jueves, 17 de noviembre de 2011

IMÁGENES DE LA DECADENCIA || Nadie al timón | Cultura | elmundo.es

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Nadie al timón

Sesión en Estrasburgo, el pasado octubre. | Efe Sesión en Estrasburgo, el pasado octubre. | Efe
Jana es cámara de una cadena de televisión. Está destacada en la corresponsalía ante la Unión Europea, y esa mañana, la del 16 de noviembre de 2011, le toca cubrir el pleno de la Eurocámara. La situación es de emergencia. Doce de los 17 países del euro son víctimas de ataques especulativos que han colocado la prima de riesgo de su deuda soberana en subida libre. Varios de ellos ya la tienen degradada al nivel de bonos basura. Dos o tres están a punto. Y la 'triple A', para algunos de los que la conservan, ya no es más que un transitorio y excepcional gesto de compasión de las agencias de calificación.

Lo malo, como ha aprendido Jana, pese a su falta de formación económica específica, es que estas magnitudes, puramente financieras, acaban pasando una factura bien real. Que le pregunten a cualquier griego por lo que le llega en el recibo de la luz.
Un sujeto que auspicia una guerra desastrosa y otro que se exhibe en pantalón corto no podrían presidir ni su escalera. Y ahí están
Ante el parlamento comparecen los presidentes. Porque no será por falta de ellos por lo que la UE no funciona. Tiene dos, uno de pelo castaño y otro de pelo blanco. Uno con tupé y el otro calvo. Uno de lengua sajona y otro de lengua latina. Uno simpático y expansivo y el otro más soso que un cocido sin huesos.
Los dos elevan sus informes. El del tupé, el latino, insiste con su habitual energía en una serie de conceptos supuestamente fundamentales e irrenunciables que es necesario afrontar de forma impostergable para que la Unión sostenga su cohesión, sus ambiciones, su papel en el mundo, blablablá. El otro, el calvo, se enreda en su habitual dialéctica confusa, de la que resulta bastante difícil extraer alguna conclusión. Jana, por más que lo intenta, y aunque eso sea cosa del redactor, se confiesa incapaz de sacar de la perorata del eurolíder una sola frase que sirva como titular susceptible de atraer la atención de los televidentes.
Lo que se les suele ocultar a los europeos es que esos discursos se sueltan ante una cámara clamorosamente vací
Jana recuerda una foto de cada uno. La que se hizo el del tupé hace ahora de ocho años, como anfitrión en una isla del Atlántico de tres tipos que se confabularon para lanzar una guerra falaz y fallida que acabó costando 100.000 muertos, la mayoría de ellos civiles. Y la que se hizo el calvo para colgarla en su Facebook, durante unas vacaciones, en pantalones cortos, con las huesudas rodillas al aire. La foto que circuló por todos los medios cuando lo nombraron y todo el mundo se preguntó quién demonios era aquel individuo y para averiguarlo, cómo no, lo buscaron en las redes sociales. Un sujeto que auspicia una guerra desastrosa y otro que se exhibe en pantalón corto no podrían presidir ni su escalera. Y ahí están, copresidiendo la que aspira a ser una potencia económica de primer orden. ¿O no será que todo es un paripé, un camelo, una cámara oculta?

Lo que se les suele ocultar a los europeos es que esos discursos se sueltan ante una cámara clamorosamente vacía, con apenas unas decenas de los muchos cientos de eurodiputados elegidos y mantenidos, con generosidad, por los ciudadanos. Jana, desde el remoto gallinero donde está colocada, junto a los demás cámaras de televisión, decide hacer un travelling que atestigue la nada, el timón que no sujeta nadie, y montarlo en la pieza que ilustrará la información. Así es: mientras el barco se hunde, los capitanes no están a bordo y delegan en dos contramaestres sin carisma a quienes ningún marinero, ni siquiera el más borracho, escucha ni presta la menor atención.

Jana se sabe demasiado insignificante para arreglar nada. Pero esa noche, cuando se va a dormir, siente que ha cumplido con un deber. Cuando el buque se vaya a pique, nadie podrá decir que no vio el arrecife, la vía de agua, el iceberg. Allí estaba ella, para mostrarlo. Y lo mostró. Una inmensa sala vacía, la metáfora ominosa de un continente sin alma ni agallas.
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el dispreciau dice: sin palabras, las imágenes de la decadencia están a la vista de quien quiera verlas, de allí que el que tenga oídos... que oiga (si quiere)... y si no quiere, y tampoco le interesa, se transformará en una víctima más de la incipiente Revolución Francesa que ya asoma por todos los horizontes del planeta humano, sin que los poderes se dignen a darse cuenta. Es bueno, muy bueno, ser insignificante porque ello abre la posibilidad de "darse cuenta"... antes del instante final. Noviembre 17, 2011.-

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