martes, 3 de marzo de 2015

MEMORIAS DE LA REVUELTA ► Naty Revuelta, los ojos verdes de la revolución | Internacional | EL PAÍS

Naty Revuelta, los ojos verdes de la revolución | Internacional | EL PAÍS



Naty Revuelta, los ojos verdes de la revolución

Fue amante de Fidel Castro y le ayudó a preparar el asalto al cuartel Moncada



Natalia Revuelta, en su casa de La habana ante un retrato suyo / SVEN CREUTZMANN (CONTACTO)




Natalia Revuelta era una de las mujeres más hermosas de la alta sociedad habanera cuando conoció a Fidel Castro en noviembre de 1952. Fulgencio Batista había dado en marzo un sonoro golpe de Estado, aunque desde antes ya ella militaba en el Partido Ortodoxo, que abanderaba en Cuba la lucha por la justicia social y contra la corrupción política. Naty —así la llamaban sus amigos— estaba casada con el eminente cardiólogo Orlando Fernández y era madre de una hija. Desde el inicio simpatizó con la causa de Castro y aprovechó su posición social para brindarle cobertura. Revuelta trabajaba entonces en la empresa petrolera ESSO, y en la sala de su casa se realizaron numerosas reuniones clandestinas para preparar el asalto al cuartel Moncada, en cuya organización ella colaboró activamente a las órdenes de Castro.
El Moncada era el segundo en importancia del ejército de Batista, y el propósito de la acción armada era provocar un levantamiento popular en Santiago de Cuba y atrincherarse en las cercanas montañas de la Sierra Maestra. El día del asalto, por si las comunicaciones eran cortadas, Natalia tenía la misión de repartir entre políticos y periodistas fiables el Manifiesto a la Nación de Fidel Castro, que contenía el ideario político del movimiento revolucionario.
Natalia Revuelta era una de las mujeres más hermosas de la alta sociedad habanera cuando conoció a Fidel Castro en noviembre de 1952
Tras el fracaso de la acción y el encarcelamiento de los moncadistas en Isla de Pinos, Naty y Castro comenzaron a escribirse desde la cárcel. Una de esas cartas, enviada por confusión por Fidel a su esposa, Mirta Díaz-Balart, provocó una crisis en la pareja y su posterior divorcio. En 1955, tras ser amnistiado y antes de exiliarse en México, Castro vivió un breve pero intenso romance con Naty, y fruto de esa relación nació Alina. El doctor dio a la niña el apellido aunque no era suya, y Castro no supo que era su hija hasta enero de 1959, cuando bajó de Sierra Maestra, pero para entonces las relaciones de Castro con Naty se habían enfriado.
Al triunfo de la revolución el doctor Orlando Fernández se marchó de Cuba llevándose a su hija mayor, Natali. Revuelta y Alina permanecieron en la isla, pero solo muy ocasionalmente tuvieron relación con el líder cubano.
Tras la nacionalización de la petrolera ESSO, Naty empezó a trabajar en el Hospital Nacional de La Habana como jefa de compras. Posteriormente vivió dos años en París y a su regreso entró al Centro Nacional de Investigaciones Científicas, donde trabajó ocho años, hasta que en 1973 pasó al Ministerio de Comercio Exterior, donde se jubiló en 1980. Natalia Revuelta hizo desde entonces, como asesora del Ministerio de Cultura, lo que más le gustaba.
El día del asalto al Moncada, por si las comunicaciones eran cortadas, Natalia tenía la misión de repartir  el Manifiesto a la Nación de Fidel Castro



No había obra de teatro en la ciudad o exposición de arte a la que Natalia Revuelta no acudiese. Su gran cultura y su amistad con los más importantes escritores, poetas y artistas eran conocidas, y en los ambientes diplomáticos su presencia era habitual, pues en sus ojos verdes en cierto modo estaba contenida la historia de la revolución.
Su hija Alina escapó de Cuba en 1993 utilizando un pasaporte falso en una rocambolesca aventura que dio la vuelta al mundo, igual que sus feroces críticas a Castro desde el exilio.
Natalia Revuelta solía decir que de su vida solo se conocían pedacitos, y siempre los mismos. “Quién podría deducir de lo publicado hasta ahora que yo fuera una buena madre, una mujer de trabajo, una revolucionaria sincera”, comentó en una entrevista hace algunos años. Murió el sábado a los 89 años defendiendo a la revolución y a Fidel Castro, de quien solo dijo que “puso su trabajo por encima de su vida personal”. Fue la única crítica —y así de velada— que se le escuchó. No quiso funerales. Por su voluntad, sus cenizas fueron arrojadas al mar.

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