miércoles, 24 de julio de 2013

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Cuando la falta de varón sí es un problema para ser madre >> Mujeres >> Blogs EL PAÍS

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Tenemos diferentes puntos de vista, distintas edades, diversos perfiles. Somos un grupo de periodistas, especialistas y colaboradores coordinado por Ricardo de Querol y Ana Alfageme.

Mujeres

Este espacio nace para contar los cambios que está aportando la mujer a un mundo en transformación, para detectar desigualdades y para albergar debates bajo esta premisa clave: una sociedad desarrollada y libre no puede funcionar si no permite idénticas oportunidades a la mitad de la población.
Hombres y mujeres sois bienvenidos.

Cuando la falta de varón sí es un problema para ser madre

Por: | 24 de julio de 2013
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Protesta ante el Ministerio de Sanidad. / SAMUEL SÁNCHEZ
  ¿Por qué una pareja de hombre y mujer con problemas de fertilidad tiene más derecho que una pareja de lesbianas o una mujer soltera a que se pague su tratamiento de reproducción asistida con fondos públicos?  ¿Por qué el modelo de familia tradicional debe estar por encima de otras opciones? No encontrarán una respuesta a estas dos preguntas básicas -formuladas tras conocerse que el Ministerio de Sanidad planea restringir los tratamientos de reproducción artificial a los casos de esterilidad- en el ordenamiento jurídico español: todos pagamos impuestos, todos tenemos derecho a que nos cubra la medicina pública. La justificacion solo existe en un plano ideológico, aunque la ministra Ana Mato (PP) nos quiera convencer de que hay razones económicas y, sobre todo, científicas. 
"No creo que la falta de varón sea un problema médico", fue la inquietante respuesta que la ministra ofreció a los medios tras la reunión de este martes del Consejo Interterritorial de Salud. “La financiación pública debe ser para la curación”, insistió. 
En el concepto mercantilista de la sanidad que maneja la ministra, no cabe por lo visto que los fondos públicos se dediquen a otra cosa que no sea curar a las personas. Ahora debería explicar públicamente por qué se siguen sufragando las vacunas de los niños -que podrían asumir sus padres, si es que pueden, debe pensar la ministra si es consecuente con sus afirmaciones- o por qué se contempla la cirugía reparadora tras un cáncer, una quemadura grave o un accidente de tráfico (total, si las víctimas ya no están enfermas, para qué mejorarles la vida). Por no hablar de que tampoco están enfermas las mujeres que dan a luz y, sin embargo, se les presta ayuda en el parto. Y no sigo por no dar ideas.
Pero sí quiero pedirle a la ministra que nos explique por qué, si solo se van a contemplar razones médicas, sí tendrán derecho al tratamiento aquellas parejas de hombre y mujer en las que ambos son fértiles pero, por diferentes motivos, son incompatibles y tienen dificultades para tener un hijo juntos. Me atrevo a aventurar que se me dirá que esta es la excepción que confirma la regla.
A nadie se le escapa que las excusas de Ana Mato son meramente ideológicas, aunque ella se empeñe en negarlo. Las prestaciones sanitarias tienen necesariamente que abarcar más cuestiones que la mera cura médica. Y es bien triste que a estas alturas de la democracia aún tengamos que subrayarlo. También que este Gobierno siga trabajando como si los departamentos ministeriales fueran compartimentos estancos: en un país donde la demografía baja de forma disparada, debería ser una obligación de los ministerios fomentar la natalidad. En todas las capas sociales y, sí, a cualquier precio. Entonces, a muy largo plazo, los problemas del Ministerio de Empleo para sufragar las pensiones igual encuentran una solución. O aumentan los españoles susceptibles de pagar impuestos y, por tanto, mejora la Hacienda pública. Como ve, señora Mato, gananamos todos.
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La ministra de Sanidad, Ana Mato, en el Congreso. / ULY MARTÍN
  No valen tampoco las justificaciones económicas, ni los eufemismos pseudocientíficos. Sencillamente, no es creíble que el ministerio justifique esta decisión puramente ideológica -excluir de la maternidad a las familias que, sencillamente, no les gustan- en un ahorro económico. Son muy pocas las mujeres lesbianas o sin pareja que acuden a la sanidad pública para solicitar la reproducción asistida. Las restricciones metodológicas que impone la sanidad pública ya expulsan a muchas mujeres: solo se sufraga un intento y si hay un hijo, la mujer queda excluida. Pero hay otra razones de peso: preservar la intimidad o, simplemente, acelerar el proceso si se está al final de la vida fértil son razones para acudir a la sanidad privada, siempre que se pueda pagar. Por eso, la gran mayoría de las personas acude a la opción de pago: en 2010 el 80% de la fecundación asistida se hizo en centros privados, según la Sociedad Española de Fertilidad.
Mientras, quienes acuden a la sanidad pública para ser madres es porque realmente no tienen medios para pagar un tratamiento privado. Son personas con dificultades para las que, señora Mato, "la falta de varón" sí es un problema. Pero la respuesta de la Administración no puede ser la que sugieren sus palabras: "Vaya a buscarse un varón y, si no quiere, aguántese, que usted lo ha elegido". Porque si eso es todo lo que usted como ministra puede ofrecer, debería darle la misma respuesta a las parejas con problemas de esterilidad: "Vaya a buscarse un hombre (o una mujer) que no tenga estos problemas".
Lo peor de su decisión no es que sea ideológica. Al fin y al cabo, usted es política y es su derecho. Lo peor es que nos quiera convencer de que hay familias mejores que otras. Y con más derechos. La ministra Mato, una vez más, se olvida que no es solo ministra de Sanidad, también debería ejercer la otra cartera de la que es responsable: la igualdad. Ese es también nuestro derecho.

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el dispreciau dice: el mundo mediático propone la "diversidad", pero a la hora de las decisiones aparecen las eternas discriminaciones, detrás se hace uso y abuso de las conveniencias políticas... se le da la derecha y se dan los derechos a parejas de mujeres y otras semejantes de hombres, todo ello buscando repercusión política y conveniencias oportunistas, pero detrás no hay motivos diversos, por ende aparecen las discriminaciones oportunistas comunes a las clases políticas actuales, más atrasadas que las exhibidas por el propio imperio romano. Usar a las gentes no es bueno... usar a los ciudadanos tampoco... mucho menos lo es insultar la inteligencia pública... los estados se deben a las necesidades de las sociedades y de sus componentes, las gentes, cualquiera sea las ideas y las ideologías que los motivan... luego la historia será juez inapelable de las conductas, para bien o para mal, y nadie podrá impedirlo porque la inteligencia social tiene vida propia, y ésta es independiente de cualquier intención política.  El mundo europeo medievalizado, está exhibiendo temibles conductas discriminatorias, que descienden desde Bruselas hacia la sociedad humana, negando lo evidente, que por otra parte es una consecuencia social a muchas cosas que se vienen dando en el seno de las sociedades... las mujeres se sienten mejor con sus pares... y los varones hacen lo propio con los suyos. Luego habrá que analizar los por qué de cada cosa, pero esa es la realidad y punto. El doble mensaje político es hartante, por un lado usa y habilita el lesbianismo, y luego artilugia acciones para condenarlo... y nada distinto ocurre con la homosexualidad... y las personas seguirán siendo tales en sus propias consciencias, a pesar de los estados ausentes y los políticos y las políticas inconsistentes. El concierto aberrante deja en claro que las clases políticas toman ventaja de cualquier cosa que les convenga, pero luego aflora la realidad oculta, y a estas alturas... todo indica que el doble mensaje de las segundas intenciones
no conduce a ningún puerto. Podría decirse que la "inquisición" medieval está vigente... antes quemaba brujas y brujos según la conveniencia de los obispos... hoy frustra a lesbianas y gays condenándolos socialmente... algo anda mal en el "coco" de estos políticos devenidos en mesías de barro. Una vez más, los estados se deben a sus gentes no a las estupideces de sus políticos en uso y abuso del poder. JULIO 24, 2013.- 

OPINIÓN

El agravio ya está hecho

¿Qué derecho conculca el ciudadano que siente atracción por personas de su mismo sexo?


Hay controversias sociales más que comprensibles. La del aborto voluntario, por ejemplo, es una de ellas porque confronta derechos: la libertad de elección de la mujer y la vida de un proyecto de ser humano. Por muy convencido que uno esté sobre el derecho que debe prevalecer, siempre quedará —o debería quedar— el respeto por la opinión contraria de buena fe. Lo difícil es comprender las razones profundas que se esconden detrás de cuestiones en las que no existe tal confrontación de derechos, como la homosexualidad. ¿Qué derecho conculca el ciudadano que siente atracción por personas de su mismo sexo? ¿A quién perjudica el matrimonio homosexual?

Antropológicamente, aparte de la osadía de situarse contra las buenas costumbres de la mayoría, solo encuentro una razón para que persista el estigma: la imposibilidad de procrear. El origen de tanta persecución podría tener relación con esa afrenta contra el bien supremo de la perpetuación de la especie, tan necesaria en las sociedades primitivas carentes de los medios de hoy para combatir la enfermedad y la muerte.

Son razones que están ya fuera de tiempo y de lugar y por eso, afortunadamente, los prejuicios se están deshaciendo como un azucarillo a una velocidad de vértigo. En apenas esta última década una quincena de países ha legalizado el matrimonio homosexual. El último en sumarse a esta corriente ha sido Reino Unido, la semana pasada. España fue, en 2005, uno de los primeros en abrir camino, respondiendo así a los anhelos de una sociedad especialmente abierta a este nuevo tipo de familia.

Pero las resistencias son numantinas. La homosexualidad es un mal bíblico, un insulto a la norma que deploran las religiones con saña y que castigan los regímenes más integristas incluso con la pena capital —todavía hay cinco países que lo hacen—. En un total de 78 países la homosexualidad sigue siendo un delito. Y, a nivel nacional, el Partido Popular se suma a las corrientes homófobas que todavía subsisten, con la Conferencia Episcopal como aliada. El último ataque es la primera propuesta de la ministra de Sanidad, Ana Mato, de restringir los tratamientos de fertilidad a “parejas integradas por mujer y hombre”. Tras las protestas suscitadas, se ha retirado la frase de la discordia, pero la ministra insistió en que los tratamientos con financiación pública serán para mujeres “con problemas médicos” de fertilidad, sean de “él o de ella”.
De esta manera, se sigue lanzando un mensaje discriminatorio para las mujeres solteras y las lesbianas. Así que ahí queda el agravio. Ya está hecho. Uno más. Con estos amagos y medias palabras la base del mensaje es claro: la sospecha se vuelve hacia las solteras y lesbianas, que sin necesidad terapéutica alguna quieren acogerse a unas técnicas no baratas por el mero deseo de ser madres.

Alega la ministra Mato que esta norma sanitaria no es ideológica. Es una línea de defensa interesante porque la ideología es legítima. Un político gestiona lo público en razón de su ideología, de las ideas que le animan y que expone a los ciudadanos para ganar su confianza. El problema del PP español es que sustenta una ideología en cuestiones sociales muy rezagada respecto a la que prima en la sociedad española y, de ser expuesta públicamente, podría pagarlo en las urnas. Eso explicaría el rocambolesco recurso contra el matrimonio homosexual, en el que se enredó en la defensa del origen etimológico de la denominación, en vez de rechazar sencillamente lo que no le gusta. Eso explicaría sus fintas dialécticas para restringir el derecho al aborto voluntario en nombre, se alega, del derecho de las mujeres a tener hijos.

No puede haber argumentos presupuestarios para discriminar a los homosexuales y las solteras en las técnicas de fecundación asistidas porque la demanda es mínima. Lo que sí se conseguirá con esta restricción es dificultar lo que la ciencia hace posible: que los homosexuales tengan hijos naturales. El regreso al statu quo legitimaría la continuación de esa discriminación de base antropológica basada en la infertilidad de facto. Curiosa voltereta. Según los nunca nítidos proyectos de este Gobierno, se pretende impedir abortar a la mujer que no quiere parir y poner dificultades a la que está dispuesta a ser madre con fecundación in vitro si no tiene pareja. ¡Cuánto afán por gobernar en cuestiones tan íntimas!
gcanas@elpais.es
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