonFinder. El portal, promocionado por el Departamento de Estado y Twitter, fue creado con tecnología para encontrar a desaparecidos desarrollada luego del huracán Katrina.

Christopher Csikszentmihalyi, director del Centro de Medios Cívicos del Futuro, en el MIT, pidió que todas esas herramientas fueran agrupadas en Google para que no acabaran compitiendo unas contra otras.

En tanto, un grupo de voluntarios creó el Proyecto Ushahidi, un sistema basado en mensajes de texto que ha ayudado a los rescatistas. Los haitianos en apuros pueden enviar un mensaje a un número gratuito desde sus celulares gracias a un acuerdo con las telefónicas locales. De esa manera informan sobre riesgos estructurales, desaparecidos y falta de agua y comida.

Los mensajes son traducidos y localizados en un mapa en Estados Unidos y luego enviados a las ONG en Haití.

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El desastre impulsó más tecnologías
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el dispreciau dice: cuando lo inesperado te sorprende y te apabulla, un segundo después nada es igual y jamás volverá a serlo... este siglo y este milenio han comenzado nutriéndose de catástrofes inducidas (las Torres Gemelas, el 11-M de España, los atentados en Londres, las rutinas de muchos países africanos y latino-americanos donde la muerte se ha tornado algo cotidiano y hasta "aceptable") y detrás de ellas, las naturales (el tsunami del 2004, terremotos variados de significativa intensidad en distintos lugares del planeta, Katrina, y tantos más). Mientras ello sucede se reúne el G-8, el G-20, Copenhague, Davos, y tantos otros, convocando voluntades encontradas que no quieren ceder un ápice de sus respectivos poderes, entendiendo que ello les resta participación y capacidad de opinión, además de divisas y más poder, claro está... Entre los mesianismos de algunos y las miopías de los otros, el planeta Tierra se tambalea anunciando que esto no da para más... y realmente es así. La globalización, cierta, ha exterminado fronteras y banderas y nos enfrentamos como raza a asumir que o entendemos que la TIERRA es NUESTRA CASA y debe ser cuidada como tal, o de lo contrario esta CASA que tiene VIDA PROPIA y es independiente del SER HUMANO, se sacudirá el polvo y con ello la humanidad pasará a ser un recuerdo desconocido (porque no habrá nadie para contarlo). Suena duro, pero es real... Mientras siguen los discursos, la pobreza crece, la marginación se agiganta, y la Tierra avisa que se terminaron las licencias de los unos y los otros. El hombre pretende ir a la Luna en una segunda gesta, intentando trasladarse a Marte para exportar las barbaries que no logramos resolver aquí. Se dilapidan miles de millones de dólares en epopeyas inútiles mientras muchísimos seres humanos no tienen acceso a una vida digna elemental. Indudablemente, no hacen falta ni las profecías de Nostradamus ni tampoco las de los Mayas para darnos cuenta que dentro de la atmósfera terrestre y en sus propias fibras, algo anda muy mal y que la apocalipsis que declaman unos y niegan otros es producto de nuestras desidias. La revelación está a la vista de quien tenga ojos, oídos, y neuronas dispuestas a entenderla, comprenderla y asumirla proactivamente. Las revelaciones son históricamente para pocos... pero el hombre tiene prolijamente documentado en su memoria genética las anteriores hecatombes, genocidios naturales donde la madre tierra no perdona... sin embargo, que esté en los genes no implica que esté en su consciencia. Bastante lejana aparece dicha convergencia entre genes y consciencia. No obstante, la raza humana tiene hoy la oportunidad de re-crearse respetando las esencias de aquello que la contiene, un mundo azul-verdoso llamado TIERRA... pero es evidente, que la soberbia y la necedad reinantes le restan perspectiva y cada uno sigue ensimismado en sus propias locuras. Son muchos los avisos y otros tantos los mensajes. El mañana que le falte a la raza humana por impericia de pocos, demandará la vida de los herederos y sus herencias, y la factura que volverá de allí se reflejará en el mismo "infierno", aún cuando algunos pretendan decir que ello no es posible. Las evidencias, por estas horas, además de suficientes son demasiadas. Enero 22, 2010.-

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