martes, 13 de abril de 2010

ARGENTINA PARADÓJICA



PANORAMA TUCUMANO
Las paradojas de la (in) seguridad

Martes 13 de Abril de 2010 | La proliferación de servicios privados de custodia y la acción policial no han logrado una sociedad más segura.


Roberto Delgado
Prosecretario de Redacción
rdelgado@lagaceta.com.ar

La seguridad en Tucumán se sustenta en un confuso equilibrio entre la Policía (que tiene unos 8.000 agentes) y las agencias de seguridad privada (compuestas por unos 3.000 hombres integrados en las 18 agencias). Equilibrio confuso, porque las dos fuerzas coinciden en el objetivo teórico (proteger a la ciudadanía) e incluso se complementan (la mayoría de quienes dirigen las agencias privadas son ex comisarios que en muchos casos mantienen estrechos vínculos con los jefes policiales en actividad); pero tienen diferentes intereses: a más sensación de inseguridad, mayor es el fracaso de la Policía y, paradójicamente, más posibilidades de trabajo tienen las agencias, que ganan con la instalación de alarmas, servicios antipánico y de emergencia médica, custodias y sistemas de prevención para viviendas o empresas.

Esta paradoja -a más sensación de inseguridad, más ganancia para los privados- ha penetrado fuerte en nuestro sistema de vida, a tal punto que -como muestran los testimonios de la nota dominical sobre los barrios tucumanos- se va perdiendo la costumbre de las mateadas en la vereda y de dejar las puertas sin llave. Los tres últimos lustros han sido escenario de la proliferación de rejas en las casas y comercios de las barriadas pobres de la periferia -donde la inseguridad hace estragos- y en el crecimiento de los countries y barrios privados, a los que se trasladan a vivir los sectores de mejor pasar. Y en las clases medias urbanas se difunde la colocación de sistemas de alarma en las casas y la contratación de guardianes en los edificios de departamentos. El fenómeno crece a tal punto que los vigilantes privados -cuya hora de servicio cuesta casi la mitad de la del personal de empleados de propiedad horizontal- están reemplazando a los porteros en tareas extra, en especial en los fines de semana.

Sistema perverso
La paradoja es más grande porque las agencias de seguridad privada y la Policía compiten entre sí. La creación del servicio adicional para los agentes del Estado, hace más de tres décadas, instaló un sistema perverso de competencia que desvirtuó el sentido de la prevención policial: siempre un poco de inseguridad dará lugar a contratos privados a los agentes. A mediados de los años 90, en la Jefatura de Policía se perfeccionó el sistema de competencia con las agencias de seguridad privada para que cientos de agentes -o miles, las cifras no son claras- brinden seguridad adicional a empresas y particulares. Así, se ve a policías dando servicios en bancos y a agentes privados en shoppings. En los últimos tiempos se habla también de policías en algunos edificios de Barrio Norte.

El sistema adicional se basa en tres puntas: 1) policías mal pagados por el Estado; 2) jefes complacientes que les permiten hacer adicionales aunque después estén cansados para cubrir la seguridad pública; y 3) agencias de seguridad privada compensadas con un Estado que no las persigue demasiado en lo que hace a los controles del personal y que, incluso, tienen a su cargo el control y preparación de sus agentes.

Esto último es un concepto discutible: si hay dudas acerca de quién y cómo debe hacerse cargo en el Estado de la preparación psicológica y de la capacitación de los policías, ¿cómo controlar lo mismo en los agentes privados? A lo que se añade la duda acerca de los servicios truchos (hace tres años se estimaba que había unos 2.500 agentes ilegales). La cuestión inquietó a tal punto que el Estado tiene dos oficinas para ocuparse de este asunto: la de servicio adicional, en la misma Jefatura de Policía, y la de Seguridad Privada (a cargo del teniente coronel Enrique Stel, ex jefe del Liceo Militar), que funciona en el Ministerio de Seguridad Ciudadana.

Mientras las cosas no cambien sustancialmente para mal, a los funcionarios, legisladores y miembros de la sociedad civil no parece importarles demasiado lo que ocurre. De vez en cuando aparecen escándalos como el de enero en Alberdi, donde los vecinos estaban en medio de un infierno de robos mientras los policías de la comisaría vendían servicios adicionales a las empresas de la zona. El secretario de Seguridad Eduardo Di Lella tuvo que suspender esos servicios y ordenarles a los policías "que estén a disposición de la gente". Es decir, volver a hacer aquello por lo cual el Estado les paga. Otra paradoja

El ojo en los countries
Ahora se añade un fenómeno nuevo: ya se dieron casos de asaltos y robos en countries, en Tucumán y en otras partes del país, razón por la cual se abre un espacio de debate acerca de las tareas que debe brindar la Policía en esos barrios cerrados a los que mucha gente se va a vivir en busca de más seguridad.

Este esquema de seguridad se consolida cada vez más. Pero no ha derivado en una sociedad más tranquila. Al contrario. La sensación de inseguridad se ha convertido en una inquietante manera de vivir que a veces no se sustenta en hechos concretos: antes que poner más alarmas y más vigilantes, ¿no se debería poner más énfasis en la prevención y los policías de barrio? La mayor paradoja de este sistema es el agrandamiento de la brecha de la desigualdad: la sociedad se fragmenta cada vez más y se generan zonas de restricción por las que la gente circula exclusivamente para poder sentirse -desesperada y a menudo infructuosamente- más segura.
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el dispreciau dice: en ARGENTINA se han perdido los roles tanto como las funciones institucionales y todo cursa hacia lo patético. La policía, eterna caja recaudadora que negocia con el hampa a antojo y conveniencia del poder de turno, representando los "intereses superiores" que nunca se sabe bien dónde están, declama una seguridad que no existe y sus funcionarios recitan el verso "superior" que no guarda sentido alguno, estando por ende viciado de nulidad... detrás, las agencias de seguridad son algo semejante a una mentira institucionalizada para garantizar lo que el propio estado ha destruido... sus derechos constitucionales y los míos, también. Léase, vivimos entre rejas y con algo semejante a una libertad condicional... mientras que los asaltantes, ladrones, violadores, asesinos, traficantes, y otros socios mayores y menores andan sueltos protegidos por una justicia que anda con los ojos descubiertos y la balanza rota. A Usted nadie le garantiza su vida, tampoco sus bienes, mucho menos su historia que suele ser manipulada según los antojos de los mensajes... curiosamente, a mi tampoco. Si Usted concurre a hacer una denuncia, comprobará que todo está prolijamente desordenado, lo suficiente como para excusar cualquier aporte naturalmente "oficial", desnaturalizando el objetivo del denunciante, potencialmente un victimario de pobres que se dedican a la delincuencia porque la vida no les ofreció otra oportunidad que vivir de lo ajeno (al igual que lo hace el propio estado Argentino desde que tengo uso de razón [59]). Sucede que ahora, el hampa se organiza en las cárceles apoyada por los buenos oficios de los sistemas de seguridad... así es que Usted podrá apreciar a miembros de la Gendarmería Nacional molestando a los pasajeros de un ómnibus de larga distancia, el mismo que unos kilómetros tarde será nuevamente revisado por personal de drogas de la Policía de Tucumán... y Usted podrá creer que eso está bien, aunque a decir verdad ello sucede porque la inteligencia de seguridad en nuestro país no existe... entonces, estos profesionales observadores de los polos del delito, invaden la privacidad de las personas mientras permiten que justo a sus costados la droga pase en camiones. Como podrá apreciar, todo es muy paradójico, tanto que podría definirse como utopía... ya que mientras los que supuestamente saben, se ocupan en molestar a humildes pasajeros y trabajadores, los amigos de lo ajeno se sienten libres para operar según las órdenes de sus protectores jurídicos. En este des (concierto) de circunstancias contrapuestas, Usted ni yo, estamos a salvo de ser víctimas de curiosos delincuentes vestidos de policías, o disfrazados de gendarmes, que además de apropiarse de sus pertenencias, están habilitados para hacerlo de su vida. Este mismo medio, destacado si los hay, propicia una reivindicación histórica para Juan Bautista Alberdi, sin considerar que las garantías constitucionales de la ARGENTINA se han consumido definitivamente junto con la extinción del estado de derecho, esto es que los derechos son del poder de turno y nada más que de ellos... los demás somos víctimas, apenas eso. Abril 13, 2010.-

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