miércoles, 11 de enero de 2017

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OPINIÓN

Antibióticos: ¿beneficio para la salud o para las farmacéuticas?

La resistencia a estos fármacos produce unas 700.000 muertes al año, pero la industria no tiene incentivos para atajar el problema


Una enfermera limpia a un recién nacido en la maternidad de un hospital de Sierra Leona.
Una enfermera limpia a un recién nacido en la maternidad de un hospital de Sierra Leona.  BANCO MUNDIAL

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Desde el descubrimiento de la penicilina en 1928 hasta la introducción del último de los grandes grupos de antibióticos en los sesenta, la capacidad de la humanidad para combatir las bacterias patógenas fue un motor de transformación. Pero con el tiempo, la cantidad de estos medicamentos con efecto sobre las bacterias ha ido mermando, y algunos patógenos se han vuelto resistentes a todos o casi todos los fármacos conocidos: enfermedades infecciosas que eran tratables se están volviendo mortales otra vez.
Se calcula que la resistencia ya produce unas 700 000 muertes al año, con un costo económico sideral. Conforme esto siga menoscabando nuestra capacidad para tratar el cáncer, hacer transplantes de órganos y colocar prótesis, la cifra no dejará de aumentar.
Muchos factores han contribuido al aumento de la resistencia. Las bacterias pueden reproducirse y mutar con gran rapidez, y son capaces de establecer una especie de Internet genética que permite a ciertos microorganismos patógenos descargar genes de resistencia. Además, la mayoría de los antibióticos son productos naturales de bacterias del suelo, donde puede producirse resistencia en forma natural: por la introducción de antibióticos artificiales a gran escala, las bacterias resistentes se han vuelto las más prevalentes.
Hoy los humanos liberan al ambiente unas 100.000 toneladas de estos productos al año. Si se usaran correctamente para salvar vidas, se podría hacer un análisis de costo‑beneficio razonable. Pero alrededor del 70% se usa para que los animales de granja crezcan un poco más rápido. El otro 30%, para tratamiento de enfermedades en seres humanos, pero a menudo incorrectamente o sin necesidad. Y como una parte sustancial de los fármacos usados pasa al medioambiente con las aguas servidas y el estiércol, las comunidades bacterianas presentes en el suelo, el agua y la vida silvestre también quedan expuestas.
Los humanos liberan al ambiente unas 100.000 toneladas de antibióticos al año. Alrededor del 70% se usa para que los animales de granja crezcan un poco más rápido
Si no se pone fin a este abuso de antibióticos, pronto nos quedaremos sin medicinas para tratar eficazmente las infecciones bacterianas. Y si bien se están dando algunos pasos (el pasado septiembre, desde una reunión de alto nivel de las Naciones Unidas se hicieron propuestas de medidas internacionales), distan de ser los adecuados.
Lo que realmente se necesita es la prohibición internacional inmediata del uso agrícola de antibióticos. Además, hay que revisar y hacer cumplir a rajatabla las normas de uso clínico (a las que hoy la comunidad médica presta muy poca atención). Bastarían estas dos medidas (que pueden sancionar organismos regulatorios oficiales) para reducir el uso de antibióticos casi un 80%, lo que frenaría considerablemente el aumento de la resistencia.
Pero conseguir que los gobiernos implementen esas medidas no será fácil, ya que van en contra de poderosos intereses económicos; el más obvio es la industria farmacéutica, que cada año vende 40.000 millones de dólares en antibióticos. Y aunque las megafarmacéuticas obtienen grandes beneficios del abuso continuo de estos productos, tienen poco interés en el desarrollo de otros nuevos para enfrentar a las bacterias resistentes: las medicinas para enfermedades crónicas y el cáncer son más rentables.
Por eso, las grandes empresas proponen que se apliquen incentivos a la investigación y desarrollo de nuevos antibióticos, por ejemplo extensión de patentes o exenciones impositivas (de lo contrario, deberían cobrar precios altísimos por los nuevos fármacos). Pero esos incentivos serían mucho más cuantiosos que el costo de las actividades reales de I+D, de modo que obrarían como instrumentos para canalizar fondos públicos a manos privadas (las mismas que causaron el problema).
En vez de tantas zanahorias, las sociedades deberían analizar el uso de algunos palos. Propongo una iniciativa que califique a las empresas farmacéuticas según su contribución a resolver el problema de la resistencia a antibióticos; a las que no contribuyan habría que castigarlas con menos ventas. Denomino a mi propuesta Nanbu: no antibiotics, no business (sin antibióticos, no hay ventas).
El esquema Nanbu otorgaría puntos a empresas con sólidos programas de investigación o que tengan nuevos antibióticos en la línea de desarrollo. También ganarían puntos las empresas que no fabriquen o vendan antibióticos con fines agrícolas, o que se nieguen a promover el uso de antibióticos para enfermedades que no los requieren. Las que hagan lo contrario (comercializar antibióticos como “promotores de crecimiento” para el ganado o alentar activamente a los médicos para que los receten) perderán puntos.
Casi todas las farmacéuticas empezarán con puntajes negativos. Pero las calificaciones podrían ajustarse con el tiempo, siempre de acuerdo a la opinión científica fiable de un grupo de expertos independiente, y usarse como criterio para la compra de medicamentos.
Para muchos fármacos importantes hay diversas marcas comerciales de eficacia y seguridad similares. Los clínicos podrían recetar preferentemente las marcas de empresas con altos puntajes y evitar a las otras. Los pacientes podrían alentar ese procedimiento de decisión y hacer lo propio al comprar medicamentos de venta libre. Con el tiempo, la rentabilidad de los antibióticos aumentará conforme las empresas comprometidas vendan mayor cantidad de sus otros medicamentos y la necesidad de costosos incentivos disminuya.
La clave del éxito del esquema Nanbu es garantizar que todo el mundo entienda la amenaza que supone esa resistencia y lo que hay que hacer para combatirla. Esto motivaría a médicos y pacientes a tener en cuenta los puntajes Nanbu al decidir sobre fármacos, y también presionaría a los gobiernos para tomar medidas más contundentes. El uso de campañas de concientización pública para lograr que los gobiernos apliquen medidas necesarias pero difíciles ya funcionó en el pasado (por ejemplo, para promover la sostenibilidad forestal y pesquera).
La concienciación pública fue una de las prioridades destacadas en la reunión de la ONU. Pero para llevar a cabo esa iniciativa global, necesitamos una nueva institución internacional que realmente esté a la altura de la tarea. Una ONG internacional para la implementación del esquema Nanbu podría hacer frente a la naturaleza transnacional de la mayoría de las empresas farmacéuticas y estaría protegida de presiones políticas o cabildeos en el nivel nacional.
Las bacterias resistentes a antibióticos son una amenaza global, que no admite una solución exclusivamente nacional. El mundo debe pensar y actuar para preservar los inmensos beneficios que aportaron los antibióticos a la salud y el bienestar de la humanidad.
Traducción: Esteban Flamini
Carlos F. Amábile-Cuevas es el director de la Fundación Lusara, una institución de investigación privada sin fines de lucro con sede en Ciudad de México.
Copyright: Project Syndicate, 2016. www.project-syndicate.org

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