domingo, 16 de septiembre de 2012

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Ganar la guerra de clases | Cultura | EL PAÍS

EL LIBRO DE LA SEMANA

Ganar la guerra de clases

La desigualdad es hoy más amplia que antes de la Gran Depresión

El Nobel Joseph Stiglitz analiza la ruptura del pacto social que durante medio siglo ha neutralizado las tensiones

 


Imaginechina / Corbis
El precio de la desigualdad
Joseph E. Stiglitz
Traducción de Alejandro Pradera
Taurus. Madrid, 2012
498 páginas. 20 euros (electrónico: 9,99)

En muchos lugares del mundo desarrollado, especialmente en Estados Unidos, no se han conocido desde el periodo previo a la Gran Depresión niveles tales de desigualdad como los de la primera docena de años del siglo XXI. En este aspecto, el planeta parece haber hecho un lamentable viaje de ida y vuelta, como si no hubiera comprendido del todo los males a que dan lugar las sociedades demasiado divididas, demasiado polarizadas. Desde principios de los años ochenta, con la hegemonía de la revolución conservadora, los ricos han ido haciéndose riquísimos, mientras que los pobres y los menos pobres sobrevivían. Al llegar la Gran Recesión, desde el año 2007, los extremos continúan igual (ricos y pobres), pero ha emergido un fenómeno nuevo: las clases medias se están demediando y con mucha rapidez una parte de las mismas está formando parte de los ejércitos de reserva de los desocupados y pauperizándose. De ahí lo que reza el subtítulo del último libro del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz: “El 1% de la población tiene lo que el 99% necesita”.

Los datos corroboran esta realidad, aunque muchas veces sorprendan. Decía Mark Twain que “los ricos son diferentes de ti y de mí”. A los que están arriba en la escala social les resulta difícil imaginar cómo es la vida de los de abajo y, cada vez más, de los del medio. No valoran del todo la distancia social, mientras que el resto subraya con tinta indeleble la llamada “renta relativa” y la privación relativa: lo que cuenta para la sensación de bienestar de un individuo no es solo su renta en términos absolutos sino su renta en relación con los demás, la preocupación por su consumo comparado con el de su vecino, el no ser menos trabajando igual. En definitiva, no quedarse atrás en una distribución cada vez más regresiva de la renta y la riqueza (la desigualdad de patrimonios es aún superior a la desigualdad de rentas).

Y los datos sorprenden por las vivencias distintas que desarrollan los diferentes estratos sociales. Quienes tienen el poder (y la riqueza) lo utilizan para reforzar sus posiciones económicas y políticas o, como mínimo, para mantenerlas, pero también intentan condicionar la forma de pensar, hacer aceptables las diferencias de ingresos que de otra manera resultarían odiosas. En ello juegan un papel central, en muchas ocasiones, los medios de comunicación, cuando no ejercen el “poder compensatorio” del que hablaba Galbraith. Las percepciones siempre han condicionado la realidad. Comprender la forma en que evolucionan las convicciones ha sido siempre un asunto de interés central en la historia intelectual. Las creencias sociales como la economía se diferencian de las ciencias exactas en que las convicciones afectan a la realidad. El multimillonario Warren Buffett lo dijo claro en una de esas sentencias que le caracterizan y no le dan miedo:
“Durante los últimos 20 años ha habido una guerra de clases y mi clase ha vencido”.

Ha sido tal la extensión de la diferencia, el apoderamiento de las rentas de la mayoría, la desnudez cínica de los argumentos, que la cosa ha empezado a cambiar. Hace unos años, con motivo del primer centenario de su existencia, el semanario The Economist, nada sospechoso de veleidades izquierdistas, publicó una serie de artículos con un mensaje común: el mayor enemigo del capitalismo es el capitalista. Por sus abusos.

Ahora, una mayoría de ciudadanos se hace una triple composición indignada: los mercados no funcionan porque no son eficaces ni transparentes; el sistema político no corrige los fallos del mercado; ergo, los sistemas político y económico son injustos. La democracia y la economía de mercado son cuestionadas, y sectores como el financiero (el sistema sanguíneo) y el mercado de trabajo (el sistema nervioso) están afectados por una profunda desconfianza de la mayoría.

Ha sido un economista como Stiglitz, no un filósofo moral, quien ha actualizado las relaciones entre desigualdad y justicia, y desigualdad e ineficacia, lo cual eleva un escalón la fiabilidad de la profesión del economista, tan profundamente deteriorada en esta crisis (no acertó a pronosticar su llegada, o por incapacidad científica o por haber ocultado los datos más relevantes del problema en beneficio de quienes les pagaban). Stiglitz hace un pronóstico inquietante: durante años existió un acuerdo implícito entre la parte alta de la sociedad y el resto: nosotros os proporcionamos empleo y prosperidad y vosotros permitís que nos llevemos nuestras bonificaciones; todos vosotros os lleváis una tajada, aunque nosotros nos llevamos la más grande. Ese acuerdo, que siempre había sido frágil, se ha desmoronado y los ricos se llevan la renta y la riqueza, pero no proporcionan a los demás más que angustia e inseguridad.

Así pues, el sistema político falla tanto como el económico. La gente confiaba en la democracia, tenía fe en que el sistema político iba a funcionar, creía que iba a exigir responsabilidades a quienes habían provocado la crisis para beneficiarse de ella y a reparar rápidamente las averías de la economía. Un lustro largo después del inicio de la Gran Recesión está quedando claro que el sistema político ha fracasado a la hora de evitar las dificultades más lacerantes, de evitar el incremento de la desigualdad, de proteger a los más desfavorecidos, de evitar los abusos.

Ello ha multiplicado la polarización y el desengaño. Stiglitz muestra cómo si las familias pobres que lo están pasando mal aglutinan la simpatía de la mayoría, los de arriba suscitan una indignación creciente. La admiración por la inteligencia de las élites está deviniendo en enfado por su insensibilidad. La frase citada de Buffett podría ser más que retórica.


el dispreciau dice: no es cuestión de libros, tampoco de argumentos políticos y/o económicos, mucho menos lo es de estadísticas, ya que las personas no son (somos) números aunque la clase política así lo entienda...  el desconcierto social está poniendo en evidencia que las pretendidas divisiones, separaciones, aislamientos, no tienen utilidad práctica alguna, tal vez fueron útiles en otra época de los reinos quebrados, pero hoy no tienen cabida. Desde luego, el poder no entiende de razones ya que siempre tuvo las propias, que nada o muy poco tienen que ver con realidad alguna... y así está el mundo... atrapado entre cínicos exhibidos por la clase política humana, y perversos, expresados a través de empresas corporativas que han perdido cualquier sentido social, y sólo permanecen de cara a raros intereses y peores conveniencias. Regresamos a la versión de ayer mismo, el final de la Unión Europea comienza en ESPAÑA... del mismo modo que el final del mundo humano se inicia y concluye en la patraña de la "primavera" árabe... una primavera que suena a infierno creado por conveniencias sectoriales de apoderarse de los esfuerzos ajenos, disfrazando a los musulmanes de terroristas. Dicho juego le costará muy caro a occidente, pero peor aún, será el fin de las corporaciones empresarias fabricando inutilidades con mano de obra barata, y la visión se torna hartante... demasiado, porque las decisiones políticas en la Europa Medieval no guardan razón alguna... ¿para qué salvar un banco si no habrá gentes que depositen en él?... ¿para qué salvar el euro si las gentes se encaminan a no poder disponerlo en forma alguna?... ¿para qué salvar a la UE si la unión es tan ficticia como los intereses de sus partes?... cada quien pretende salvarse como puede, sin darse cuenta que en la Tierra ya nadie podrá salvarse de nada... ya que ése es el precio de la temible globalización inventada por los gobiernos republicanos desde y por los Estados Unidos en el fin del siglo pasado... y nadie midió las consecuencias... y ahora estas se manifiestan con todas sus fuerzas, haciendo saber a sus perversos mentores que le erraron fiero a las apreciaciones. No sirve el populismo... no sirven los reinados... no sirven los principados, mucho menos las colonias, por ende las democracias se han fundido en un océano de contradicciones insoportables para los ciudadanos... y detrás, las repúblicas son mentiras urdidas por la falsas derechas y las peores izquierdas. Demasiadas mentiras... muchas víctimas... escasos victimarios, muchos menos mentores de la tragedia humana de estas horas. Matemáticamente hablando, es fácil y hasta muy simple prever el final en ciernes... desde luego, la soberbia académica que exhiben los medios corporativos asociados a la tragedia humana gestada por la clase política mundial, diluyen las visiones de la inteligencia social y ciudadana, lo cual no impide que esta exista y se manifieste... a pesar de los defensores de las banderas y sus peores fronteras. En dicho contexto, seguir insistiendo con el terrorismo musulmán es agigantar la tragedia... y más aún, seguir insistiendo con recortes indiscriminados sólo asegura que la sociedad humana reaccionará en masa, devorando a los cínicos... algo que ya se aprecia como demasiado cercano, a la vuelta de la esquina podría decirse. El mundo humano es un muestra de inequidades... y todo lo que se hace desde los estados ausentes... es acrecentarlas (inequidades)... de allí que la calamidad se muestre al modo de un tsunami, imparable... Septiembre 16, 2012.-

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