domingo, 29 de agosto de 2010

BICENTENARIO DE DEUDAS CON LA HISTORIA


EL OTRO BICENTENARIO
La vigencia de las ideas


Domingo 29 de Agosto de 2010 | Por Gabriela Tío Vallejo para LA GACETA - Tucumán.


Las lecturas de Alberdi sobre la realidad del espacio que se convertiría en la República Argentina asombran por su lucidez.

Alberdi cuestionó los supuestos sobre los que se construyó la reflexión acerca del país en el siglo XIX; de allí su originalidad. No cayó en la trampa de "la preexistencia de la nación" como aquellos que sospecharon una nación esencial, consideraba que la nación debía construirse. Tampoco se dejó seducir por la dicotomía civilización-barbarie que buscaba explicar los conflictos entre proyectos diversos de nación.

Explicar las razones de la inestabilidad de los gobiernos provinciales en el período que transcurre entre el colapso del poder heredero de la revolución en los 20 y los primeros pasos de un orden constitucional general en 1852, ha sido uno de los retos de la historiografía argentina. La persistente "provisionalidad" de los gobiernos, los caudillismos, los recurrentes asaltos al timonel de los ejecutivos provinciales, las luchas entre familias y facciones, los conflictos entre las ciudades, parecían ser los trazos más evidentes de estas décadas. Sin embargo, estos fueron también los años en que se constituyeron los diversos ramos de las administraciones provinciales, en que se ensayó la participación política en las legislaturas, en que se aceitó el sistema de las elecciones fundadas en el triunfante principio de la soberanía popular.

La historiografía argentina lleva casi 160 años combatiendo, en la academia y en diversas trincheras, por la interpretación de este período, para llegar hoy al panorama que pintaba Alberdi en 1853.

En su Derecho Público Provincial Argentino, reflexionando acerca de los principios que deberían regir la organización institucional de las provincias, señalaba los "males" que atentaban contra esos principios:

Las provincias mostraban un ordenamiento institucional de estados soberanos autónomos, habiendo equiparado órganos y atribuciones que habían sido establecidos para el poder central, a sus símiles provinciales. Tuvieron sus propias milicias y ejércitos, acuñaron moneda, legislaron sobre aduanas, establecieron contribuciones.
De resultas de ello los poderes ejecutivos provinciales tomaban las atribuciones de los ejecutivos nacionales adquiriendo poderes desmesurados.

Las legislaturas provinciales se habían convertido en cuerpos extraordinarios y constituyentes por tiempo indefinido, capaces de otorgar estos poderes extraordinarios al poder ejecutivo.

Buena parte de estos "vicios" eran consecuencia, para Alberdi, de la desaparición de los cabildos. La policía y la justicia de primera instancia fueron quitadas al pueblo, representado por cabildos de su elección inmediata, y entregados a comisarios, a jueces de paz y a jueces de primera instancia, elegidos y con atribuciones designadas por el gobierno. Todo ello daba al Poder ejecutivo provincial un poder omnímodo.

Más allá de una cierta idealización democrática del cabildo colonial, que estaba relacionada con su confianza en el municipalismo, la sencillez del cuadro contenía los rasgos esenciales de la situación de las provincias entre el 20 y el 50. Con la misma claridad, explicaba otro gran nudo de la historiografía argentina: "...el caudillo no es otra cosa, en la República Argentina, que el gobernador de provincia con el modo de existir forzoso que tiene por el estado de cosas de ese país. ¿Qué es el gobernador de una provincia argentina? Es el jefe de un gobierno local que no tiene renta, y que no reconoce autoridad suprema que le impida tomarla donde y como pueda; es un poder que tiene necesidades y deberes que cumplir, y que no tiene freno en la adquisición de los medios que necesita para llenarlos…"

Sorprende la vigencia de las reflexiones de este olvidado intérprete de la realidad argentina del siglo XIX. © LA GACETA

Gabriela Tío Vallejo - Doctora en Historia por El Colegio de México y profesora asociada de Historia de América Independiente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT.
http://www.lagaceta.com.ar/nota/395667/LA_GACETA_Literaria/vigencia_ideas.html

el dispreciau dice: no son (somos) pocos los argentinos que pensamos (sentimos) que nuestra nación debe ser refundada (otras también). Refundada a partir de valores genuinos, de tradiciones ciertas, del respeto por las instituciones, de compromiso con y por la democracia, de compromiso con la "palabra" pronunciada para que las promesas no sean entelequias de la conveniencia... ¿hay más?, sí, mucho más. ¿Cuántos somos?, con que haya uno ya es suficiente, pero en realidad no es "uno" sino muchos que sentimos compromiso cierto con la bandera, con los valores, con las tradiciones, con las historia que nos forjó, y nuevos etcéteras. Cada día nos levantamos pensando en "con qué nos saldrán hoy", y siempre nos sorprende la capacidad (in) de la clase política para inventar zozobra a los ciudadanos. Podrá pensarse que hablo del ejecutivo, pero no sólo hago referencia a los perfiles que obvian al conjunto, también lo hago sobre aquellos otros que pretenden pero no llegan o no les alcanza, o bien pretenden estar en carrera para cualquier cosa que se represente en una silla con espacio para decidir por la vida de los demás. Como bien saben, a pesar de haber nacido en Buenos Aires, entre Hinojos y San José de Flores, nunca fui devoto de la Capital Federal (Ciudad Autónoma de) porque necesito que mis ojos vean horizontes lejanos, libres de tranqueras y alambradas, más allá de los potreros y distancias. Claro está que la vida nos impone circunstancias y nosotros nos debemos a ellas, porque para eso hemos nacido y se nos han concedido dones, talentos y gracias... por ello, he vivido en Buenos Aires los suficientes años (tiempo) como apreciar ciertas cosas y despreciar otras, sin embargo debo decir que también amo a Rosario (Santa Fé) y ni qué hablar de otras ciudades a las que les descubro aquello que no despierta las atenciones de otros. Siempre buscando el lado bueno, expresión genuina de las culturas, tales como los bombos de Santiago del Estero, los sikuris del altiplano, las energías de Cafayate, las... no importa. Sucede que en este concierto de tránsitos por la vida, veo que tampoco somos pocos los que evocamos a Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Juan Bautista Alberdi, y tantos otros como fuentes del ideario nacional (Favaloro, Houssay, Milstein, Leloir). Un ideario fructífero, profundo, distintivo, arrasado por las miserias humanas de unos pocos que vienen fabricando deuda social, política, y otros focos, desde que Bernardino Rivadavia suplantó los intereses de la corona. La República (como todas o cualquiera) padece etapas de maduración social e individual que se traduce en aportes. No llama la atención entonces que los discursos hablen de democracia y derechos humanos y ciudadanos, para luego atropellar a los unos y a los otros. Tampoco llama la atención que en nombre de las instituciones se haya tomado el poder durante los años setenta, para luego confundir ideas con ideologías, consumiendo a una generación entera de "cultura nacional". Mucho menos llama la atención que hayamos ido por las Islas Malvinas, sacrificando jóvenes por mezquinos intereses propios de las incapacidades personales de militares ahogados en alcohol, plenos de soberbias, llenos de necedades. Pero en dicho concierto extraño de contradicciones y paradojas, para nada sorprende ver a una Buenos Aires dominada por la pobreza y los basurales que dan de comer a millones de argentinos marginados, indigentes, caídos del sistema por inoperancia de la clase política a la que no se le cae una idea en favor de aquello que dicen conducir. Buenos Aires es una muestra del unitarismo elevado a su máxima expresión, donde el aire se corta con cuchillo por las necesidades dominan, los bajos instintos imperan. Parece mentira que un conjunto de profesionales devenidos en políticos no encuentren el agujero del mate para transformar esta nación en una potencia cierta, y a cambio de ello, vivan a expensas de nuestras miserias y consecuentes exclusiones. Lo que transitamos hoy, no es otra cosa que el desprecio a aquel ideario y a aquel otro sacrificio que hizo que la Argentina fuera una nación distinguida en el conjunto. Los discursos están cada vez más lejos de las realidades (de todos). La constitución es algo semejante a una hermosa pintura que todos admiran pero nadie atiende, siempre haciendo referencia a argumentos esencialmente miserables. Cuando digo miserables podría decir, sin temor a equivocarme, que lo son en substancia porque se sostienen sobre el conjunto desconociéndolo. Apelando a falacias para subsidiar las dignidades... y así las gentes recurren a los basurales para paliar el hambre, aspecto no menor, pero demencial. ¿Qué diría hoy un Moreno?. ¿Qué diría hoy un Belgrano?. ¿Qué diría hoy un Alberdi?... que sus talentos fueron consumidos en una hoguera de vanidades y que ninguno de sus sacrificios (y los de muchos otros también) fueron justamente, en vano. Ante la realidad perecen los Kichner, los Macri, los Solanas, los Carrió, los Alfonsín, ya que si bien ellos parten de los genes sociales, no se distinguen de la mediocridad que domina el paisaje del conjunto. Bien podrían distinguirse con poco, pero algo los retiene y los detiene. Más allá de las sensaciones, ello alienta al regreso eterno de los fantasmas de no poder superar un Perón, una Evita, una revolución libertadora o un proceso, todas expresiones acordes con un momento fenecido e irrepetible. Habría que preguntarse cómo hizo Alemania para superar a su Hitler, o cómo hizo España para hacer lo propio con su Franco, o Italia con su Mussolini... ¿qué hay que nos impide darnos cuenta de los males que nos acosan sin solución de continuidad?... ¿por qué el que llega del poder se inmortaliza en y por sobre las miserias ajenas?... ¿de qué sirve?... ¿de qué sirve tener provincias enteras llenas de basurales de los que las gentes se alimentan?... ¿por qué no fabricar un estado de derecho cierto?... ¿por qué descalificar al que señala errores?... ¿por qué inventar historias que eclipsen las otras historias?... ¿cuáles son los argumentos para semejante calamidad inducida?... El foco puede estar en el campo, razones por medio, evidenciando que la mesa de enlace se sustenta en una falacia no distinta a aquella en la que se enfoca el propio gobierno... para luego pasar a la fabricación de papel y el papel protagónico de medios que han perdido su brújula cuando se firmó el certificado de defunción de Diario El Mundo. Queda en evidencia que la sociedad está mal, en contra de sí misma, expresando que para un argentino no hay nada peor que otro argentino, mucho peor si se distingue, saca la cabeza fuera del agua, para luego reconocer sus valores ante premios ajenos y más aún si se transforma en martir de las necedades del poder (caso Favaloro). No es así como se construye una nación en serio. Este 2010, primer paso del bicentenario que nos lleva al verdadero, al 2016, está poniendo en evidencia la magnitud de las deudas para con nosotros mismos... queda claro que si fabricamos pobreza, ella terminará por consumirnos como país y como sociedad. ¿Qué nos impide comprender esta verdad?... muchas miserias humanas ocultas tras sonrisas, cinismos, hipocresías, abrazos falsos, afectos mentidos, ventajeadas harteras. ARGENTINA está en deuda consigo misma, y esa deuda crece segundo a segundo, a manos de negligencias exacerbadas por las soberbias que emanan al modo de un volcán, derramando toneladas de lavas que se traducen en impericias. Allí se consume el ideario de mayo de 1810, y mucho peor, el otro, el de 1816... Lo peor es que estamos muy lejos de contener un nuevo Moreno, otro Belgrano, o un genio como Alberdi... demasiado lejos. Agosto 29, 2010.-

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