viernes, 16 de abril de 2010

EL SALARIO DEL MIEDO, VERSIÓN 2010


Deprime la imagen de los gobernadores transformados en mendigos
Federalismo pisoteado


Marcos Aguinis
Para LA NACION

Noticias de Opinión: Viernes 16 de abril de 2010 | Publicado en edición impresa

El poeta W. H. Auden aseguró que "si el lenguaje está corrompido, lo que está corrompido es el pensamiento". Muchas palabras sufren el deterioro de su significado, al extremo de que se utilizan con sentidos diferentes. Suele ser difícil llegar a acuerdos, porque vivimos en un clima parecido al que terminó con la torre de Babel e instauró la confusión de lenguas. Como ejemplo, vale señalar que palabras como "democracia", "progreso", "derecha", "izquierda", "libertad", "civilización", "cultura", "derechos humanos", "represión" y "ley" no son lo mismo para todos. Existen diferencias sutiles y también abismales. Lo ilustraré con una anécdota.
El jefe de un estudio de abogados incorporó a un joven colega con antecedentes brillantes. Durante varios meses, demostró una capacidad que asombraba. Pero el jefe advirtió que empezaba a disminuir sus horas de actividad y rendía menos. Le encargó a un detective que lo investigara. A la semana, el hombre informó confidencialmente: "Lo investigué. Deja de trabajar a la una. Toma su auto, va a su casa, almuerza con su mujer; con su mujer duerme la siesta; de nuevo sube a su auto, y a las cuatro y media regresa al estudio". El jefe sintió gran alivio: sólo tendría que pedirle que abreviara ese recreo. Entonces, el detective movió la cabeza: "No me ha entendido... ¿Puedo tutearlo?". "Por supuesto, pero ¿en qué cambiará su informe?" "En lo siguiente: este abogado deja de trabajar a la una, como te dije. Entonces, toma tu auto, va a tu casa, almuerza con tu mujer; con tu mujer duerme la siesta; de nuevo sube a tu auto, y a las cuatro y media regresa al estudio."

Se supone que la diferencia entre "tú" y "usted" se reduce a la distancia que proviene del escaso conocimiento mutuo o de razones de jerarquía. Pero, como en este caso, puede iluminar otros ángulos.

El federalismo, en nuestro país, ha sido objeto de confusiones análogas. Algunos que lo apoyan no hacen más que sabotearlo. ¡Y de qué forma! En los primeros artículos de nuestra Constitución nacional, como un frontispicio de mármol, se insiste en que el sistema es federal. Las provincias, en la Convención de 1853, formaron una nación. No ocurrió a la inversa. En este sentido, hemos marchado por la misma ruta que las demás organizaciones federales del mundo.

Son muchas, y demostraron ser exitosas. Quizá la más antigua sea la que refiere la Biblia cuando describe la organización primigenia de Israel en la Tierra Prometida. El territorio estaba compuesto por doce tribus, que eran provincias, con matices determinados por su idiosincrasia, recursos naturales y poderío. No obstante, mantenían un fuerte lazo histórico y cultural. El primer rey fue elegido en la tribu de Benjamín, la más pequeña y hasta periférica.

Salteando centurias, vemos que se produce lo mismo en muchas partes. En Suiza, veintiséis cantones sancionan en 1848 una constitución federal. Este país, aunque de tamaño reducido, habla cuatro idiomas. Suele ser difícil compartir recuerdos con personas que hayan crecido en cantones diferentes, porque cada una permanece enraizada en el propio. Hasta hay diferencias educacionales importantes respecto de la numeración de los años escolares y la duración de las etapas. En algunos sitios se habla de gimnasium y en otros, de "liceo". El modelo que más influyó a la Argentina, sin embargo, fue Estados Unidos.

Ese país fue construido en un territorio que la metrópolis europea consideraba pobre, debido a la ausencia de oro y plata. En consecuencia, no envió funcionarios para llenar carabelas con esos metales, ni instauró virreyes. Los habitantes del Norte, muchos perseguidos por conflictos religiosos, tuvieron que arreglárselas solos; trabajar para vivir. Entonces, constituyeron comunidades cuyos jefes no requerían la bendición ni complicidad de la Corona. Eligieron a los más honestos, confiables y esforzados. Aprendieron a premiar el mérito. Pronto se formaron estados que, al prosperar, despabilaron la codicia de la Corona. Entonces, decidieron independizarse. La revolución americana precedió en trece años a la francesa y, en muchos sentidos, la inspiró. En 1787, sancionaron su constitución, que fue graníticamente federal. El federalismo sigue manteniendo una vigencia enorme. Y la Corte Suprema de Justicia funciona como el cancerbero implacable que no permite la menor violación del articulado constitucional.

América latina y nuestro país se inspiraron en ese cuerpo doctrinario, pero también en las tradiciones provenientes de España. En efecto: en España tuvieron gran protagonismo los ayuntamientos. Hasta el día de hoy, los ayuntamientos son decisivos en la política. Pero también en la economía, porque se quedan con la mayor parte de la recaudación tributaria. Con este sistema, cada ciudadano sabe cuánto se justifica pagar -o si se justifican las fluctuaciones de los montos-, pero, sobre todo, sabe qué se hace con los dineros que aporta. No van a un saco sin fondo, en el que funcionarios de turno meten la mano sin rendir cuenta. El sistema vigoriza la responsabilidad y disminuye la impunidad.

Esos ayuntamientos españoles dieron lugar a los cabildos latinoamericanos. Son el núcleo de la institución municipal, que, paulatinamente, modelaron las provincias. En España, además, su accidentada historia, con invasiones y reconquistas de diferente duración, derivó en regiones que mantienen diferencias temperamentales, idiomáticas, artísticas y de recursos.

Por eso, existen Galicia, Cataluña, Extremadura, Castilla, el País Vasco. Con esfuerzo -no acabado aún-, estas porciones conformaron una nación unificada, como pasó con los otros ejemplos.

En América latina se produjo una separación de países, que siguieron, en parte, los mapas de la etapa virreinal y que después recortaron también esos mapas. Pero algunos eligieron el sistema federal. No todos. Chile, por ejemplo, es decididamente unitario. Pese a las notables diferencias entre las porciones de su largo territorio, a los gobernadores de sus regiones los designa el presidente. Otro es el caso de México y la Argentina.

Nuestro país eligió el sistema federal luego de apasionados conflictos y colisiones sangrientas. Las provincias -como señalé- armaron el país. No fue fácil, pero se impuso la visión estratégica de los mejores. El genio de Alberdi operó como un oráculo que marcaba la ruta. Y Urquiza demostró ser el patriota que demolió resistencias para terminar de edificar una nación. La tensión entre unitarios y federales, sin embargo, no fue superada del todo. Entre las muchas razones, aparece la fuerza cultural y económica de Buenos Aires. En lugar de funcionar como la ciudad de Washington, sólo sede de los tres poderes, creció como París, centro del país todo. Esta deformación inspiró a Ezequiel Martínez Estrada su libro La cabeza de Goliat . Alfonsín intentó corregir la deformación mediante el traslado de la Capital Federal "hacia el sur, el frío y el mar". Pero no culminó su sueño.
Existen otros defectos. La Constitución de 1853/60 determinaba que los impuestos de la Nación provendrían sólo de la Aduana y que el grueso quedaría en las provincias. Después del golpe de Uriburu, al comenzar la presidencia de Justo, surgió el impuesto a los réditos -"transitorio", palabrita mentirosa que nunca falta cuando se trata de esquilmar al pueblo-, que impuso un curso inédito a las recaudaciones: el conjunto de la nación debía mandar sus tributos al poder central, y el poder central lo coparticiparía. El angosto arroyuelo se fue convirtiendo en un río fragoroso. El impuesto a los réditos tuvo cría, y el país entero se transformó en una legión de siervos que debe verter en las arcas del codicioso patrón nacional de turno el grueso de las recaudaciones. El patrón de turno devuelve algo, llamado "coparticipación". Pero esa coparticipación, que hasta hace unos años era automática, reglada y puntual, degeneró en una arbitrariedad escandalosa. Ahora, el Ejecutivo "coparticipa" según su capricho e intereses. Recibe más quien se le arrodilla y casi nada quien pretende mantener algo de la olvidada dignidad federal.

Es deprimente ver a los gobernadores que viajan como mendigos a la Capital Federal con la mano extendida y las rodillas temblorosas para que les entreguen los aportes debidos. Tampoco son santos: esta situación les ha regalado una justificación maravillosa para afirmar que no pueden pagar los sueldos porque la Capital Federal no les ha girado la esperada "coparticipación". De este modo, a la irresponsabilidad e ineficiencia del poder central se añade la ineficiencia del poder provincial.
En este campo, entra la insistente cuestión del "transitorio" impuesto al cheque. Desde el comienzo, fue un tributo antifederal, porque cheques se firman en todas partes y lo justo hubiera sido que el impuesto quedara en la localidad en la que fue extendido. Pero no. Masivamente se transfirió al poder central, que lo redistribuye -cuando lo hace- de la forma que se le antoja. La Presidenta amenazó con suprimirlo si no le permiten seguir aprovechándose de su masa compuesta por demasiados millones. O lo maneja ella o no les afloja una miga a los desfallecientes gobernadores. La vieja historia del perro del hortelano. ¿No es eso creer que la mayoría de los argentinos son giles, que no abrieron los ojos cuando anunció que recién lo suprimiría en 2011, cuando tuviera que irse? De ese modo, dejaría a su sucesor desprovisto de ese recurso. Si la amenaza no es una jugarreta, que lo suprima hoy mismo, a ver si se anima.

El curso de los impuestos evoca a los antiguos carros aguateros tirados por un burro. Por lo general, eran tanques viejos con agujeros por donde perdían líquido. Antes de llegar al último consumidor, no les quedaba ni una gota. Los impuestos van de los municipios a la provincia y de la provincia a la Nación. Fluyen al revés de lo que impone la lógica. Y esta patología se manifiesta en que la Nación se comporta mal con las provincias y las provincias, mal con sus municipios. Los carros aguateros dejan a todos con sed. Violan nuestra tradición basada en los ayuntamientos españoles. El curso virtuoso sería que el grueso quedara en lo municipios, que estos "participaran" a la provincia y que la provincia "participara" a la Nación. De ese modo, seríamos un país federal en serio. Los enormes y ocultos gastos que realiza en Ejecutivo Nacional, la dispensa de favores, el picoteo voraz de la corrupción y la ausencia de recursos en que queda enterrada la Argentina productiva demuestra que usamos mal las palabras y deformamos nuestro pensamiento. Nos llamamos un país federal y no somos un país federal.

Otra de las muchas evidencias es la conducta de los senadores. Fotografías y noticieros han mostrado cómo estos legisladores traicionan con descaro a sus provincias. En plena sesión, suelen llevarse el celular a la oreja para recibir las órdenes de Olivos. ¿A quiénes representan? Si no representan a sus provincias, sino al poder central, que consigan un puestito en ese poder y renuncien al mancillado título de "representante del pueblo". Volvemos al lúcido Auden. Si renuncian al nombre que no merecen, contribuirán a disminuir la corrupción del lenguaje y la deformación del pensamiento. © LA NACION


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Marcos Aguinis

lanacion.com | Opinión | Viernes 16 de abril de 2010



el dispreciau dice: mientras algunos se empecinan en sobrevivir y aferrarse a sus escasas pertenencias concedidas en la vida, y otros se queman las pestañas investigando para descubrir el por qué esencial de los telómeros y su incidencia en el metabolismo celular, unos pocos miembros de la clase política está decidido a despreciar y discriminar a los "otros", entendiéndose por ello, a todos... ¿por qué?, es una pregunta imposible de responder ya que ningún destello conduce a su respuesta, la que por otra parte se halla atada (ovillada, sería el término) a conductas cercanas a la exquizofrenia: "hoy vamos para allá, luego venimos para acá"... desorientando a amigos y enemigos. Individualmente, todos tienen razones válidas y son buenas personas, destacados por sus talentos y potenciales capacidades, las que se extinguen a la hora de la solidaridad y la misericordia, esto es cuando se juntan para maquivelizar qué harán con el día de los mortales (nosotros). En el Olimpo se ve todo diferente... y distante. Pero en el Olimpo, todos ridiculizan a todos en una especie de concierto impresentable donde los valores se declaman pero no existen... así, todo es un caldo de vergüenzas. Los sometidos acomodan sus rostros y se entregan a la obsecuencia irremediable... Este concierto no es bueno para la Democracia y si lo que se pretende es crear un nuevo modelo político, pareciera no ser el camino indicado, ya que por ahora sólo se acumulan odios. La oposición (partidos de la) está perdida en un mar de incoherencias y alcanza con ver a cualquiera de sus representantes, para asumir rápidamente que se está a la deriva y que aquellos que prometieron representarnos, están allí por la chapa, el bronce que le dicen, y las dietas... lamentable. Los gobernadores y sus intendentes son algo semejante a parias de la democracia, ellos atropellan y desprecian a los ciudadanos que les tocan, para luego convertirse en mendigos ante el Señor de los Anillos... penoso. Todo está desmadrado y el poder no atina a encontrarle la vuelta al manejo de lo propio, sosteniendo esta música desafinada de desatinos y atropellos. Queda claro que la Señora Presidente de la Nación y su equipo tienen un método y un modelo de gestión atípicos, en algunas cosas (aspectos) aparece como bueno y en otros tantos, expresa lo opuesto. Sí, enseña que del otro lado la coherencia está lejos de imperar... Cuando uno mira a su alrededor, un escalofrío corre por la espalda, ya que cuando no hay reglas y nadie las atiende, el miedo se apodera del soberano, y los efectos son siempre devastadores. Abril 16, 2010.-




El pulso político
La política del miedo se instala una vez más
Por Fernando Laborda

Noticias de Política: Viernes 16 de abril de 2010 | Publicado en edición impresa

La sorpresiva irrupción en el escenario político de la hasta hace poco ignota senadora oficialista Adriana Bortolozzi, quien permitió con su presencia que la Cámara alta saliera de su parálisis y declaró públicamente que siente "miedo", añadió un toque de dramatismo a la interminable pelea por el control del Congreso.
Si bien la senadora formoseña debería explicar pormenorizadamente el sentido de su denuncia, su intervención fue un indicador más del clima de tensión imperante.

Días atrás, el titular de la Asociación de Magistrados, Ricardo Recondo, denunció la sistemática presión del gobierno kirchnerista sobre los jueces. Entidades periodísticas han expresado reiteradamente que hay una política tendiente a silenciar a la prensa. Y en un contexto en el cual el grupo gobernante parece empeñado en hostigar a quienes se oponen a sus designios, semanas atrás fue incendiado en Caleta Olivia, Santa Cruz, el automóvil de Adela Gómez, una periodista que acostumbra investigar al poder político provincial. No se escuchó ninguna voz de la Casa Rosada que condenara ese hecho. En sus pretendidas clases de periodismo, los Kirchner suelen recalcar que la prensa sólo debe limitarse a informar; no conciben el periodismo de opinión y mucho menos el de investigación, especialmente cuando se trata de investigarlos a ellos.

La semana última, distintos representantes de sectores empresariales y sindicales se negaron a consensuar un documento sobre la pobreza impulsado desde la Comisión de Justicia y Paz del Episcopado. La razón era obvia: su temor a ofender al Gobierno y a sufrir alguna clase de represalia oficial.

La política del miedo comienza a calar profundamente en algunos estratos de la sociedad. El ex presidente Eduardo Duhalde sorprendió anteayer a quienes lo escuchaban en un almuerzo efectuado en el Club Americano, cuando confió: "Conozco empresarios importantes que tienen pesadillas porque temen quedarse un día sin empresas. Piensan en Chávez y su frase preferida: exprópiese".

Infundir miedo se ha convertido en el hobby preferido del Gobierno. Esa estrategia se combina con los abusos de poder que le da el uso discrecional de la caja.

Ultimamente, para inyectar en los gobernadores el temor a no recibir fondos si no cooperan persuadiendo a los legisladores nacionales de sus distritos para que voten como se espera de ellos en Olivos. La extensión de los tentáculos kirchneristas hacia entidades que deberían manejarse con independencia, como la AFIP o el Banco Central, va en igual sentido. Y si la persuasión no funciona, siempre queda lugar para la prepotencia tan clásica de Guillermo Moreno, los escraches y piquetes, además del espionaje denunciado hasta por ex funcionarios K.
flaborda@lanacion.com.ar

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Por Fernando Laborda

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