sábado, 8 de febrero de 2014

ILUSIONISMO DE UN MUNDO SIN ÉTICAS ▼ ¿Vivir sin ética, vivir sin religión? | Opinión | EL PAÍS

¿Vivir sin ética, vivir sin religión? | Opinión | EL PAÍS



LA CUARTA PÁGINA

¿Vivir sin ética, vivir sin religión?

Estamos ante dos saberes de tono casi melancólico que insinúan frágiles esperanzas que nunca podrán fundamentar plenamente. Desde sus diferencias, ambos buscan, con similar tenacidad, el sentido de la vida





RAQUEL MARÍN


Con más frecuencia de la deseada tuvo que escuchar el filósofo y matemático Bertrand Russell la siguiente pregunta: “¿Qué le parece más importante, la ética o la religión?”. Con su habitual desparpajo y contundencia, dejó caer la siguiente respuesta: “He recorrido bastantes países pertenecientes a diversas culturas; en ninguno de ellos me preguntaron por mi religión, pero en ninguno de esos lugares me permitieron robar, matar, mentir o cometer actos deshonestos”.
De esta forma tan gráfica defendía Russell una tesis a la que dedicó no pocas energías: sin religión se puede vivir; sin ética, no. No será difícil estar de acuerdo con él. Pero probablemente él era consciente de que los mínimos éticos que señala —no matar, no robar, no mentir, no cometer actos deshonestos— nos llegan, también, como legado de grandes espíritus religiosos como Buda, Confucio, Moisés, Jesús o Mahoma. Es decir: la ética y la religión han tendido a darse la mano, a caminar juntas, a aunar esfuerzos. De hecho, el 83% de los seres humanos vincula su quehacer ético con su pertenencia a alguna de las 10.000 religiones existentes en nuestro planeta.
Esta decidida voluntad de cooperación no ha evitado roces y trifulcas entre ética y religión. Hace casi un siglo, en 1915, el filósofo neokantiano Hermann Cohen se propuso zanjar la secular contienda entre ética y religión. Su propuesta fue nítida: la religión tiene que disolverse en la ética. Sería, afirmaba, el mayor timbre de gloria de la religión. Es más: una religión será tanto más verdadera cuanto más capaz sea de inmolarse y desaparecer en la ética. Desembocamos así en la ética como criterio de verdad de la religión, la tesis que ya había anticipado Feuerbach, el crítico más severo de la religión: “La verdadera religión es la ética”.
Sin embargo, tal vez todo sea algo más complejo. Desde luego, la ética no es un mal destino para nada ni para nadie. ¡Bien que añoramos su presencia en el día a día de nuestro país! Pero la religión no aceptará de buen grado su autodisolución en ella. Preferirá continuar siendo su compañera de viaje. En realidad, las dos vienen de muy lejos. Juntas han recorrido difíciles etapas y conocido parecidos vaivenes y zozobras.


Las grandes conquistas éticas de la modernidad se lograron a pesar de la oposición de las iglesias



No es cierto que la ética empiece allí donde termina la religión. Tradicionalmente hemos responsabilizado a la ética del qué debemos hacer y hemos reservado a la religión la tarea de administrar elqué nos cabe esperar; pero es muy probable que tal división de tareas no sea pertinente. Lo que de veras intentaron siempre tanto la ética como la religión fue presentar un cuadro inteligible de la vida sobre la tierra.
Ni la ética trata solo de la rectitud de las acciones humanas, ni la religión se refiere únicamente a la relación de los seres humanos con sus dioses. Ambas apuntan hacia una inteligibilidad más global, más abarcadora. Ambas buscan, con similar tenacidad, el sentido de la vida. Alguien ha dicho que el término esperanza las engloba a las dos. En efecto: quien se atreve a pronunciar la palabra esperanza —“el sueño de un vigilante” la llamó Aristóteles— está hablando, al menos implícitamente, de ética y religión. Estamos ante dos saberes, de tono casi melancólico, que se atreven a insinuar frágiles esperanzas que nunca podrán fundamentar plenamente.
Ni la ética ni la religión se resignan, por ejemplo, a los acabamientos definitivos. “Por dignidad personal” se rebelaba el filósofo marxista E. Bloch contra la sangrante evidencia de que los seres humanos “acabemos igual que el ganado”. Aducía, con enorme vigor antropológico, que en vida había sido diferente del ganado: había escrito libros, por ejemplo. Consideraba, pues, justo que esa diferencia se hiciese también presente más allá de la muerte. Y pedía ayuda a la ética y a la religión, ayuda en forma de esperanza: El principio esperanza es el título de su obra más decisiva. Eso sí: siempre evocó una “esperanza enlutada”, es decir, incierta, frágil. La esperanza “firme” del cristianismo le parecía una desmesura.
“Hay capítulos de la ética”, reconocía Aranguren, el gran maestro de la ética en España, “que no sabría cómo abordar si, de algún modo, no lo hago desde la religión”. Y ponía como ejemplo la solidaridad, a la que consideraba “heredera de la fraternidad cristiana”. Aranguren defendió siempre, como lo hacía Bloch y gran parte de la tradición filosófica occidental, la apertura de la ética a la religión. Esto no significa que ética y religión terminen por identificarse. Es cierto que, probablemente, todas las religiones predican a sus fieles: haz el bien, evita el mal. Todas se atienen a la regla de oro: “Trata a los demás como desees que te traten a ti”. El rabino Hillel condensaba el núcleo ético de todas las religiones en una fórmula tan sencilla como grandiosa: “Sé bueno, hijo mío”. Pero no todo en la religión es ética o moralidad. La actitud religiosa tiene que ver con el misterio, con el sobrecogimiento, con la adoración, con la alabanza, con la entrega.
La apertura de la ética a la religión tampoco significa que la ética no sepa caminar sola a la hora de determinar y fijar los valores morales. La experiencia muestra lo contrario: con frecuencia, las grandes conquistas éticas de la modernidad se lograron a pesar de la oposición frontal de la religión —mejor sería decir de las Iglesias—. La ética es autónoma, no depende de la religión; pero saldrá ganando si acepta los impulsos válidos que esta le ofrezca.
Finalmente, esa apertura no significa que la ética pida a la religión que le preste a su Dios para lograr así una perfecta fundamentación de sus normas. Estos sueños teocéntricos nos quedan lejos. La ética ha aprendido, no sin penalidades, a vivir sin una fundamentación fuerte; sabe que, como tantas otras parcelas importantes de la vida, no puede probar científicamente los cimientos sobre los que se asienta. “Nada digno de probarse puede ser probado ni desprobado” repetía el bueno de Unamuno. La ética y la religión han terminado aprendiendo que, además de lo científico, existe lo significativo. Este último es el único campo en el que ellas pueden lucirse.


La moral que se acuerda de las vidas dañadas y maltrechas puede sellar alianzas con la religión



¿En qué consiste, pues, la apertura de la ética a la religión? Ante todo: existe una ética de la inmediatez que puede ir del brazo de la religión, pero que también se las apaña bien sin ella. Preconiza una justa distribución de la cultura y de los bienes disponibles. Constituye un intento realista de favorecer el equilibrio, la convivencia y el diálogo. Y nunca olvida la utopía de la justicia como revulsivo permanente.
Pero, junto a esta ética de la inmediatez, sobria y atenta a las urgencias inmediatas, existe otra ética, que no sé cómo adjetivar, y que no se limita a procurar la mejor y más justa configuración del presente, sino que pregunta insistentemente por los ya-no-presentes. Vuelve su mirada, con inevitable desasosiego, hacia los que nos precedieron, intentando introducir sentido donde no lo hubo. Es una ética que, además de actuar sobre el presente, medita sobre el pasado de los injustamente tratados por la historia. Se acuerda de las vidas dañadas y maltrechas. Es aquí donde la ética puede sellar alianzas con la religión. La ética siente anhelo por una especie de finitud sanada, evocada por la tradición cristiana, por un posible escenario futuro sin víctimas ni verdugos. La sombría perspectiva de que todo pudiese quedar como ha ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad movió incluso a pensadores no creyentes a postular futuros escenarios de liberación. Unamuno ha tenido muchos seguidores en su deseo de que “nuestro trabajado linaje humano sea algo más que una fatídica procesión de fantasmas que van de la nada a la nada”. Es, tal vez, el momento de recordar a otro grande de la filosofía, Jürgen Habermas, en el impresionante marco de la iglesia de San Pablo en Fráncfort. Lo más inquietante, dijo, es “la irreversibilidad de los sufrimientos del pasado —la injusticia infligida contra personas inocentes, que fueron maltratadas, degradadas y asesinadas— sin que el poder humano pueda repararlo”. Y añadió: “La esperanza perdida de resurrección” se siente a menudo como “un gran vacío”.
La religión espera contra toda esperanza escenarios finales benévolos, salvados; la ética interroga pertinazmente a la religión sobre el fundamento de esa esperanza; la religión, a su vez, remite al misterio, al silencio; y, como la ética también conoce la palabra misterio y sabe de silencios, ambas terminan llevándose bien.
Manuel Fraijó es catedrático de Filosofía de la Religión en la UNED.


el dispreciau dice: el mundo humano llegó hasta aquí transitando éticas... manipuladas, pero éticas al fin, ya que si hubiese sido por las religiones, todos se hubieran exterminado defendiendo inquisiciones, persecuciones, genocidios, holocaustos, aduciendo los beneficios "intangibles" de Dios para con los verdugos... sin tener en cuenta que las religiones pertenecen al ámbito humano, no al de Dios que cobija a la humanidad en su totalidad. Lamentablemente, este mundo humano, esta etapa del mundo de los humanos, ya carece de éticas tanto como de principios filosóficos, habilitando a que cualquier desatino sea justificable, y así proceden los estados políticos ausentes, que además de sus ausencias, han asumido la demencia de atropellar a las evidencias, intentando deformar las realidades para seguir obteniendo provechos de ríos secos, lagunas secas, salares muertos... cuando no hay ética, el orden se vuelve una entelequia, y el caos comienza a ocupar espacios hasta gobernar las ignorancias, imponiéndoles los antojos comunes a los sin sentidos, a las sin razones, que siempre encuentran el argumento prudente para cometer imprudencias, justificándolas, para inmediatamente disimularlas hasta extinguirlas como hechos sociales aberrantes.

El mediatismo que han inventado los ilusionistas del poder, han aturdido al mundo humano, dejándolo vacío de reflexiones, de sentidos, incapaitándolo para diferenciar los sentimientos, y habilitando a la delincuencia a ser "regente" de los miedos y las zozobras sociales de los otros... los prójimos anónimos liberados a sus suertes... cuyas vidas no valen un centavo, porque las de los otros (poderes mediante) pertenecen a la generación de los que se creen inmortales, y con derechos para mentir y despedazar los destinos ajenos, antojadizamente.

No se puede vivir sin ética... sí se puede vivir sin religión, ya que ella constituye un "factor de consciencia", perteneciendo al ámbito del individuo... los estados escudados en las religiones terminan devorados por ellas y sus fundamentalismos, y así sucede desde que el cristianismo se transformó en iglesia de los pobres... cada vez hay más pobres inculpados por los fundamentalismos, perseguidos por ser pobres, para poder despojarlos de lo poco que tienen, y luego generar dádivas que hacen de la compasión una vil mentira del poder eclesiástico... demostrando que la iglesia ha perdido la ética y que ya no guarda siquiera un recuerdo de ella... careciendo, por lo tanto, de una pizca de consciencia para darse cuenta de la calamidad gestada...

Esta humanidad está envuelta en dramas inducidos por la intolerancia y la discriminación que se han disfrazado de éticas para los otros, escudando tras ellas a personas con forma humana, pero cuyas sotanas esconden a diablos pedófilos, violadores, vejadores, asesinos, mafiosos, o simples delincuentes aprendices de brujos que fabrican cajas para lograr asociarse con el poder, en alguna de sus formas... al decir sotanas, vale para las vestimentas de jueces, funcionarios obsecuentes de cualquier poder, el poder político, el otro corporativo, todos cobijados bajo el paraguas económico de las desigualdades incipientes, necesarias y funcionales a la marginación de los "muchos", los anónimos, los desconocidos, aquellos que no tienen voz pero a los que se les reclama el voto, para poder seguir depredando "democráticamente", las voluntades ajenas y los esfuerzos de los prójimos...

El hombre, si quiere perdurar como tal, deberá concertar una alianza con la ética, para inmediatamente concertar una nueva alianza con un Dios universal, independiente de religiones inquisidoras, de falsas compasiones y robadas solidaridades, ya que de lo contrario, se verá enfrentado consigo mismo, devorándose las entrañas hasta diluir el propio destino... eso que justamente, y no por casualidad, está cursando por estas mismas horas. FEBRERO 08, 2014.-

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