sábado, 22 de mayo de 2010

BICENTENARIO: CONVERGENCIAS


La Señora SENADORA NACIONAL María Eugenia Estenssoro ha impuesto este post sobre el BICENTENARIO ARGENTINO...
Bicentenario, una mirada agradecida
Por editora / 21 de May de 2010


Como homenaje hacia todos nosotros, y en agradecimiento a todos los argentinos y argentinas que pusieron su esfuerzo para construir nuestra Patria, publicamos algunos de los discursos de la última sesión en la que se celebró el Bicentenario, los cuales expresaron una visión integradora y positiva de nuestro pasado que nos permita caminar hacia el futuro hermanados y con optimismo.

Sra. Estenssoro. Hoy pensaba que si pudiéramos traer al presente a los hombres y mujeres que forjaron y protagonizaron la Revolución de Mayo, con las enormes carencias y dificultades por las que seguramente tuvieron que atravesar en un país mucho más humilde, alejado del mundo y salvaje –porque era un territorio casi deshabitado– estarían admirados de lo que los argentinos logramos y supimos conseguir en estos doscientos años.




Con seguridad, tanto quienes estuvieron dentro del Cabildo, como en la Plaza de Mayo, como los orilleros y el pueblo que colaboró en esa gesta revolucionaria estarían admirados de la enorme tarea que, generación tras generación, realizamos para ser lo que somos hoy. En esta celebración me gustaría que pudiéramos tener una mirada más amplia y generosa, para darnos cuenta de lo mucho que tenemos para agradecer como Nación a los hombres y mujeres de Mayo. Estas últimas, las mujeres, aún siguen escondidas, ausentes de los libros de Historia. En el Tercer Centenario que comenzamos a andar será nuestra tarea revelar su presencia valiente y su enorme contribución.

Ciertamente tenemos muchísimo que agradecer a los fundadores y fundadoras de nuestra Patria. Me pregunto, entonces, ¿por qué, en el día a día, en las décadas que se fueron sucediendo, no logramos tener una mirada agradecida, y en cambio sí la sensación –me gustó la metáfora usada por el senador Cabanchik– de ser una “nación inacabada”, como si siempre nos faltara algo? Tenemos una sensación de insuficiencia, de malestar.

Al reflexionar sobre esto, pensaba ¡qué curioso! Yo misma soy un ejemplo, como tantas personas, de la Argentina generosa y llena de posibilidades, dado que soy una inmigrante -no hija de inmigrantes–, nacida en Bolivia y que llegó aquí en los años ‘60, en medio de la gran esperanza que fue, para muchos, el gobierno de Frondizi. Hoy estoy aquí como senadora de la Nación. Fui aceptada e integrada a este país junto con mi familia. Se me dieron todas las oportunidades, incluso la de representar a los ciudadanos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Como tantos millones de argentinos desde 1810 hasta hoy, soy ejemplo de esta Patria generosa que integra a quienes tienen la buena voluntad y el deseo de habitar su suelo.

No obstante, tenemos esta sensación de insatisfacción, de ser una nación inacabada. Cuando nos preguntan por nuestro país, siempre estamos dando explicaciones de lo que fuimos o de lo que deberíamos ser y no somos. En realidad, creo que esto tiene que ver con los ideales que nos legaron los padres fundadores de nuestro país, ideales muy elevados y exigentes.

Primero, los hombres y mujeres de Mayo y luego, nuestros libertadores y héroes del Siglo XIX, quienes pensaron en una Argentina libre, próspera e integrada al mundo, visión que incorporamos y que llevamos en nuestro ADN.

También, en el Siglo XIX, tuvimos otro legado fundamental: construir una sociedad igualitaria, que diera movilidad social a través de la educación pública y gratuita; algo en lo que fuimos precursores. Y gracias a la visión de Sarmiento –y pese a las diferencias de clases y a las distintas realidades que existían y existen en nuestra sociead– los argentinos llevamos adentro nuestro el ideal, el precepto indeleble de ser una sociedad educada e igualitaria. Sarmiento lo pensó, pero no lo vio; este es un mandato que llevamos dentro y hasta que no se haga realidad totalmente no vamos a estar en paz.

El Siglo XX –al cumplir el centenario– si bien Argentina tenía enormes desigualdades, atrajo a millones de inmigrantes que dejaban sus países; venían de la llamada civilización europea escapando de la barbarie, para crear un futuro mejor en una país que los recibía y les daba oportunidades. Nuestro país llamaba la atención porque siendo joven empezó a integrar una clase media que se fue consolidando.

En la década del ‘45 al ‘55 recibimos otro legado muy importante: el de la justicia social. Acá también Argentina mostró la exigencia de una sociedad decidida a integrar política, social y económicamente a sus trabajadores y sectores más humildes.

Yo, que nací en Bolivia, pero que apenas cumplí dieciocho años me nacionalicé argentina llevo dentro mío, al igual que todos ustedes, estos ideales para mi país: el sueño de ser una sociedad igualitaria, educada y próspera. Estamos insatisfechos porque no somos todo lo libres o prósperos que quisiéramos ser; ni estamos tan integrados al mundo como es nuestro ideal; porque nuestras clases medias se han ido achicando, y porque el ideal de la justicia social no se ha realizado.

Me parece que en vez de pelearnos y usar el pasado para culparnos y dividirnos por los problemas del presente, entre una visión liberal o nacionalista, entre la aspiración de ser una sociedad de raigambre popular o de clase media, tal vez podríamos tratar en el Siglo XXI, en este Tercer Centenario, de integrar todas estas miradas, cada una con su riqueza, y ser más benevolentes y agradecidos hacia nuestra historia. Como ocurre con nuestras propias historias personales, no siempre nuestras familias son las que hubiéramos deseado sino las que tenemos. Hacer las paces con nuestra genealogía es una forma de crecer, de tomar lo bueno y olvidar lo que no fue tan positivo, para dar ese salto de madurez que posibilita el veradero crecimiento y realización.

Muchas de las cuestiones ideológicas o prejuicios culturales que nos dividieron en el pasado y no siguen dividiendo hoy fueron justamente los males que hicieron del Siglo XX el siglo más violento, con sus antinomias, persecuciones, totalitarismos, genocidios, y terribles guerras.

Me gusta pensar que el Siglo XXI está llamado a ser un siglo no de enfrentamientos y separaciones sino de mestizaje, usando expresamente un vocablo americano. Que en Estados Unidos haya un presidente negro muestra un cambio cultural impresionante, al igual que el hecho de que haya tantas presidentas mujeres en el mundo, todavía pocas, algo que parecía imposible hace una década. Por su parte, Argentina está en deuda con la revalorización de su pasado indígena y la integracion de los pueblos originarios. En una sesión especial que hicimos el año pasado anticipando el Bicentenario aquí en el Senado, uno de los historiadores que participó en el debate en este recinto dijo que nuestra Constitución Nacional –yo no lo sabía– fue escrita en español, quechua y guaraní. O sea que los padres de nuestra Patria, aún siendo aristocráticos, tenían conciencia de sus orígenes y del enorme y hermoso desafío de integrar una sociedad multicultural y racial entre criollos, españoles, europeos, mestizos e indígenas. Esta es una asignatura pendiente para Argentina.

Sólo quisiera desearnos a todos que el futuro que estamos empezando a caminar hacia nuestro Tercer Centenario sea de integración; de tomar lo mejor de cada época y de los legados recibidos, que son riquísimos y valiosísimos, y que seamos concientes de que, a pesar de nuestros problemas, Argentina sigue siendo un país lleno de potencialidades.




Si dejáramos de pelear, de tratar de imponer nuestra propia mirada sobre los demás, si cada gobierno no pensara en refundar la Patria, sino tan sólo en continuar, rectificar algunas cosas y acrecentar lo realizado por otros, creo que comprenderíamos que no somos una nación inacabada, sino una sociedad que está en marcha, conciente de sus aciertos y desaciertos, pero decidida a hacer realidad los nobles ideales, los grandes sueños que nos legaron nuestros mayores.

Sr. Filmus. Permítaseme, en primer lugar, agradecer el inmerecido honor que me confirieron el presidente de mi bloque y el conjunto de sus integrantes al encomendarme la difícil tarea de representarlos a través de estas palabras en la conmemoración del Bicentenario. Permítame también, señor presidente, confesarle que me dio un gran orgullo haber tenido esta representación pero, ya que estamos en tren de confesiones, quiero decir que rápidamente el orgullo se convirtió en preocupación, porque no es fácil transmitir en diez minutos lo que los hombres y mujeres que integran nuestro bloque, mis compañeros representantes de los pueblos que recorren toda la geografía de nuestro país, sienten y quieren expresar desde lo más profundo por la conmemoración de los 200 años de nuestra Patria. En este sentido, creo que es un momento de homenaje, pero también hay distintos tipos de homenaje. No sólo es un momento de homenaje a quienes hicieron la Revolución de Mayo, a los protagonistas de nuestra independencia, sino también a quienes en estos 200 años supieron construir, con todos los avances y con todas las asignaturas pendientes que tenemos, la Argentina que vivimos. La primera forma que se me ocurrió para homenajear claramente tiene que ver con nombres y apellidos, y tiene que ver con quienes sabemos que en la historia tuvieron un rol preponderante, con hombres y mujeres de nuestra Patria y muchos latinoamericanos –porque de eso se trata, estamos hablando de una gesta latinoamericana–, que no pueden estar ausentes en este homenaje. La Argentina es un país cimentado en grandes gestas. Varios dijeron “un país inconcluso”; si no fuera un país inconcluso, lo contrario sería un país que está concluido, y eso sería el fin de la historia. Continuamos la tarea de aquellos que construyeron nuestro país y, realmente, homenajearlos es el mejor camino que tenemos para hacerlo. Recordé primeramente a los ideólogos, a los arquitectos, a los guerreros, a los luchadores de nuestra gesta de la independencia.




Homenajear a la revolución emancipadora es hablar de la lucidez, del patriotismo y de la valentía de Belgrano, de Moreno, de Saavedra, de Castelli, entre otros. Es homenajear a quienes empuñaron las armas para que el poder realista fuera vencido. Cómo no mencionar entonces a San Martín, a Güemes, a Las Heras, a Balcarce, a Macacha Güemes, a Juana Azurduy y a quienes, fuera de nuestra frontera, como Artigas, Bolívar, Sucre y O’Higgins pelearon por una Gran Patria latinoamericana. Si hablamos de homenajear hay que hablar de la gesta de la construcción de la unidad nacional. No podemos dejar de mencionar a nuestro primer presidente, Rivadavia, y también a quienes, desde sus perspectivas unitarias o federales –contradictorios muchos de ellos– representaron la lucha por la unificación nacional sin claudicar en la defensa de los proyectos provinciales y regionales. No se podría dejar entonces afuera a Rosas, a Urquiza, a Dorrego, al Chacho Peñaloza, a Paz, a Lavalle, a Quiroga, a López y a otros tantos dignos representantes de nuestro pueblo. Contradictorios, sí, pero todos defendiendo una causa.

También hay que incluir en el homenaje a los pensadores y constructores del estado nacional representados, entre otros, por Echeverría, Alberdi, Avellaneda, por la generación del 80 y, de un modo especial –que ya fue mencionado acá en reiteradas ocasiones– por Sarmiento, quien tuvo la claridad de plantear a la educación como el eje estructurador de la Nación. Pero también hay que plantear como gesta y como gesta patriótica y de todos, la conquista de los derechos al voto y a la ciudadanía, encarnada como pocos por Leandro N. Alem, por Hipólito Yrigoyen y también por nuestro querido Alfredo Palacios. También fue una gesta la soberanía política, fue una gesta la construcción de la justicia social y la inclusión de todos, encarnada, por supuesto, por Juan Domingo Perón y por la compañera Evita. No menos importante, y fue señalado acá en reiteradas ocasiones, porque fue una lucha particular, ha sido la incorporación de la mujer, en la figura de Alicia Moreau de Justo. ¿Podríamos prescindir, en un homenaje a los doscientos años, de homenajearla a ella, a Evita, nuevamente, en su doble rol, y a Florentina Gómez Miranda, para ir más cerca. No podemos pensar en una conmemoración a los doscientos años sin homenajear el esfuerzo de la recuperación de la democracia. Este Senado tiene todavía una asignatura pendiente para rendirle homenaje a Raúl Alfonsín, en representación de todos aquellos que representan la recuperación de la democracia. También, y no es menor ni para nada sectario, recuperar otra gesta: la gesta de la recuperación de la credibilidad en la política, que sobre fines del siglo pasado y principios de este siglo parecía totalmente perdida. Esta gesta, sin lugar a dudas, fue encarnada en principio, en un momento muy difícil, por el presidente Eduardo Duhalde, y profundizada y llevada adelante como pocas veces, por Néstor Kirchner. Pero no sólo está la política. Este país se construyó desde muchas perspectivas. Y no podríamos hacerle un homenaje a los doscientos años sin homenajear también a quienes llevaron adelante la difícil gesta de sostener nuestra identidad cultural desde el arte, desde la cultura, desde la ciencia y desde el deporte. Desde la literatura, por ejemplo, desde Labardén hasta Tizón y Giardinelli, escritores actuales de la Argentina profunda. Pero pasando, sin lugar a dudas, por José Hernández, por Jauretche, por Scalabrini Ortiz, por Marechal. Cómo no nombrar a Borges, a Victoria Ocampo, a Alfonsina Storni, a Cortázar, a Soriano, a Saer, a María Elena Walsh y, por supuesto, a tantos otros. En las artes no podemos detenernos en una identidad particular, ni dejar de nombrar desde Prilidiano Pueyrredón hasta León Ferrari, por supuesto, pasando por Lola Mora, por Berni, por Castagnino, por Marta Minujín, por Quinquela. Todos ellos construyen nuestro acervo cultural en las artes. En la ciencia, rasgo distintivo de los argentinos si lo hay, podemos citar desde Florentino Ameghino hasta Favaloro, pasando por Houssay, Leloir, Cecilia Grierson, Milstein, Sadosky, Varsavsky y tantos otros, desde distintas vertientes, que apoyaron y produjeron algunas de las cuestiones que nos ponen más orgullosos. Estoy seguro de que muchos de mis compañeros de bloque –y quizá desde otros bloques del Senado– se sentirán representados por esta mirada que pretende ser plural. Probablemente, cada uno de nosotros se sienta más cerca de algunos y más lejos de otros, pero todos construyeron la Argentina y lo que fuimos capaces de hacer en estos doscientos años. También estoy seguro –y creo que todos estarán de acuerdo– de que cada uno agregaría muchos nombres de hombres y de mujeres que merecerían estar en esta brevísima enunciación.

Sin embargo, cuando llegué a este punto –pensando en qué tenía que transmitir sobre los doscientos años–, consideré que, fundamentalmente, se debía incluir a quienes no conocemos por sus nombres y apellidos, y sin los cuales todas estas gestas de las que les hablé no hubieran sido posibles. Como dice la canción popular, “si la historia la escriben los que ganan, quiere decir que hay otra historia; la verdadera historia…”. Por lo tanto, es necesario homenajear también a los protagonistas de la otra historia; por ejemplo, a los pueblos originarios, que desde hace miles de años ya estaban en este suelo y desde hace más de quinientos años, desde la colonización hasta hoy –y no es un eufemismo–, luchan por recuperar su tierra y mantener su libertad e identidad cultural. Es necesario homenajear a los que integraron las milicias, los batallones y a los que desde sus casas defendieron con éxito a estas tierras de la dominación inglesa durante las invasiones de 1806; a quienes el 25 de mayo –y se hizo referencia acá anteriormente– estuvieron afuera del Cabildo, impidiendo que se distorsione el mandato de libertad que llevaban quienes estaban en su interior; a quienes se armaron y murieron en los combates de la Independencia en nuestro territorio o también en Chile o en Perú, acompañando al Libertador –como señaló el senador Giustiniani–, en su mayoría negros, mestizos, mulatos y zambos. Es necesario homenajear a quienes se retiraron con Belgrano, que tuvieron el dolor de retirarse en el Norte cuando hizo falta para la defensa de nuestra frontera. A quienes enfrentaron una y otra vez los intentos, algunos armados y otros económicos, de la Corona Británica en la primera mitad del Siglo XIX por instalarse en el Río de la Plata. Es necesario homenajear a los inmigrantes: a los gallegos, a los tanos, a los rusos, a los polacos y a los alemanes, y más recientemente a los hermanos latinoamericanos –paraguayos, chilenos, bolivianos, peruanos y tantos otros– que llegaron a este país para ayudar a construirlo con la cultura del trabajo. Es necesario homenajear a quienes siguiendo las banderas del radicalismo lucharon para que se establezca una democracia plena en la Argentina a principios del Siglo XX; a quienes, en los albores de ese siglo, pelearon por sus derechos cuando el país era de unos pocos y se festejaba el Centenario; a los protagonistas de la Patagonia Rebelde, a los de El Grito de Alcorta, a los de la reforma universitaria, a los de La Semana Trágica, a los que construyeron en la Argentina el primer sindicalismo. Es necesario homenajear a quienes constituyeron el subsuelo de la patria sublevada y salieron a la calle un 17 de octubre a pedir la libertad de su líder y a procurar la inclusión social plena; y que no sólo salieron, que siguen saliendo y mostrando su protagonismo en las calles y en las plazas cada vez que fue y es necesario defender un proyecto nacional y popular. Es necesario homenajear a quienes encarnaron la resistencia de las dictaduras militares, muchas veces a costa de sus propias vidas, por los asesinatos y por los secuestros. Personas que provienen de distintos partidos e ideologías, pero que se unificaron en el reclamo por la libertad y la democracia. Es necesario homenajear en estos doscientos años a los que combatieron y murieron por la recuperación de las islas Malvinas. Esa es quizá la asignatura que nos hace un país inconcluso, porque nos duele la hermana perdida que no podemos tener con nosotros. Y con ellos asumimos un compromiso de mantener el reclamo de soberanía hasta su definitiva recuperación. Es necesario, colegas, homenajear a las madres y a las abuelas del pañuelo blanco, que enfrentaron sin miedo a los todopoderosos y cuya presencia ayer, hoy y siempre nos recuerda que no puede haber democracia verdadera y libertad si no hay justicia.

A quienes salieron con sus cacerolas a la calle o lucharon contra la exclusión de masas en la crisis de principios de siglo, exigiendo cambios profundos al poder político Pero siempre defendiendo fuertemente el orden institucional democrático. A quienes hoy, como durante estos doscientos años, trabajaron y trabajan anónimamente para la grandeza de la Patria todos los días, aportando desde sus puestos de trabajo, desde la investigación científica, desde la creatividad cultural, en el campo, en la fábrica, en la oficina, en la escuela, en la universidad, en el laboratorio o en el teatro. Y a quienes obtienen el reconocimiento social y material que se merecen por el trabajo que realizan. Pero, más aún, debemos homenajear a quienes siguen brindando su esfuerzo y esperanza y no son retribuidos adecuadamente, y todavía viven en condiciones poco dignas en un país rico que, aún hoy, no distribuye con justicia su riqueza. Creo también que represento a mis colegas de bloque, a mis compañeros, si en nombre de todos ellos tendemos las manos a todas las fuerzas políticas que componen este Senado, con la convicción de que todos −absolutamente todos− debemos hacer un esfuerzo de grandeza para privilegiar las coincidencias por encima de las legítimas divergencias; y nos comprometemos frente al pueblo a avanzar en la construcción de un proyecto nacional que implique una Argentina democrática, con verdadera soberanía política, más desarrollada e integrada regional y socialmente. Pero, por encima de todo, una Argentina más justa; una Argentina sin pobreza, con igualdad de derechos para todos y todas. Una Argentina que deje de ser sólo un país productor de bienes primarios, para fundar su crecimiento a partir de la capacidad de trabajo, educación y creatividad de los argentinos. Es mucho lo que se hizo; es mucho lo que se viene haciendo en estos últimos años. Pero todos somos conscientes de que es mucho lo que falta. Sólo si construimos una Argentina democrática, integrada regional y socialmente y profundamente igualitaria, estaremos en condiciones de decirles a quienes he mencionado con nombre y apellido y a quienes he nombrado por su pertenencia al pueblo argentino –pero todos protagonistas de esta historia– que el sueño patriótico y latinoamericano enarbolado hace doscientos años ha sido cumplido.

Sr. Giustiniani. Desde el Partido Socialista, vengo a rendir nuestro homenaje a la Revolución de Mayo. El primer gobierno patrio fue el inicio de nuestra independencia nacional; fue el principio del fin de ese caduco y decrépito régimen colonial. Y aquella Primera Junta tuvo la responsabilidad de decidir cosas fundamentales como la forma de gobierno, la organización de los ejércitos de la independencia y, sobre todo, la fundación de un nuevo orden económico y social. Como nos lo enseñó Rodolfo Puigrós en ese libro que es De la colonia a la revolución, tres siglos de colonia habían significado tres siglos de estancamiento. Por eso, rendimos hoy nuestro homenaje a quienes iniciaron un nuevo tiempo: a los patriotas como Belgrano y Moreno, que sintetizaron el programa de Mayo. Ese programa de Mayo expresaba las banderas de los derechos ciudadanos, de la igualdad social, la libertad de imprenta y de pensamiento, el fomento de la educación popular, la libertad de los esclavos y, todo ello, junto a la libertad de comercio. Mi homenaje a aquellos hombres y mi homenaje a aquel pueblo de Mayo, al pueblo de la Revolución. Contrariamente a los que dicen y dijeron intencionalmente algunos textos de historia –la historia oficial–, se pintó en cuadros famosos que no había pueblo en aquellos momentos. Sin embargo el pueblo fue el dinamizador, el que impulsó la Revolución y el que la concretó. Fue ese pueblo que ya se había expresado antes a través del rechazo a las invasiones inglesas en 1806 y en 1807. Por eso, mi homenaje fundamental a quien en toda revolución es su motor: el pueblo de Mayo.




También quiero realizar mi homenaje a las mujeres de la Revolución de Mayo. Anteriormente, se preguntó si había mujeres en la Revolución de Mayo, porque uno recorre los textos de historia y resulta difícil encontrar algún nombre de mujer en cada una de las páginas que recorren esa historia. Sin embargo, fue Casilda Igarzábal quien el 19 de mayo de 1810, junto a un grupo de mujeres, buscó a Cornelio Saavedra y le expresó que no había que vacilar. Así fue que lo llevó a la casa de Nicolás Rodríguez Peña. Estas eran las casas donde se expresaban los laboratorios de la Revolución. Como ocurrió con la casa de Vieytes. Hablo de esas mujeres de Mayo, decididas y anónimas, como también lo fue Mariquita Sánchez, quien empezó a romper los moldes sociales en 1805. Cuando quisieron obligarla a casarse con un español, rechazó dicha pretensión y eligió a un patriota de menor abolengo que el suyo: Martín Thompson. En sus casas, también se realizaron aquellas reuniones revolucionarias de mayo. Fue Manuela Pedraza, la tucumana, quien empuñó su fusil por las calles de Buenos Aires en aquellos días de resistencia a las invasiones inglesas. Fue Juana Azurduy, la guerrillera, quien perdió a cuatro de sus hijos y combatió embarazada contra las tropas realistas en el norte. Luego, nombrada teniente coronel por el director supremo don Martín de Pueyrredón, y tras haberle hecho Belgrano la entrega de su sable por sus triunfos contra el ejército español, murió indigente otro 25 de mayo y fue enterrada en una fosa común. Como tantos otros patriotas, murió pobre y anónima. Por eso, vaya también nuestro homenaje a todas estas mujeres en este 25 de mayo. También, vaya nuestro homenaje a un pueblo que no se redujo a estos lugares, a esos patriotas, en momentos en que no había Internet ni revolución de las comunicaciones. En aquella época, estas revoluciones se extendieron como un reguero de pólvora en cada una de las ciudades del territorio. El magistral escritor colombiano Germán Arciniegas pintó muy bien la situación y dijo: Como si una voz secreta hubiese ido llevando de pueblo en pueblo mensajes de rebeldía, la insolencia de la plebe va creciendo y se oye un ruido de tambores que penetra en las entrañas de los montes; que se multiplica en la plaza de los pueblos; que se extiende por valles y explanadas, poniéndole a los españoles carne de gallina. Los gritos de protesta que se han dado en Vélez se hermanan con los de Asunción, se multiplican por los campos de Quito y se convierten en el Perú en esa demostración magnífica que llevó a su cabeza a la gran figura de Túpac Amaru. Es la conciencia americana que despierta, por primera vez, desde los días de la conquista: conciencia de los indios, de los negros, de los mulatos, de los mestizos, de los criollos; de las tres razas que se fundieron en un solo haz y que empiezan a mirarse como unidas frente a un destino común.

El mejor homenaje que hoy podemos rendir en el Bicentenario es esta reflexión sobre quiénes fueron protagonistas; sobre cómo se concretaron esos gérmenes de independencia y se logró esa unidad. Aquel Cabildo que tuvo aquella decisión, era muy distinto a este Congreso de la Nación. Quizás, también se expresaban allí tendencias e intereses totalmente contrapuestos en muchos aspectos, como hay aquí, pero supieron unirse en pos de un ideal común y de un objetivo común que todavía hoy falta encontrar en nuestra Patria, que es el de construir una Nación independiente y solidaria.


http://www.estenssorome.com.ar/blog/2010/05/21/bicentenario-una-mirada-agradecida/

el dispreciau dice: transitar un "bicentenario" es un instante preciado, transcurre una sola vez y nos encuentra divididos, enfrentados, y mascullando odios... y Argentina se ha visto sometida como nación, y por ende su sociedad, a profundos enfrentamientos sociales, políticos y militares, indudablemente mezquinos. Dichos enfrentamientos siempre han dejado víctimas inocentes o comprometidas, enseñando que las visiones de los actores y los victimarios han sido esencialmente mezquinas para con el país. Sucedió de esta forma en los años 50, en los siguientes sesenta, y así repitiéndose en cada década, sumando pobreza y exclusión. Existe una manera extraña de hacer política, y esta consiste en destruir al adversario como si se tratase de un ajeno despreciable, omitiéndose su condición ciudadana semejante, equivalente. Este modo exacerbado muestra miserias humanas que no encajan para los tiempos que corren. El país demanda otro estilo, de concertación, construcción, relación, expansión. El Ex-Presidente de la Nación Néstor Kichner tuvo una oportunidad dorada, la cual fue devorada por su peculiar empecinamiento... quizás las circunstancias lo llevaron a ello, sin embargo el haber perdido la habilidad para sostener las confluencias, lo minimiza ante la historia. Ello no quita méritos a su paso por el poder, pero le resta imagen porque demuestra la limitación en su capacidad de comunicación tanto como para escuchar y atender las razones del otro, imponiendo las propias como terminantes y válidas. No es distinto lo que cursa por estas horas. El poder se viste de caprichos y con más o menos razones de fondo, sostiene el modelo divisor, sustentando la confrontación como estandarte. El país llega a un bicentenario crispado por histerias, personales, grupales, comunitarias, que consumen a la sociedad como un todo... ya que creer que los conflictos de allá no alcanzan a los de acá, es parte de la entelequia nacional de mirar siempre para el otro lado. Todos estamos en el mismo suelo y padecemos los mismos males. Lamentablemente, la clase política no ha agregado valor cierto a la nación, sencillamente porque la sociedad es altamente crítica y renuente a sumar y compartir, antes bien su historia demuestra que se ha concentrado en impedir y limitar, separar y destruir. No obstante ello, la mirada de las nuevas generaciones reclama un cambio definitivo, reclama un país "vivible", un país que hoy no lo es. Los enfrentamientos cursados en estas últimas horas de no estar aquí ni tampoco allá, de no invitar a éste ni a aquel otro, muestra la pobreza de las capacidades tanto como las miserias humanas que caracterizan a nuestra clase política, consecuentemente a nuestra sociedad. La Señora Presidente de la Nación Cristina Fernández parece no comprender que el ejemplo debe bajar (nunca va a subir) desde el Estado, conservando los estilos de conducción (respetables) pero distinguiéndose del pasado reciente donde un grupúsculo de militares destruyeron el potencial de un proyecto nacional que se situaba más allá de acciones guerrilleras, simplemente por no saber diferenciar ideas de ideologías. Al país le costó vidas, pensamientos, capacidades reflexivas, restándole futuro... hoy lo padecemos. Mucha más zozobra le sumó el disparate de Malvinas, donde otra porción generacional fue intencionalmente ocultada y olvidada (no sólo por los mentores de la aventura inútil, sino por la propia sociedad, acostumbrada a perder). La década de los noventa arrasó con las expectativas, sueños y esperanzas de muchos argentinos que, inducidos a caerse del sistema, fueron la semilla de la fábrica de pobres que hoy nos caracteriza. Una fábrica de pobres que el poder político no sabe cómo desactivar porque se ha acostumbrado a esconder los problemas bajo la alfombra, buscando siempre culpables propiciatorios a sus fines (de un lado y del otro). Transitamos un Poder Ejecutivo dividido y enfrentado lo cual es malo en sí mismo. Un vicepresidente que participa pero no es parte, muestra claramente una nueva exacerbación en las incapacidades del poder... Pero no sólo allí anidan nuestros males. Estos son utilizados prolijamente por otros mecanismos de poder, tal el caso de los medios periodísticos que hacen de las noticias una burda telenovela de conveniencias y manipulaciones, muchas veces destruyendo vidas por la simple necesidad de vender ediciones. El país todo está sumido en la soberbia, pero también está consumido por ella, consciente o inconscientemente. El bicentenario no ha sido convocante, por el contrario enseña disgregación y atomización. Más allá de ello, todos los ciudadanos debemos estar agradecidos por haber nacido en esta tierra, plena de bendiciones y repleta de contradicciones. Quizás, este bicentenario sirva como ejemplo de las futuras generaciones, para aprender todo aquello que no se debe hacer en ejercicio del poder, cualquiera sea éste. Argentina necesita de otra visión social y otra misión ciudadana, por el bien de los que lleguen en los siguientes cien años. Este modelo de destrucción masiva de las ideas, altamente personalista (egocéntrico a ultranza) defendiendo ideologías perimidas y desactualizadas no aparece como prudente ni tampoco apropiado. El problema es indudablemente social y por consecuencia político. Para ello hace falta educar al soberano, construyendo un nuevo modelo de pensamiento colectivo, proactivo, interactivo y aglutinante. Sin educación, Argentina recurrirá a más de lo mismo, sin resolver el pasado y siempre convocando glorias disueltas en el tiempo. ARGENTINA en el bicentenario debe dar término a las histerias del poder, para dar lugar a las convergencias del poder. Lo necesita el país, su sociedad, por ende su clase política. El foco aquí, es tomar la decisión de asumir la diferencia y dar el primer paso, y es evidente que éste no emanará de los actores políticos que representan el pasado de conflictos… Un futuro azul y blanco, debe vestirse de capacidades proyectivas, que tomen distancia de las propuestas radicales y peronistas, bien conocidas y esencialmente destructivas per se. Quizás sea el socialismo el que esté en condiciones de proponer lo distintivo… ARGENTINA, merece otro destino, los argentinos por venir, también. Mayo 22, 2010.-

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