martes, 24 de enero de 2017

ENTRE CARBONES || La pena negra | Planeta Futuro | EL PAÍS

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La pena negra

La fotógrafa marfileña Joana Choumali documenta la vida de las mujeres que trabajan con el carbón



Las Palmas de Gran Canaria 
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En 2011 fui a San Pedro para un reportaje. En una vasta extensión de tierra negra como el carbón, vi a cientos de personas dando vueltas alrededor de hornos y chozas con humo. Al fijarme, me di cuenta de que eran, en su mayoría, mujeres". Quiso saber más. Y se puso a ello.
Así describe la fotógrafa Joana Choumali (Abiyán, Costa de Marfil, 1974) su primer encuentro con el universo tenebroso y sofocante de las carboneras que forman parte del paisaje en San Pedro, a unos 350 kilómetros al sudoeste de su ciudad natal, la capital económica de Costa de Marfil. Un universo que la conmovió e inspiró y que acabó convirtiendo en el eje central de su proyecto Sisi Barra (“trabajo de humo”, en lengua bambara). La Fundación Magnum acaba de concederle el Fondo de Emergencia, un premio en colaboración con la Fundación Príncipe Claus, que apoya este año a 18 fotógrafos independientes que llevan a cabo un trabajo personal original sobre temas sociales en 15 países diferentes. Choumali conforma, junto con el ghanés Eric Gyamfi, la representación africana del premio en 2016.
“Es una beca que me permitió completar un trabajo personal. Este premio posibilitó que trabajara con calma, con la ayuda y apoyo tanto financiero como moral que necesitaba. Se trata de un premio prestigioso, por lo que también fue una confirmación de que mi trabajo tenía sentido. Pero lo que de veras espero fervientemente es que esta serie de imágenes ayude a mejorar la vida de estas mujeres”, señala.

El trabajo con el carbón vegetal en San Pedro era una labor exclusivamente masculina, pero las mujeres aprendieron a dejarse el lomo sobre los fuegos

Joana Choumali estudió Artes Gráficas en Casablanca y trabajó como directora artística para una gran agencia publicitaria de Abiyán antes de dedicarse a la fotografía de forma independiente. Sus imágenes se han presentado en varios espacios de Abiyán, como el Instituto Goethe o la Fundación Donwahi. También expuso su trabajo en el Museo Nacional de Bamako en la Bienal de Fotografía de 2012 y en LagosPhoto Festival y las bienales de Casablanca y Ciudad del Cabo entre 2014 y 2016. Sus proyectos la han llevado a pasear su cámara y sus ideas por distintos lugares de Francia, y Londres, Barcelona, Basilea, Ámsterdam, Dakar, Penang, Atlanta, Milán o Nueva York. Colabora, entre otros medios, como Le MondeAfrica Report y Forbes Afrique.
Al conocernos en persona, en una cafetería de su Abiyán natal, Choumali desvela a la vera de una infusión humeante que tiene una teoría para las ciudades, a las que compara con personas: “Abiyán es una mujer madura, en los cincuenta, muy elegante y un poco snob. Todavía parece joven y dinámica. Y además, acaba de hacerse un lifting”, comenta entre risas.
Con la piel del color del dulce de leche y una sonrisa de niña, sin arrugas que la enmarquen, la fotógrafa mantiene una mirada incorrupta, amable, al tiempo que totalmente pendiente de la realidad que le rodea. Esa realidad le asaltó por puro accidente en San Pedro, donde se sitúa el segundo puerto más grande del país, especializado en la exportación de cacao, caucho y madera.

Carbón y mujeres

El trabajo con el carbón vegetal en San Pedro era, al principio, una labor exclusivamente masculina. Sin embargo, ahora los hombres se dedican al comercio de madera y dejan el trabajo más duro a sus compañeras. Estas mujeres se mantuvieron durante años en los márgenes de las carboneras, dedicadas al pequeño comercio y otras labores, pero comenzaron a interesarse en el sector después que Makandjé, la más antigua de ellas y actual presidenta de la asociación de productores de carbón de Parc du Pont, se atreviera a dar el paso de colarse en un entorno agresivo, donde la temporada de lluvias arrasa sin piedad tocones y cenizas, el polvo de la madera se cuela en los pulmones, el calor derrite hasta los pensamientos y el humo cuaja los ojos de lágrimas y sangre.
Sucedió en el año 1998, enfrentándose a la hostilidad abierta de los hombres. No parecía una profesión especialmente salubre ni lucrativa: sin descanso de lunes a viernes, las mujeres aprendieron a dejarse el lomo sobre los fuegos y se habituaron a toser, trasteando entre pilas de madera a medio trabajar y hornos gigantes cubiertos de serrín.
“Makandjé se inició en la producción como asistente y luego, tuvo su propio horno de carbón”, precisa Joana Choumali. “Ha ayudado a cientos de mujeres como ella y la actividad se ha convertido en algo femenino. Es un trabajo agotador en un ambiente hostil. Hay viudas, divorciadas o mujeres que han sido repudiadas. No tienen ninguna cualificación ni otra opción para poder sobrevivir que empezar a trabajar en este campo cuando son muy jóvenes todavía”.
Joana pasó largas veladas acompañando a las carboneras de San Pedro y retratando su vida cotidiana y sus miradas, a veces acusadoras o desesperanzadas y otras veces con la obstinación de la lucha pintada bajo la congestión por el humo. Se centró en cuatro de ellas con diferentes perfiles: Makandjé, de 57 años y la pionera; Awa, de 42 años y la portavoz; Habiba, de 42 años y la ambiciosa, y Maï, La Novia, una adolescente de apenas 16 años. Quiso mostrar diferentes generaciones y aspiraciones a través de esas cuatro historias.
En las imágenes de la fotógrafa, Maï está embarazada de su primer hijo y confiesa que sueña con el matrimonio y el comercio de ropa en el mercado, mientras ayuda a su madre en el negocio del carbón. El padre de su hijo ya está casado y se dedica a conducir una moto-taxi por San Pedro. Ella espera que le financie su nuevo negocio cuando se casen, justo después del nacimiento del bebé.
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Habiba se endeuda para comprar madera y transportarla desde las plantaciones de caucho y hevea de los alrededores de San Pedro hasta los hornos. Desea comprarse un camión para poder mover la madera que le sirve de materia prima y el carbón final. Trabaja en las carboneras desde 2013 y ha logrado contratar ya a ocho personas a tiempo completo. Se la encuentra metida en faena todos los días, desde las 6 de la mañana a las 10 de la noche, y se ha ganado el respeto de hombres y mujeres del sector.
Awa descansa tras una larga jornada laboral, extenuada pero sonriente. No tiene casa propia y se mata a trabajar para mandar dinero a sus cinco hijos. Su marido la abandonó hace años. Ella había ido al instituto y hoy ejerce de portavoz, escribiente y traductora para sus compañeras.
Makandjé, la matriarca, se sienta en el porche delante de su casa con Seiba, su hijo más joven, de 19 años. Él está en el instituto. Casada dos veces, enviudó en ambas ocasiones. Tiene su propia casa en Bardot, un bindonville de San Pedro, y mantiene a su familia, incluidos sus cuatro hijos. Ve en la producción de carbón una forma de empoderamiento financiero de las mujeres.
“Mi proyecto Sisi Barra pone de relieve problemas sociales multidimensionales: educación deficiente, violencia de género y problemas de salud derivados de la exposición al humo”, explica Joana Choumali. “Quería transmitir la vulnerabilidad de las mujeres en este sector y la transmisión de un trabajo precario y de aspiraciones profesionales muy limitadas de las madres a sus hijas. Así, de manera indirecta, también se plantea la cuestión del trabajo infantil”.
Joana se deja atraer por proyectos en los márgenes de la sociedad, como Haabré, protagonizado por el estigma de las escarificaciones tradicionales que marcan la extranjería en una sociedad que ardió en la peligrosa hoguera de la xenofobia durante décadas. En el centro, pero empujadas hacia los márgenes, también están las mujeres. Especialmente las extranjeras. Ellas, que ocupan la mitad del cielo, según Thomas Sankara.
“Hay, sin duda, un vínculo entre Sisi Barra y otras series en las que trabajo, como Resilientes o Awoulaba/Taille Fine, aunque el tratamiento es diferente. Mi proyecto aborda la cuestión de género, la transmisión de una actividad profesional entre las mujeres de varias generaciones, de abuelas a madres y a hijas, la identidad y el África de hoy. También hay esta noción de resistencia de las mujeres a sus desafíos de la vida. Esto, más que nunca, ocupa su espacio en mi trabajo”.
Joana Choumali advierte que el sufrimiento femenino es tangible en el entorno feroz de Parc du Pont, en San Pedro, y considera a las carboneras símbolos de valor, resistencia y resilencia.

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