jueves, 27 de mayo de 2010

Doscientos años de soledad


América latina y la idea de un congreso federal de repúblicas
Doscientos años de soledad
Carlos Franz
Para LA NACION

Noticias de Opinión: Jueves 27 de mayo de 2010 | Publicado en edición impresa

En la sexta cumbre de jefes de Estado de Europa y América latina, celebrada en Madrid, no se aclaró mucho. Salvo confirmar una cosa: Europa se reunió con un fantasma. La Unión Europea, que, con tropiezos y caídas, avanza hacia un gobierno conjunto, enfrentó a casi una treintena de mandatarios de América latina y el Caribe, incapaces de admitir que los represente uno solo. Si Zapatero hubiera estirado el brazo para saludar a su contraparte latinoamericana, se habría quedado con la mano tendida, estrechando el aire. En doscientos años no hemos sido capaces de acordar un delegado de todos, aunque fuera rotativo. (Nuestra última broma es la Unasur, que prescinde nada menos que de México.)

América latina nació el 22 de junio de 1856, durante una "cumbre" similar, en París. Nació, pero no ha llegado a existir, todavía. En esa fecha, Francisco Bilbao, el liberal y revolucionario chileno, proscripto, excomulgado, pronunció su discurso "Iniciativa de la América. Idea de un congreso federal de las repúblicas". Ante treinta y tantos prominentes exiliados latinoamericanos en Europa, Bilbao registró por primera vez la expresión "América latina". Lanzando esa utopía los animaba a ensanchar sus mentes con una idea más grande que sus patrias: nuestra unidad federal.

Un siglo y medio después, y en el bicentenario de nuestras independencias, apena reconocer que la idea de América latina ha fracasado. Que se quedó en utopía (un no lugar). América latina entra en su tercer siglo más invocada que vista, más virtual que real, más literaria que literal. No en balde la narrativa es uno de los pocos sitios en los que América latina llegó a existir como imagen conjunta. Nuestros bicentenarios conmemoran, sobre todo, doscientos años de soledad.

¿Cómo salir de esta historia de soledad y fantasmas? Si queremos que América latina deje de ser un espectro en el mundo, tendrá que ser nuestra gente quien les quite el miedo a los políticos (no sería la primera vez). Tendremos que hacernos ciudadanos latinoamericanos nosotros mismos, sin esperar más a que los Estados nos otorguen esa ciudadanía. Pero ¿dónde se convierten en latinoamericanos los latinoamericanos? La respuesta es bien sabida: viviendo fuera de nuestros países.

Aquella treintena triste de latinoamericanos expatriados en París hoy se ha transformado en decenas de millones repartidos por el mundo. Por ejemplo, en España. Donde ya hay un millón y medio de iberoamericanos descubriendo lo parecidos que somos. Mexicanos, colombianos, argentinos, ecuatorianos o chilenos se alivian de sus diferencias y se unen en sus necesidades, cuando se encuentran y se reconocen, más similares que distintos, en los rigores del destierro. En la fila de la inmigración, o la del paro. En el bar de hombres solos, rabiando celos. En las plazas donde las empleadas domésticas vigilan con un ojo a niños ajenos, mientras añoran a los suyos que quedaron lejos. Sobre todo, los latinoamericanos se encuentran y reconocen como tales en los locutorios.

En los locutorios, sobre las celdillas de los teléfonos y las computadoras, se escuchan y mezclan los acentos de media América latina. Desde allí, esas voces nuestras susurran o gritan enviando euros, noticias y besitos a casa. En los locutorios se aprende que los problemas de uno no son tan distintos de los del vecino, aunque él esté llamando a Colombia y yo, a Chile.

La emigración suele contarse como una tragedia de nuestras políticas fallidas. Los latinoamericanos, entre quienes tantos descendemos de extranjeros, sabemos que la emigración también es un apasionante relato de aventuras, ingenio y descubrimientos. Los que emigran no son, necesariamente, los que "sobran", sino esos a quienes les sobra energía, valor y curiosidad. Esta gente, en muchos sentidos la mejor, es la que está reconociéndose como latinoamericana en España.

Añádanse los miles de estudiantes que acuden cada año a perfeccionarse. El programa Erasmus tiene como verdadero objetivo enseñar a ser europeos a los jóvenes de este continente. Por su parte, los estudiantes nuestros que vienen a España aprenden una materia secreta, de la que sus gobiernos ni se enteran: cómo ser latinoamericanos.
Hay una nueva oportunidad, en estas migraciones del siglo XXI, para el viejo sueño fallido de una América latina unida. No sólo porque nunca antes hubo tantos latinoamericanos reales, en lugar de fantasmales. También porque jamás una comunidad de emigrantes mantuvo tanto contacto con sus patrias lejanas.

Desde sus bulliciosos locutorios, estos latinoamericanos distantes influyen a diario en la vida de sus países de origen. Constituyen, de hecho, una quinta columna que socava las rigideces ancestrales de nuestras sociedades con un potencial de cambio incalculable. El inmigrante de hace un siglo, que enviaba una carta desde Nueva York o Buenos Aires a sus parientes de Sicilia o Galicia, inoculaba una energía irresistible en los jóvenes de su pueblo. Los inmigrantes latinoamericanos de hoy ejercen esa influencia, de viva voz, todos los días. Por teléfono o chats, mediante videollamadas o correos electrónicos. Un aluvión de terabytes de información personalizada fluye hacia la base social de nuestras naciones. El "efecto llamada", que tanto aterra a los xenofóbicos, es lo menos importante en ese flujo. Unos pocos vendrán; la mayor parte no. Lo importante les ocurre a los que se quedan. Porque el mensaje encriptado en esas comunicaciones ya está cambiando nuestras sociedades. Testimoniando lo que es vivir con los valores que nos escasean: la cultura de la libertad y de la responsabilidad individual.

No vamos a idealizar a España. Un país a medio camino del civismo en varios terrenos. Pero no es indiferente el ambiente de mejor democracia, más Estado de Derecho y mayor libertad individual, donde estos nuevos latinoamericanos están probando su valor. Cada inmigrante que "chatea" estas experiencias a sus paisanos confirma implícitamente que, con todas sus imperfecciones, una sociedad más abierta es preferible a los populismos y las demagogias que algunos venden en nuestros pagos. El inmigrante en una sociedad más libre y democrática, hasta cuando le va mal puede decir que, al menos, es dueño de su destino. Con sus desalientos y esperanzas, ese mensaje se trasmite a una audiencia innumerable en nuestro continente, todos los días.

Los jefes de Estado latinoamericanos que vinieron a Madrid por estos días, rigurosamente desunidos, como manda nuestra tradición, harían bien en tomar nota. Puede que esta quinta columna latinoamericana esté cambiando nuestros países, con sus llamadas desde estos humildes locutorios, mucho más que ellos con sus discursos, desde sus altos podios.

La treintena de latinoamericanos expatriados a los que arengaba Francisco Bilbao en París se ha transformado en millones. Su ejemplo gesta la unión iberoamericana del futuro. No será pronto ni fácil. Pero no está prohibido soñar que lo veremos: una futura cumbre donde la Unión Europea no tenga que mirar el rostro fragmentado de un fantasma. Sino el de esta América latina que unió a su propia gente.
© LA NACION
El autor, chileno, es escritor.


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Carlos Franz

lanacion.com | Opinión | Jueves 27 de mayo de 2010




Editorial I
Avance del crimen organizado
La corrupción, la falta de controles y la inoperancia judicial tornan a nuestro país territorio fértil para este flagelo

Noticias de Opinión: Jueves 27 de mayo de 2010 | Publicado en edición impresa

El crimen organizado es una realidad concreta que despliega sus garras en distintas latitudes a lo largo y ancho del mundo. La peor actitud que se puede asumir es negar su existencia, dado que eso le permite abrir más fácilmente las puertas para su instalación, actuación y consolidación.

El crimen organizado se vale para sus propósitos de conductas ilícitas de neto corte transnacional, como son la trata de personas; el tráfico de estupefacientes y de armas; el lavado de activos, y la corrupción, entre muchas otras.

Sus objetivos son la concentración de divisas, la legitimación en el mercado y la puja de poder con el Estado, poniendo en crisis el ejercicio monopólico de la fuerza que a él le reconoce la sociedad, carcomiendo así las bases mismas de la institucionalidad y de la vida en sociedad.

Para ello, el crimen organizado elige los países en los que le resulta más atractivo y rentable llevar a cabo sus siniestros objetivos. De tal manera, priman en su elección aquellos donde existan mayores índices de corrupción, pobreza, exclusión y carencia de controles fiscales, jurídicos e institucionales.

El crimen organizado no escatima esfuerzos, y así como erradica con la más variada gama de hechos violentos a todo aquel que se oponga o estorbe en su camino también sabe allanarlo comprando voluntades y, lo que es más peligroso aún, colocando funcionarios leales a su causa.

A su vez, con el volumen impresionante de dinero que obtiene de sus acciones ilícitas, el crimen organizado desarrolla su ingeniería para proceder a legitimar tales activos, con lo cual despliega otra de sus peligrosas facetas sobre la sociedad, destruyendo el mercado, el valor de la moneda, la justicia y la competencia leal.

De esa forma, una actividad ilícita organizada que se nutre de la pobreza, la exclusión, la ausencia de controles y que provoca muerte, corrupción, competencia desleal y destrucción de la institucionalidad de un Estado resulta un enemigo invisible, pero concreto de cualquier sociedad.

La gravedad de la existencia del crimen organizado ha movilizado la conciencia del concierto de las naciones a través de la suscripción de tratados regionales e internacionales para enfrentar sus acciones e investigar y castigar sus conductas.

Sin embargo, no se puede negar que muchas veces el crimen organizado logra la impunidad a través de la resolución rápida de las causas en contra de sus integrantes a partir de jueces, fiscales, policías, inspectores o funcionarios corruptos que actúan en su favor movilizados por las enormes ganancias espurias que les son otorgadas.

A partir de la experiencia internacional, el contexto descripto permite concluir que nuestro país no está lejos de la influencia de este flagelo y de su instalación entre nosotros.

La extendida corrupción, la destrucción de la mayoría de los organismos de control o el entorpecimiento intencional de su normal funcionamiento, el incremento de la pobreza y la inseguridad reinante son variables más que tentadoras para que hayamos sido elegidos como destino de actuación de la criminalidad organizada.

La falta de una legislación precisa en la materia, la carencia de recursos adecuados para la investigación de este tipo de organizaciones, la descoordinación de las agencias del Estado en la prevención, persecución y represión de sus conductas y la connivencia de distintos estamentos, que deberían estar comprometidos en su lucha, crean un terreno fértil para que este cáncer esté creciendo en nuestro país.

Los hechos de terrorismo internacional sufridos, el incremento del tráfico de estupefacientes y de armas, la aceleración de casos de posibles víctimas de tráfico de personas, los asesinatos por encargo y los escándalos de corrupción son claros botones de muestra de ello.

La ausencia de condenas por lavado de dinero, enriquecimiento ilícito de funcionarios públicos o corrupción es otra demostración más de la existencia de una legislación meramente simbólica y de agencias del Estado atrofiadas, cómplices o inútiles.

Resulta imperioso que esta realidad sea atendida con la gravedad que conlleva para detener el avance del crimen organizado, porque una vez que logre instalarse y consolidarse en las entrañas mismas del Estado y la sociedad y extienda sus ten-táculos en la actividad económica del país, no sólo se pondrá en jaque la vigencia de las instituciones, de la economía y de su moneda, sino que la vida misma perderá todo valor absoluto.

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La corrupción, la falta de controles y la inoperancia judicial tornan a nuestro país territorio fértil para este flagelo

lanacion.com | Opinión | Jueves 27 de mayo de 2010


el dispreciau dice: los pueblos de América padecen la llegada del hombre blanco, un hombre que conteniendo más corrupción que hambre de cultura, más codicia que misericordia, más miserias humanas que compasión, más avaricia que sentido común, transplantó los males de Europa en este mal llamado nuevo mundo, consumiendo culturas genuinas y sabidurías ancestrales. Su primera contribución a la América fue la sífilis, detrás de ella la violencia y la violación como métodos de vida. Traducido, sus aportes han sido francamente pobres, porque detrás de ello implantó la inquisición que produjo uno de los mayores genocidios de la historia humana en la Tierra, reconocido por la Iglesia, pero jamás asumido tal se caracteriza todo lo que emana del "has lo que yo digo, no lo que yo hago"... América lleva en su mochila la carga de la conquista con todos sus males. Curiosamente la corrupción se ha enquistado y forma parte del sistema de vida que propone al mundo, una sociedad europea deteriorada, disgregada y consumida por atropellos y vejaciones que han encontrado tierra fértil en los Estados Unidos de Norteamérica. Ambos nodos se rasgan las vestiduras hablando de moral, civismo, derechos humanos, democracia y otras tantas yerbas, siendo los primeros en violar cualquier norma escrita, a la que luego premian, distinguiéndola por su capacidad de burla antes que por su calidad de aportar valor... Así, han invadido el mundo con teorías falaces de economías sustentables, modelos que sólo sirven para sostener la depredación como método de vida y la exclusión como modelo de expansión de sus finanzas. Exterminados los esclavos negros del África y arrasadas sus culturas, los nichos de robo se están terminando a manos de las miopías del poder de reinos fracasados en sus capacidades de brindar bienestar a sus sociedades. El mundo se ha vuelto pequeño y las pretensiones imperiales han renacido con fuerza extrema, pretendiendo apoderarse de lo que queda a cualquier precio, bajo cualquier justificación, pretextos de la desesperación... pero la realidad de los viejos imperios consumidos por sus miserias es bien otra, han fabricado un mundo de pobres, y sus economías están quebradas por la impericia y negligencia manifiestas para construir un mundo equitativo. América tiene entonces mucho más de doscientos años de soledad, ya que conlleva gratuitamente la condición de nutrir al mundo de las falacias por más quinientos años, sin solución de continuidad, asistiendo a cómo la vida no vale nada desde entonces. Podrán las limitadas visiones de los norteamericanos mal informados, deformar la historia Maya y exponerla como vidas desalmadas, tanto como lo propio se hizo a lo largo de la conquista, mintiendo lo que finalmente se estudia como historia. Si embargo, así como existe un reverso de la conquista, también lo hace uno semejante de la historia actual, la que transitamos. Los imperios suelen no tener vergüenzas, y así se expresan con códigos fabricados para verse favorecidos, nunca favorecer, y esos mismos códigos están rotos y atravesados por una corrupción que se expone como humana pero es patrimonio de las culturas de occidente. Para ello, se han inventado todo tipo de patrañas que dieron lugar a la Segura Guerra Mundial, a Corea, a Vietman, a Irak, a Afganistán, a Irán, Pakistán, acciones que justifican gastos y mantener a sociedades enfermas ocupadas, lo suficiente como para que no anden sueltos y tampoco piensen demasiado. Para ello las drogas son un significativo aporte, que alguien fabrica, alguien vende, alguien compra. América se está viendo consumida a manos de democracias bárbaras que dicen una cosa y hacen otra. América parece no darse cuenta que el Proyecto Cóndor ha tomado vuelo y ya no sólo extermina ideologías, también intenta apropiarse de la dignidad humana, despreciando la condición y exterminando la calidad. En realidad, el problema no es nuestro, antes bien es de ellos... Mayo 27, 2010.-

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