lunes, 21 de diciembre de 2015

CONSTRUIR DIGNIDAD DESDE LA BASURA ▼ Una historia de dignidad y de basura | Planeta Futuro | EL PAÍS

Una historia de dignidad y de basura | Planeta Futuro | EL PAÍS



Una historia de dignidad y de basura

Un proyecto insignia de la cooperación que transformó las vidas de los habitantes del mayor vertedero de la región





Así es un día de Jennifer, quien creció entre desechos y hoy se dedica a su gestión responsable. / GABRIEL PECOT




“Antes no se veían. Eran como sombras moviéndose entre la neblina de polvo y humo que emanaba de las montañas de basura”. José Manuel Mariscal, coordinador de la Cooperación Española en Nicaragua, habla con el entusiasmo y la épica de quien ha sido testigo y partícipe de una enorme transformación social. Al otro lado del muro que rodea el barrio Villa Guadalupe, cerca del lago de Mangua, se levantaba el mayor vertedero a cielo abierto de América Latina, La Chureca. Casi 2000 personas rebuscaban diariamente en ese lugar adonde llegaban sin cribar residuos domésticos, industriales y hasta deshechos hospitalarios y de mataderos. Cuatro millones de metros cúbicos de basura acumulados durante 40 años, a orillas de un lago totalmente contaminado.
“Entre los años 2009 y 2012 que duraron las obras, se logró sellar el vertedero, se construyó una planta de residuos sólidos urbanos (RSU), y una nueva urbanización con viviendas dignas para albergar a la población de La Chureca. Además, la alcaldía, junto con las ONG y otros actores, ofreció alternativas de Educación, Salud, etcétera. En todo ese tiempo vi cómo la tonalidad de la vida de la gente cambiaba del blanco y negro al color”. Villa Guadalupe alberga a 5.000 personas y cuenta con unas infraestructuras modernas, incluido un colegio que financió laAgencia Andaluza de Cooperación, además de una estación de policía y un centro comunitario con una sala para la memoria histórica del lugar. “Para que los niños sepan de dónde venían sus padres”.

Los que no existían

Doña Carmen, de 62 años vivió desde los 30 en La Chureca, y allí crió a sus ocho hijos. Una se murió en el basurero a causa de la tuberculosis. Los otros se fueron independizando. Y ahora ha quedado sola en una de las primeras 258 viviendas que se construyeron gracias al proyecto de desarrollo integral del barrio. De sus años allí, doña Carmen recuerda que comían de todo lo que llegaba en forma de deshechos. “De la leche en mal estado hacíamos cuajada”. Doña Carmen habla rápido, como camina. Suelta frases rotundas como esta: “Me pudo más la pobreza que el amor propio”. Ella recuerda los accidentes constantes de los niños descalzos, y las muertes por accidentes de varios niños al arremolinarse cerca de los camiones.
La Planta de Residuos Solidos Urbanos (RSU) reemplazo el antiguo vertedero de La Chureca, el mayor a cielo abierto de America Latina.
La Planta de Residuos Solidos Urbanos (RSU) reemplazo el antiguo vertedero de La Chureca, el mayor a cielo abierto de America Latina. / GABRIEL PECOT
A doña Carmen le costó creer que fueran a beneficiarla con una vivienda nueva en otro barrio. “¿Por qué iban a darnos una casa nueva si siempre habíamos estado marginados?”. Ahora, ya se queja de la que ayuda alimentaria que le pasa la alcaldía a las personas en su situación es escasa. Y de que hay poca seguridad en las viviendas. Como no cotizó nunca, doña Carmen depende de esa ayuda y de lo que le regalan a veces sus hijos. Sin embargo, el sueño de una casa nueva lo vio más cerca que cuando se hizo el censo.
Una persona clave en el éxito del programa es Elvira Reyes, una socióloga que la Alcaldía de Managua puso al frente de la coordinación del proyecto junto a la Cooperación Española. El proceso, que se consolidó en un tiempo récord, contó con muchísimas dificultades. Había que superar las primeras desconfianzas de varios sectores de la comunidad. “Negociamos con los intermediarios, un grupo de 15 personas que compraban a los ‘churequeros’ y revendían el producto a grandes empresas que reciclaban plástico, aluminio, hierro...”. Mientras se iba sellando el vertedero por sectores, el equipo de la Alcaldía trabajó con los líderes del barrio para que asumieran el proyecto como propio. “El empoderamiento de la población fue fundamental, así como el diálogo con todas las personas que expresaban sus dudas y miedos. No en vano estábamos alterando su medio de vida de los últimos años. Gracias al esfuerzo conjunto con autoridades, ONG y la Cooperación Española se pudo hacer un censo muy preciso y albergar en un nueva urbanización a todas las familias de La Chureca. Y además, ofrecerles uno o dos empleos por familia en la nueva planta de residuos, que actualmente cuenta con más de 500 empleados en dos turnos. Sin embargo, nos encontramos con muchos que ni siquiera estaban inscritos en el registro civil. Simplemente no existían, sin ningún tipo de documento de identidad. Y les acompañamos en la inscripción en el registro civil”.

Historias de resiliencia y amor



Jennifer, de 22 años, es supervisora de higiene y seguridad en la nueva planta de residuos sólidos urbanos (RSU). La mayoría de los operarios a los que atiende para que cumplan los protocolos de seguridad e higiene, se criaron como ella en La Chureca. Mientras habla, en el interior de una de las casas construidas por el proyecto, Carolina, su compañera, le escucha con los ojos muy grandes, y la espalda contra la pared. “Mi casa era una choza. Éramos ocho hermanos y nos peleábamos por dormir en la única cama que había, o en el suelo. Al levantarnos, la nueva pelea era la de saber quién se había orinado. El resto del día, de seis de la mañana a siete de la noche, lo pasaba en el vertedero, casi siempre descalza para sacar apenas 20 pesos (poco más de un dólar de entonces)”. Jennifer cuenta entrecortada los episodios de violencia y abusos que sufrió. Los mayores le robaban lo que conseguía encontrar en la basura. Cuenta que veía jeringuillas y, a veces, niños muertos. Si hay algo que loschurequeros recuerdan son los fetos y los miembros de cuerpos humanos, junto a huesos de vaca y “zopilotes” (una especie de buitre negro). Con un padre alcohólico, y criada con sus tíos, la infancia de Jennifer sólo tenía un día feliz. “Cuando llegaba el Santa Claus Nica”. Un hombre que todos los años se viste de Papá Noel y lleva comida y juguetes a muchos niños pobres de Managua. La Chureca albergaba a los más pobres de un país que suele describirse como el segundo más paupérrimo de América Latina. “Ese día era el único que veía un pollo entero y un juguete. Al día siguiente, otra vez la basura”.
Jennifer pasó por momentos de depresión, drogas… “Sentía que mi vida no tenía sentido”. Pero hace tres años la vida le empezó a cambiar. Se vino a la casa que le concedieron a una de sus hermanas como parte del proyecto. Además entró en la planta de residuos como operaria. Empezó a participar en actividades políticas con el partido del Gobierno, movilizando a jóvenes para acompañar los actos del presidente. Después, le ascendieron a supervisora de seguridad e higiene”. Es la única mujer entre los supervisores. En un entorno muy machista, recibe de vez en cuando comentarios como “¡qué desperdicio de mujer!”, cuando saben su historia con Carolina.
A Jennifer, con la timidez de hablar de ciertas cosas, se le abrillantan los ojos. Le ocurre cuando habla de Carolina. Ella también apareció en su vida por ese tiempo en que todo cambió. “Fue la primera persona que me escuchó de verdad. Ahora yo no sé qué sería de mi vida si no estuviera”. Y Carolina sigue sin decir nada, pero la observa con los ojos abiertos y una medio sonrisa.
A Jennifer le gusta su trabajo y quiere seguir estudiando para especializarse en seguridad e higiene. Cobra unos 50 dólares más que los operarios de la planta, cuyo salario ronda los 200 dólares. No hace planes a largo plazo. Pero le está comprando a su hermana el espacio del garaje. Allí quiere hacer un cuarto propio. “Y lo primero que me compre será una cama graaaaaaaande que pueda decir que es mía”.

De La Chureca a La Churequita y los desafíos

El sábado por la mañana, doña Carmen, va a visitar a una de sus hijas, Lesbia, que después del huracán Mitch, cuando el barrio de La Chureca se inundó, se fue a vivir a un asentamiento llamado Nueva Vida, en Ciudad Sandino, a 20 minutos de Managua. Un lugar donde se reproducen muchos de los viejos problemas de La Chureca: extrema pobreza, inseguridad, y basura sin selección. El marido de Lesbia, de 44 años, trabaja allí actualmente como intermediario (compra a las más de 100 personas que rebuscan en la basura). La Churequita, como se ha bautizado al vertedero, ha ido creciendo con los años y puede convertirse en otra amenaza medioambiental y social con sus 4.000 toneladas de desperdicios mensuales. En el interior de La Churequita, la gente cuenta las mismas historias hoy que las que los vecinos de Villa Guadalupe contaban de un pasado en blanco y negro.
A partir de ahora, el nuevo desafío, según el coordinador de la AECID en Managua, está en que la ciudad necesitará un nuevo vertedero en un plazo de dos a tres años. “Lo ideal sería llegar al modelo de basura cero”. Se tendría que incinerar todo el material de deshecho que sale de la nueva planta de RSU y valorizarlo energéticamente. Eso requiere otra gran inversión. Pero hasta el momento se ha demostrado que sellando un vertedero como La Chureca, y ofreciendo alternativas de educación y empleo no sólo se transforma la vida de las personas sino de una ciudad. De hecho, ahora, junto a la Chureca, se encuentra el único lugar importante de recreación al aire libre de todo Managua.
Para Elvira Reyes, de la Alcaldía de Managua, aún se necesita un cambio más profundo. No se trata sólo de tener infraestructuras nuevas sino de aprender a cuidarlas, de empeñarse en llevar los niños a la escuela, de profundizar en la transformación y llevar este ejemplo a toda la ciudad de Managua.
Aún con todos esos desafíos por delante, sumados a la gestión de los nuevos proyectos de la AECID en el país (Nicaragua es el tercer mayor receptor de ayuda oficial al desarrollo proveniente de España), José Manuel Mariscal describe su labor en el proyecto de La Chureca como un “privilegio; para cualquiera que trabaje en cooperación al desarrollo, esto es lo mejor que puede pasarle: acompañar un proyecto así desde el principio, y ver los resultados y sus efectos en la vida de las personas. No hay cosa más hermosa”.

Rafael. Saber que se puede

G.P.
La primera vez que Rafael supo que tenía una historia grande que contar había cumplido 16 años. Para entonces había perdido a su madre a los 9 años, había pasado por un orfanato en el vecino país de El Salvador, y había regresado con su padre a Nicaragua para vivir y trabajar, junto a 2.000 personas, en el mayor vertedero a cielo abierto de América Latina (La Chureca).
Rafael habla de sí mismo como del protagonista de un relato que quiera que alguien escuche, porque aún no se cree el giro de 360 º C que dio su vida desde la basura. Gracias a la ayuda de una ONG nicaragüense, Fabretto, consiguió terminar los estudios de Primaria de forma acelerada, y empezar la Secundaria. Entonces, dejó de trabajar en la Chureca. Estudió además un curso corto de producción audiovisual y periodismo cívico. A los 16 años contó su historia en un vídeo al que llamó “Kaleydoscopio”.  
Hoy tiene 22 años y repasa el vídeo para recordarse cómo era todo. Con la música de Diego Torres de fondo, “Color esperanza”, la imagen muestra su antigua casa en el vertedero: una pared de tierra, otra de cartón y otra de plástico. El techo cerca del suelo. Sin puertas ni ventanas. Y moscas. Moscas por todos lados, y también alacranes, zorros, etc. A él se le ve en uniforme de camisa blanca y pantalón azul, camino de la escuela, a 5 kilómetros, entre el humo del vertedero y las calles enfangadas. “Cuando llegaba a clase, ya iba hediondo a basura”. Allí quedaron también los recuerdos del cadáver de un amigo destrozado por un camión entre la basura.
Hace tres años, la Cooperación Española y la Alcaldía de Managua hicieron un censo sobre la población que vivía en la Chureca. Rafael y su padre, junto a más de 250 familias, recibieron en propiedad una casa nueva en una urbanización cercana, separada por un muro del antiguo vertedero que fue sellado definitivamente.
“Esa casa es mi orgullo”, vuelve a decir. “Mi habitación tiene un techo en condiciones. Afuera, las calles están adoquinadas, y no hay humo ni polvo, ni moscas, ni mal olor. Psicológicamente ha sido de gran ayuda. La mayoría hemos cambiado hasta los hábitos de higiene en las viviendas nuevas”. Y cita unos versos  de Rubén Darío, el poeta nacional: "Puede una gota de lodo/ sobre un diamante caer/ pero aunque el diamante todo/ se encuentre de fango lleno…”
Ahora Rafael es supervisor de higiene y seguridad en la planta de clasificación de residuos sólidos urbanos (RSU), una de las más modernas de la región, gracias a los esfuerzos del proyecto de desarrollo integral del barrio que comprendía la Chureca. Quiere estudiar periodismo y tener dos hijos. “Pero no ahorita”.
Se casó hace un año con Angélica, de 18 años (todo aquí empieza muy pronto). Con ellos vive también el padre de Rafael. Es de los pocos que habla bien de un padre, entre la población de la Chureca. A Angélica no la conoció en la Chureca. Ella no se crió en la basura. “Pero yo le cuento todo lo que viví allá, detrás del muro. No para que me tenga lástima, sino para que sepa lo que quiero y lo que no quiero que sea mi vida”. Posiblemente Rafael cuenta su historia para que Angélica la lea.

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