jueves, 30 de octubre de 2014

DIARIO DE LOS CONDENADOS ▼ “50.000 niños podrían morir por la crisis alimentaria” | Planeta Futuro | EL PAÍS

“50.000 niños podrían morir por la crisis alimentaria” | Planeta Futuro | EL PAÍS



EN PRIMERA LÍNEA - DIARIO DESDE SUDÁN DEL SUR/3

“50.000 niños podrían morir por la crisis alimentaria”

Tercera entrega del diario de la misión de respuesta rápida de Unicef en una aldea remota del país africano





Una mujer escarba en el terreno para recoger hierbas para alimentar a sus hijos, en Kiech Kuon. / UNICEF
Día tres
Hoy, el trabajo que vinimos a hacer aquí empieza fuerte. Estoy con un equipo de 19 especialistas de Unicef y del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en el pueblo de Kiech Kuon, donde nos quedaremos 10 días con el fin de intentar ayudar a personas que no han tenido acceso a servicios básicos durante meses (enlace a la entrada uno del diario). En el abandonado y saqueado lugar donde se ubica la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), aliada de Unicef sobre el terreno, hemos establecido nuestro “centro de registro civil”.
Las familias hacen cola para ser registradas, en Kiech Kuon, Sudán del Sur. / UNICEF
Estos son los centros operativos de las Misiones de Respuesta Rápida que Unicef y el PMA llevan a cabo en Sudán del Sur. En primer lugar, las familias hacen cola para ser examinadas por un miembro del personal del PMA, que se encargará de recabar la información pertinente y les expedirá una tarjeta azul que usarán para recoger su ración de alimentos, la cual se repartirá desde el aire durante la semana. Posteriormente, cada familia va a la mesa donde la especialista en nutrición de Unicef, Angela Kangori, ha establecido su equipo para dar a los niños suplementos de vitamina A y píldoras antiparasitarias, además de comprobar su estado nutricional colocando una cinta de plástico alrededor de la parte superior del brazo y que funciona con una escala que va del color verde, al amarillo y, finalmente, al rojo.
Después, las familias pasan a la estación del doctor Thomas Lyimo (enlace a la segunda entrada del diario). El especialista sanitario de Unicef supervisará al ajetreado equipo que estará poniendo vacunas contra el sarampión y la poliomielitis. La mayoría de niños no tienen puestas estas vacunas debido al reciente conflicto y los deficientes servicios sanitarios que ya tenían antes del mismo. Luego está la sección para la protección infantil, en la que Geoffrey Kayonde, de la ADRA, coloca una mesa de plástico y realiza entrevistas cortas a niños y madres para descubrir si son víctimas de violencia, si han sido separados de sus padres o si se enfrentan a otros problemas.
Nyadieng Puol explica a las mujeres de la aldea de Kiech Kuon cómo amamantar. / UNICEF
Finalmente, Nyadien Puol se sienta en un tronco caído para hablar con las madres sobre la mejor manera de alimentar a los bebés (se recomienda la lactancia materna durante los primeros seis meses de vida) y sobre cómo mantener a sus hijos y sus hogares en las condiciones higiénicas adecuadas para combatir gérmenes peligrosos.


De inmediato, se ve claramente por qué la población de Sudán del Sur se enfrenta a la peor crisis mundial de seguridad alimentaria de hoy en día. Hay que tener en cuenta que casi un millón de niños necesitarán tratamientos especiales debido a su desnutrición antes de que acabe el año y 50.000 de esos niños podrían morir si no se atienden los llamamientos internacionales que piden financiación.
A veces, pienso que estas cifras son demasiado elevadas y difíciles de abordar. Pues bien, aquí tenemos a dos chicos que pertenecen a ese millón: Duoth and Nyabeth Gatluak. Son mellizos, un chico y una chica nacidos en octubre. Están vestidos con monos a juego en azul y blanco haciendo cola en el centro de registro civil con su madre, Nyayian Lul, y sus cuatro hermanas. El equipo de Angela ha detectado que los mellizos presentan desnutrición y los han sacado de la cola junto con Nyayian para que reciban ayuda especial.
Nyadieng Puol asesora a las mujeres sobre crianza y lactancia. / UNICEF
Como madre, está claro que Nyayian y su marido James, maestro de escuela, están haciendo todo lo posible para ofrecer los mejor a sus hijos. Van bien vestidos con ropa cuidada y limpia, y las chicas más mayores son educadas y sonrientes. Sin embargo, cuando Nyayian habla, rápidamente se puede observar que tiene algún problema. “No tenemos comida adecuada para darles”, dice en voz baja mientras mira a sus hijos jugar. “Encontramos harina de maíz o sorgo en el mercado pero está a tres días de camino y otros tres de vuelta. Además, por cada cuatro sacos de sorgo tenemos que vender una vaca. No tenemos ni dinero ni vacas suficientes. Lo único que podemos darles aparte de eso son plantas o hierbas salvajes que crecen por la zona”.
Al estar rodeado por tierras fértiles inundadas por la luz solar y lluvias regulares, Kiech Kuon deberían ser un lugar relativamente rico. Y lo era, según nos dijo Nyayian. “Antes era un lugar agradable y no teníamos demasiados problemas”, afirma. “Y llegó la guerra. Tuvimos que huir con lo puesto. Al volver, nos habían robado ollas y sartenes e incluso la ropa de cama y las mantas. No es una cuestión de comida, no nos queda ya nada. Y nadie ha venido a ayudarnos durante más de seis meses”.
Escucho historias similares una y otra vez. También está Nyakaka Wal, que tuvo a su hija Nyamut en abril debajo de un árbol junto a un pantano sin ayuda de nadie porque se encontraba en plena huida del conflicto. Hoy en día, dos de sus hijos viven con familiares en un campo de refugiados en la vecina Etiopía.
Los otros dos están aquí con su madre, que no puede alimentarlos más que con plantas salvajes y sangre de vaca tostada. Junto a ellos está Nyayual Nyoak, que sufre ceguera parcial y que tiene que caminar tres días de ida y otros tres de vuelta para comprar alimentos que dar a su familia y, en ocasiones, vadear pantanos que le llegan hasta la cintura para conseguir agua.
También tenemos a Nyaluak Joak, que caminó durante todo un día para ir desde su ciudad hasta el centro de registro civil y que declara que, donde ella vive, al menos pueden comer pescado que capturan con redes en lagos cercanos. Aparte de eso, no hay más alimentos. Mi diario está repleto de historias como estas y solo llevo un día en un pueblo de Sudán del Sur.
Un sanitario administra la vacuna a un niño de la aldea de Kiech Kuon. / UNICEF
Lo que no me entra en la cabeza es que la mayoría de estas madres me hablan entre verdes pastizales y pequeñas parcelas donde las plantas de maíz crecen frondosamente hasta alcanzar una altura de dos metros o más. Parece que nadie debería pasar hambre aquí. Pero todavía quedan unas semanas para recoger la cosecha. Ahora, todas estas personas (millones a lo largo de todo el sur de Sudán) están sufriendo lo que se conoce como la “temporada de hambre”, el período comprendido entre el momento en que se agotan las reservas de alimentos y la recogida de la cosecha. Para dar un giro a esta situación de desnutrición extendida, que mata lentamente a los niños, se necesitan fondos para financiar el trabajo de Unicef, para poder llevar alimentación terapéutica (pasta de cacahuete con un alto contenido en proteínas que se le da a los más afectados) y el del PMA, para que puedan transportar y distribuir por aire productos básicos como harina de maíz y aceite para cocinar.
Por el bien de los mellizos Duoth y Nyabeth, su madre Nyayian, Nyakakay y su bebé Nyamut, Nyayual y Nyaluak, así como el resto de personas que viven en Kiech Kuon o en el resto de Sudán del Sur, solo podemos esperar que no se haga oídos sordos ante estos llamamientos. Ha sido una entrada larga en el diario de un largo y una vez más difícil día. Cuando me dijeron que estas misiones eran “exigentes”, pensé que se referían a las condiciones medioambientales. En realidad, la carga emocional es mucho más dura.
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Este diario se escribió a finales de verano y hasta octubre se han completado 26 misiones conjuntas de respuesta rápida, todas ellas en los estados donde el conflicto se ha extendido y la gente huye. Las misiones han alcanzado a más de 550.000 personas, incluyendo 116.000 niños menores de cinco años. Cuatro misiones están a punto de terminar.

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