lunes, 25 de octubre de 2010

EL REINO DEL REVÉS - El derecho y el revés del país - lanacion.com

[I/III]
Una recorrida por la geografía de la Argentina y su gente
El derecho y el revés del país
Guillermo Oliveto
Para LA NACION

Lunes 25 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa

El derecho y el revés del país

A veces hay cosas que, precisamente por su acotado tamaño, tienen una enorme grandeza. Los recuerdos de la infancia suelen estar entre ellas.

Viene hoy a mi mente un pequeño ciclo televisivo con formato poco habitual que de chico veía en aquella televisión de apenas cuatro canales. Se llamaba El país que no miramos y mostraba tesoros ocultos, cosas que estaban ahí pero que, de tan cercanas, no éramos capaces de ver. Por ejemplo, cúpulas de viejos edificios que habían sido realizadas por famosísimos arquitectos o esculturas de enorme valor artístico que, sin que lo advirtiéramos, enaltecían el paisaje ciudadano. Todo eso estaba ahí, pero para nosotros no existía. El programa nos recordaba la importancia de ejercitar la mirada. Veinte años después, el 14 de octubre pasado, El Roto publicó en el diario El País de España uno de sus tantos chistes que más que hacerte reír te dejan pensando. Se ve la imagen de la cara de un hombre muy de cerca. Apenas un cuarto de su rostro, que muestra uno de sus ojos y lleva gafas. Dice el autor: "¡Qué curioso! Cada vez resulta más difícil ver lo que está a la vista".

Hoy ya no hay cuatro canales en la tele, sino cientos. Y cientos de radios. Y decenas de diarios y revistas, en formato impreso y digital. Y blogs. Y portales. Y redes sociales. La información brota de las paredes. Sin embargo, más no es necesariamente mejor. ¿Qué vemos cuando vemos? ¿Qué entendemos? ¿Qué pensamos? ¿Qué decimos?

La revista de los domingos de LA NACION publicó en mayo un memorable artículo de tapa que instaló un nuevo término en el lenguaje: "infoxicados". Estamos intoxicados de información. Hay tanta, y tan disímil, que cuesta mucho asimilarla, procesarla y juzgarla con algún criterio razonable. Umberto Eco, considerado una de las mentes más brillantes del siglo XX, comparó Internet con un mítico personaje creado por Jorge Luis Borges, Funes el memorioso: "Hoy Internet es como el Funes de Borges. Una totalidad de contenidos no filtrada ni organizada. Funes recuerda todo y por esta misma razón es un idiota completo, un hombre inmovilizado por su incapacidad para seleccionar y descartar".

Como en varias de sus obras, Borges fue profético. En la era de la "infoxicación" se vuelve imprescindible desarrollar nuestra capacidad para seleccionar qué guardamos en los archivos de nuestra mente y qué dejamos pasar.

Este año, mi agenda de actividades me llevó a realizar una intensiva inserción en la Argentina 2010. Recorrí más de 30 ciudades en apenas seis meses. A varias de ellas fui más de una vez. En promedio, cinco ciudades diferentes por mes, más de una por semana. Además, naturalmente, continué con mis actividades en la ciudad de Buenos Aires, donde vivo actualmente, y el Gran Buenos Aires, donde nací y viví hasta los 25 años.

En mi propio "tour del Bicentenario" estuve en San Salvador de Jujuy, Salta, San Miguel de Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Formosa, Resistencia, Posadas, Corrientes, Santa Fe, Paraná, Rosario, Córdoba (capital), Río Cuarto, San Luis, San Juan, Mendoza (capital), San Martín, Junín, Rivadavia, Tupungato, San Rafael, General Alvear, La Plata, Quilmes, Mar del Plata, Bahía Blanca, Villa La Angostura, Neuquén, Comodoro Rivadavia y Ushuaia. Viajé en avión, pero también, muchas veces, en auto. Recorrí autopistas, autovías, rutas, caminos. Caminé. Hablé con todos los que pude. Decenas de empresarios, algunos grandes, la gran mayoría pequeños o medianos. Canillitas, remiseros, taxistas, mozos, periodistas. Gente de la cultura. Algunos intendentes. Funcionarios públicos. Responsables de organizaciones público-privadas. Estudiantes, emprendedores, historiadores, lugareños. Miré. Saqué fotos de las cosas que me llamaban la atención. Respiré el clima de cada lugar. Procuré sentir su vibración. Fueron más de 60.000 kilómetros de andar, 7000 de ellos por tierra. ¿Qué vi?

Vi los cargados limoneros de Tucumán. Y las cañas de azúcar en Jujuy listas para la zafra. Los olivares de Catamarca y La Rioja que ya producen en plenitud. Caminé entre los emblemáticos viñedos de Mendoza, que son un orgullo nacional. Vi las escuelas y los centros de salud que se construyeron en Formosa. Y la nueva costanera de Corrientes. Y la soja -nuestro "oro verde"- en Santa Fe, pero también en Santiago y en tantas otras partes. El movimiento comercial renovado en San Juan, consecuencia, en parte, del desarrollo de la minería y también de la vitivinicultura. Las míticas autopistas de San Luis. Sí, están ahí con sus torres de iluminación pintadas de todos los colores. Y vi la sorprendente exposición de arte al aire libre en Resistencia, donde además prometen terminar en breve un gran centro cultural. Se ve que falta poco. Ahí está la obra. Y recorrí esa maravilla que es el Museo Nacional de Bellas Artes de Neuquén (única filial del Museo Nacional de Bellas Artes). Vi a los turistas en Villa La Angostura y Ushuaia. Comprobé la fuerza económica que genera el petróleo en Comodoro.

Escuché hablar inglés y portugués por doquier, especialmente en Buenos Aires. Una Buenos Aires donde brilla la cultura, con una cartelera artística y una propuesta de entretenimiento top ten mundial. Y donde los restaurantes, las pizzerías, los bodegones y las parrillas han dejado bien atrás el frío invierno de 2009. Hoy, otra vez, en los lugares más renombrados hay que reservar con anticipación. En los polos gastronómicos de "Lomitas", en el sur del Gran Buenos Aires, o en la avenida Santa Rosa, de Castelar, tampoco es fácil conseguir lugar un sábado por la noche. Vi la revolución de la construcción que comenzó en Buenos Aires y se expandió a Rosario, Córdoba y Río Cuarto. Lo llaman "el ladrillo-soja". Y ese mismo germen de la inversión inmobiliaria incipiente ya está en Mar del Plata. "La Feliz", año tras año recupera su tradicional esplendor. Al igual que buena parte de la costa atlántica. Vi una Bahía Blanca renovada (hacía un par de años que no iba). Y las madereras de Posadas funcionando.

Pude verificar en muchos lugares cómo la reforma de viejos hoteles los había transformado en nuevos establecimientos aptos para el turismo internacional. Y también el desarrollo de una nueva infraestructura turística de primer nivel en otras tantas ciudades, como por ejemplo Mendoza, y también, aunque en menor escala, Paraná. Sentí la estimulante potencia de Salta. Vi la gran mayoría de las ciudades atestadas de autos y, especialmente, de motos de baja cilindrada. Aquí nomás, en La Plata, en Quilmes, Morón o San Justo, también. Visité locales de supermercados, shoppings y cadenas de farmacias. Varios recién estrenados. En todos ellos había mucha gente comprando. Vi decenas de barrios nuevos construidos por el Estado, esos donde todas las casas son parecidas. "Eso era campo, ahí no había nada", me decía la gente del lugar. Un intendente me contó lo que le dijo una señora mayor cuando la recibió: "Se cumplió el sueño de toda mi vida. Yo sólo quería sentarme y ver llover por la ventana". Y también vi múltiples desarrollos de barrios cerrados y countries.

Recorrí nuevas autovías y crucé nuevos puentes, transité por avenidas ensanchadas, caminé por veredas arregladas, disfruté plazas puestas a nuevo. Vi las rutas cargadas de camiones. Que iban y venían. Con cereales, muchos cereales. Con autos, muchos autos. Con madera. Con ganado. No tanto como en otras épocas, pero algunos crucé. Leí los diarios del lugar. Tenían una buena cantidad de páginas y avisos. Avisos de shows artísticos nacionales e internacionales de primer nivel en muchas ciudades que anunciaban que por primera vez en muchos años llegaba ese artista al lugar. Vi la obra pública que se ve. Más en algunos lugares que otros, pero se ve. Vi una actividad comercial pujante prácticamente en todos lados. Y el trabajo de mucha gente anónima, que no está en los medios, pero que todos los días se levanta a la mañana para hacer lo que tiene que hacer. Y lo hace.

Lamento profundamente que la lógica binaria que se ha instalado en la opinión pública nos nuble la vista. Esto es algo que también pude comprobar en mi recorrida. Atraviesa, por desgracia, todo el país. Me da mucha tristeza que hablar de lo que anda bien en la Argentina sea mal visto por mucha gente. ¿No es el país en que vivimos? ¿No es el país que les ha permitido a aquellos que tienen una vida razonablemente digna llegar a tenerla? ¿Cómo puede ser que por alegrarnos de algunos de nuestros esfuerzos y aciertos automáticamente se nos excomulgue tildándonos de "K"? ¿Y que ese mote sea equivalente a "vende patria"? ¿No es éste un gobierno que ganó democráticamente las elecciones con un 47% de los votos?

Negar que el país ha crecido 70% en los ocho años que van de la crisis de 2002 a la actualidad -gobiernos de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Kirchner-, que el desempleo bajó del 25% al 8%, que hoy las palabras "trabajo" y "producción" están de nuevo en el centro de la agenda de la gente, que la pobreza se redujo del 55% a cerca de un 25%, que el consumo de alimentos medido en unidades creció un 63% desde 2002 a 2010, que la Argentina tenía al comenzar 2002 una deuda externa que representaba el 162% del producto bruto y que hoy es cerca del 40% del producto, que este año nos visitarán cerca de cinco millones de turistas extranjeros cuando en aquel entonces eran menos de un millón, que se batirá el récord histórico de venta de autos 0 km (630.000 autos) cuando en 2002 se pronosticaba el cierre de casi todas las fábricas, que se superó el "tan temido 2009" con una solidez que pocos auguraban y que, en definitiva, este país está muy lejos de aquel de la crisis terminal que casi nos lleva a la disolución nacional, es querer tapar el sol con la mano. Pasar por alto que todo eso es muy bueno para la Argentina y los argentinos, más allá del gobierno de turno, también.

Del mismo modo, ¿cómo puede ser que señalar lo que debe mejorarse sea un pasaje directo al estigma de "conspirador destituyente"? Negar que aún hay una cuarta parte de la población argentina que la pasa muy mal, que la inflación existe y es alta, que hay incertidumbre entre algunos de los que tienen la capacidad para invertir, que corregir la inequidad en la distribución de los ingresos que se gestó durante 30 años es un desafío enorme, que son muchos los que desean mayor claridad en un proyecto de mediano plazo para el país, y que el miedo y la paranoia no son ninguna sensación y están a flor de piel entre la gente y que eso es muy malo para la Argentina y los argentinos, también es pretender ocultar lo imposible. Todo esto también lo vi y lo sentí, prácticamente, en todos lados.

Falta un año para la próxima elección presidencial. Promete ser un año "largo", que, por su intensidad, durará más de 12 meses. Tenemos tiempo para pensar. Viendo lo que se ve, pero también lo que no se ve. Aquello que se nos esconde detrás de la vorágine cotidiana y el clima áspero que nos circunda. Ese país que no miramos.

Está ahí. Y funciona. Es perfectible, obviamente, pero anda. La Argentina que hace ocho años estaba devastada se ha puesto de pie. Trabajosamente, arduamente. Y lo hicimos nosotros, cada uno de nosotros.

Ese país que no miramos desea que a quien le toque gobernar, sea quien sea, tenga la capacidad de construir sobre lo construido, y mejorar lo que haya que mejorar, para que toda su potencia florezca de una buena vez. © LA NACION
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[II/III]
El mundo sigue siendo ancho y ajeno
Graciela Melgarejo
LA NACION

Lunes 25 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa


Siempre habrá, afortunadamente, lectores que, más atentos que otros, descubran en sus lecturas cotidianas sutiles erratas o alguna ausencia, y quieran compartirlas.

En esta línea de pensamiento, Rubén Laporte, en su correo electrónico del 16/10, cuenta su experiencia: "En el artículo «Por fin, un Nobel justo», del 15/10, Luis Gregorich se ocupa del Nobel otorgado a Vargas Llosa. Destaco dos errores: el título de la novela de Vargas Llosa es Conversación en La Catedral. Las mayúsculas obedecen a que es presuntamente la transcripción de una larga conversación que ocurrió en un bar llamado La Catedral. Presumo que el error obedece a un corrector comedido que seguramente no leyó ese libro.

"Luego Gregorich enumera una serie de escritores peruanos destacados, pero olvida a Ciro Alegría, autor de la novela El mundo es ancho y ajeno, que constituye seguramente, a mi juicio, una fuente de inspiración de Vargas Llosa por ocuparse de la explotación del indígena por parte de la clase dominante, elemento que probablemente haya contribuido a la escasa difusión y a la poca prensa de que ha gozado el urticante libro."

El lector lleva razón con respecto al título de la obra de Vargas Llosa; efectivamente, es Conversación en La Catedral, por el nombre de un bar de Lima en el que se reúnen dos de los personajes principales. En cuanto a la enumeración de escritores peruanos, convengamos en que siempre hay más creadores de los que uno puede recordar, pero, por el contrario, recordar otros a los que no todos conocen es también un mérito. Entre los que enumera Gregorich están, por ejemplo, el magnífico cuentista que fue Julio Ramón Ribeyro y el magnífico ensayista que es Luis Loayza.

Pero es cierto que, independientemente del Nobel a Vargas Llosa, el peruano Ciro Alegría, autor de una novela-río como El mundo es ancho y ajeno y de una nouvelle perfecta como Los perros hambrientos, ha sido y es uno de los grandes nombres de la literatura latinoamericana del siglo XX. Su novela se publicó en 1941 y dio comienzo en Perú a la llamada literatura indigenista. Por todo esto, no cabe sostener que haya tenido "escasa difusión" y "poca prensa", porque, además de ser un clásico de esos que se leían en el colegio secundario y en la universidad, ha sido traducida por lo menos a treinta idiomas. Incluso, el reciente premio Nobel de Literatura 2010 dijo que esta obra es "el punto de partida de la literatura narrativa moderna peruana y su autor, nuestro primer novelista clásico".

Como un tema trae otro, es posible contrastar las observaciones de Laporte con las de otros lectores de otros diarios; en este caso, peruanos, en homenaje a Vargas Llosa. El miércoles último, el diario limeño El Comercio publicó una nota titulada "¿Un «boom» de la lectura en el Perú?". Su autor, el columnista Eduardo Yamada, se remontaba primero a un artículo anterior, según el cual "los índices de comprensión lectora en el Perú todavía están por los suelos. Sólo uno de cada cinco entiende lo que lee". Yamada formulaba luego el siguiente pedido: "Que el Estado, las fundaciones y los medios faciliten ediciones populares de sus obras [las de Vargas Llosa], y que padres e hijos las lean juntos, comenten y escriban ensayos a partir de ellas. Así mejoraremos nuestros índices de comprensión lectora, seremos mejores peruanos y sembraremos las semillas para otros premios Nobel por delante".

Los comentarios de los foristas fueron muchos, pero dos bastan para ejemplificar y encontrar coincidencias de pensamiento con los argentinos. Derrick Zeel escribió: "Un claro ejemplo de que la gente no entiende lo que lee es este site de El Comercio. La falta de lectura y la forma de escribir en los chats redunda en la abundancia de gente que no entiende lo que lee, ignorante que sólo sabe de fútbol y con pésima ortografía. Ojalá que esto algún día cambie". Más optimista, Juan Veliz (juangus) cree: "Al final le tomaremos el gusto. Es como ver una novela por TV, pero en vez de verla la lees. Animo, peruanos, a comenzar. Todo toma su tiempo y esfuerzo, pero con cultura no nos engañarán más".
© La Nacion
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[III/III]
Por un trabajo decente
Martin Santiago Herrero
Para LA NACION

Lunes 25 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa


DESDE 1992, la Asamblea General de las Naciones Unidas instauró el 17 de octubre como Día Internacional de Erradicación de la Pobreza, para convocar a países y gobiernos a reflexionar acerca de los alcances, naturaleza y consecuencias de las múltiples carencias y negación de derechos que enfrentaba y enfrenta una proporción muy significativa de la población mundial. Se trata de un profundo desafío ético, que presenta amenazas ciertas para actuales y futuras generaciones, en un contexto globalizado en el cual la geografía de la modernidad ofrece avances extraordinarios, espacios globales de oportunidades e interdependencias, pero, también, reproduce sin asombro la desnuda sentencia de la exclusión y la marginalidad.

En esa etapa histórica de la última década del siglo XX, se sostenía además como pensamiento dominante que la globalización y los mercados desregulados podrían resolver los problemas de carencias materiales de la humanidad. Hoy, 18 años después, podemos asegurar que aquel llamamiento no fue redundante, sino que obedecía a un imperativo categórico que fue tomando cada vez más vigencia y relevancia. Más aún, a partir de la crisis financiera global desatada en 2008, cuyas consecuencias finales están por verse, tanto para países en desarrollo como desarrollados.

El lema de este año fue "De pobreza a trabajo decente: reduciendo la brecha", un reto que, en tiempos de desempleo masivo en muchos países, constituye una verdadera declaración de principios sobre la búsqueda del trabajo decente, que, según define la Organización Internacional del Trabajo (OIT), es el trabajo productivo en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad. Esta definición refuerza la comprensión de que en las sociedades complejas es el mercado de trabajo la caja de transmisión que vincula la economía con el bienestar de los hogares. Esta relación es bidireccional y, por tanto, sociedades con mayores niveles de empleo y equidad potencian un crecimiento armónico tanto económico como político y social.

En América latina, en general, y en la Argentina, en particular, las políticas que tomaban el mercado de trabajo como un simple resultante de los fundamentos macroeconómicos han demostrado sus limitaciones. Se vivieron épocas de elevado crecimiento económico que convivieron con pobreza y mayor desempleo. Hoy se avanza en la dirección de colocar al trabajo en el centro de las decisiones, una muy acertada estrategia para mitigar los efectos de la crisis global. Promover el trabajo decente, registrado y con los derechos laborales establecidos en forma plena es condición para profundizar una senda de consolidación, no sólo de un crecimiento sostenido, sino de un sistema democrático más pleno y equitativo.

La Argentina ha reafirmado su compromiso con esta agenda mundial de lucha contra la pobreza y la desigualdad en todas sus dimensiones, incorporando metas puntuales y más exigentes, y ha sumado otro objetivo para el país ?promover el trabajo decente?, con indicadores sobre el mercado de trabajo y la protección y seguridad sociales. No existe, por tanto, mejor política social que el pleno empleo ni mejor trabajo que el trabajo decente.
© La Nacion
Por un trabajo decente - lanacion.com


el dispreciau dice: conozco la Argentina, a la cual pertenezco, metro a metro... su gente, sus necesidades, sus luchas, sus alegrías y sus tristezas, sus abandonos y sus perezas... pero también conozco el mundo entero, ya que me ha tocado trabajar (sí, trabajar... no pasear) en muchos lugares, en un momento de la historia del mundo previo, coincidente y consecuente a la Caída del Muro de Berlín. Suelo no comprar ideologías, tampoco voluntarismos, mucho menos idealizaciones. Me remito a lo que veo en calidad de observador minucioso de las realidades contiguas, y entiendo lo que veo y sus trastiendas. ARGENTINA suele tener visiones sesgadas de su propia realidad, sucediendo lo mismo con las ajenas. Tenemos una natural tendencia a "idealizar" para luego frustrarnos y luego iniciar una temible caza de brujas, instalar descalificaciones y desprecios. ARGENTINA es una suerte de reino del revés, un rincón del loco país de la Alicia donde las escaleras pueden girar sus sentidos dando lugar a personajes incríbles. Durante los noventa, luego de padecer la tragedia de los años setenta donde aparecen dos bandos responsables, pareció que los ochenta (post-proceso) darían a esta nación vapuleada un poco de aire, pero la realidad demostró lo contrario. Una alianza entre dos sectores del lado oscuro regresó al país a una nueva tragedia, la de deformar todo para luego arrasarlo. Se arrasó la educación y la salud, el trabajo en todas sus formas, las empresas y se dio lugar al renacimiento de lo más bajo de la sociedad. El desastre del 2001 fue inducido por las propias confrontaciones políticas entre pobres y miserables (todos políticos), muchos de ellos cínicos, otro tanto oportunistas, más aún mentirosos. Lo que siguió del 2001 fue auspicioso, sin perder de vista que la realidad mundial ayudó a que nuestro país tomara aire gracias a circunstancias que le eran ajenas, aunque no tanto. En las recuperaciones de las naciones no hay héroes ni tampoco iluminados, hay detrás sólo gentes y esfuerzos... La propuesta K fue inicialmente clara y apropiada a las necesidades del país, más allá de cualquier diferencia de apreciación. No pareció adecuado la partida de Lavagna, tampoco la de Filmus, tampoco otras. Se esbozaba la intolerancia en algunos momentos, pero la misma no era marcada, hasta podía tratarse de conductas propias de las inconductas que nos caracterizan. Desde la segunda etapa K para aquí, todo se transformó en un pandemonium de incoherencias e histerias, crispaciones y atropellos, desprecios y descalificaciones, para nada ponderables en una primera magistrada de las características y capacidades de la Señora Presidente Cristina Fernández. Indudable hay una trastienda del poder que los míseros mortales (ciudadanos) no vemos, que tampoco percibimos... pero ello no habilita a aplaudir ciertas reacciones extemporáneas. La Argentina de hoy habla de una realidad que podrá existir en los números del INDEC, pero es bien distinta en la propia calle. Argentina no puede ser gobernada para los amigos, para los que piensan igual, para los obsecuentes... ya que de ser así, la exclusión crece y eso es justamente lo que sucede. Hay exclusión sindical y laboral. Hay exclusión social en educación. Hay exclusión social en la consideración del gasto social. Hay exclusión en salud. Hay exclusión aún cuando al estado político le cueste asumirlo y entenderlo. Coincido como ciudadano, aún en las profundas diferencias en la visión de la gestión del estado, en que existe un mundo que no puede ni debe ser aceptado, por caso el Fondo Monetario Internacional y sus recetas perimidas... pero no es lo único. Tampoco puede aceptarse el corporativismo de ciertas alianzas empresarias que transforman las circunstancias en monopolios y consecuentes manipulaciones. De allí a que el estado se arrogue el derecho de hacer lo mismo, me parece un disparate que además de no aportar nada, empalidece aún más realidad. Las necesidades de las gentes están incumplidas y en ello el estado no se ocupa, al menos no lo hace del mismo modo que cursó durante la primera etapa K... La prueba más concreta es que el estado no atiende a las victimas de un desastre natural tanto como desconoce la realidad de los millones de marginados que consumen sus días dentro el territorio nacional. No es lo único. La inseguridad crece de las manos de esas mismas pobrezas y esos mismos olvidos. Si esta es la forma "novedosa" de hacer política algo anda muy mal en nuestras cabezas, si dividir y/o descalificar las lealtades y sus sentidos se orienta con la misma brújula, algo anda aún peor. Declaro que mi visión ciudadana sobre la clase política es "impresentable", quizás también lo soy yo, pero apenas si puedo gobernarme a mí mismo y mis pobrezas, con lo cual el daño es menor. Argentina necesita atenderse a sí misma, colocarse en foco de las prioridades que la clase política transforma en deuda social, siempre. Antes que en los políticos creo en las personas y sin esas coincidencias (la de las gentes) un país no existe, y eso es justamente lo que estamos haciendo (no yo), Ustedes, los que juraron por esa misma patria que traicionan. Octubre 25, 2010.-

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