sábado, 10 de marzo de 2018

Aniversario de la vergüenza | མིང་དོན་མཚུངས་པའི་རང་སྐྱོང་ལྗོངས།

Aniversario de la vergüenza | མིང་དོན་མཚུངས་པའི་རང་སྐྱོང་ལྗོངས།





Aniversario de la vergüenza


lhasamarzo2018
Avenida principal de Lhasa, cerca del Potala, hace unos días.
Sólo quedan cuatro días para el 10 de marzo, día en que cada año se conmemora aquel 1959 en que el pueblo tibetano dijo ¡¡¡BASTA!!! a los abusos y las mentiras de la ocupación militar e ideológica de Mao.
Camiones militares ante el Potala. 1959.
Aquel día que sirvió de detonante para que Su Santidad el Dalai Lama escapase de su país, no escabulléndose como un cobarde, sino cuando ya se oía, se olía y se sentía el terrorifico temblor del bombardeo sobre Lhasa. Los militares chinos ponían pistolas en las manos de los niños y les obligaban a pegarle un tiro en la cabeza a sus abuelos o a sus queridos maestros espirituales. Monjes y monjas eran forzados a fornicar en plena calle. Los detenidos eran paseados por las calles encadenados y con grandes carteles donde todo el mundo pudiera patearles, escupirles y ver sus delitos, siempre falsos y sin ningún derecho legal ni humano en absoluto. Desde entonces y hasta este mismo momento, ser tibetano, ser retenido por cualquier autoridad china en tu propio país, a menudo por “crímenes” como hablar tu propio idioma, practicar tu propia religión, recordar la historia de tu propio país o solicitar educadamente progresos hacia la democracia implican una probabilidad del 100% de ser torturado física y psicológicamente en prisión. Amenazas de encarcelar o asesinar a miembros de tu familia (y no sólo para meter miedo, sino que se cumplen), mujeres esterilizadas con experimentos químicos desconocidos, oídos
Militares chinos humillan a un tibetano. Lhasa, 1958.
reventados, extirpación de ovarios y pechos, piernas destrozadas, heridas abiertas, infecciones graves sin tratar, cánceres que quedan desatendidos, orificios de bala que no se curan, interminables días colgados día y noche boca abajo, o colgando de los pulgares, instrumentos fabricados por el régimen comunista específicamente para torturar en las cárceles, trabajos forzados en labores denigrantes en régimen de esclavitud, reclusión en prisiones-factoría donde se manufacturan sin salario y sin derechos laborales millones y millones de productos que luego el régimen vende a países como España, donde se firman acuerdos comerciales, programas para reforar la amistad con China, y donde cada año se factura una auténtica locura de dinero que en gran medida sale de tibetanos encarcelados en campos de trabajo, sin saber de qué son acusados, sin haber sabido de ningún abogado, sin que sus parientes sepan nada de ellos, siendo amenazados, humillados, torturados, siendo obligados a realizar programas de lavado de cerebro a los que llaman “reeducación patriótica” para aceptar por la fuerza bruta una patria que no es la suya.
Retratos de Mao en el Monasterio de Ramoche (Lhasa).
Y mientras tanto, en España, el gran amigo de China. El país en el que cualquier representante del régimen chino es recibido con los brazos abiertos por más comunista que sea con tal de que venga con millones en el bolsillo. El país cuyo gobierno sigue siendo uno de los pocos en el mundo que jamás le ha dicho ni una sola palabra a China sobre Derechos Humanos. El único país del mundo en el que fue posible abrir una causa judicial internacional para encarcelar a los responsables del genocidio chino contra el pueblo tibetano y cuyo gobierno removió cielo y tierra, primero para arruinarle la carrera al juez Baltasar Garzón, el hombre que sentó las bases legales para poder iniciar el proceso y gracias al cual se pudo sentar en el banquillo a Augusto Pinochet y a un buen número de asesinos nazis argentinos, y segundo para que la causa de un ciudadano hispano-tibetano finalmente quedase en papel mojado.

¿Cómo puede justificarse, comprenderse ni aceptarse que ningún gobierno del mundo se esfuerce en tomar medidas urgentes contra una causa judicial contra criminales asesinos cuyo régimen dictatorial continúa hoy y día negándose a permitir la entrada de periodistas extranjeros, negándose a firmar ningún tratado de Derechos Humanos, negándose a dar explicaciones sobre las escandalosas estadísticas de extracción clandestina de órganos, negándose a acabar con la pena de muerte, mintiendo descaradamente una y otra vez a ojos del mundo entero pretendiendo que el planeta es tonto, y un largo, larguísimo etcétera? Pues podrá ser injustificable, incomprensible e inaceptable, pero ese gobierno que apoya sin miramientos ese régimen es el gobierno de España.
El gobierno de España no habla con los miles de chinos que trabajan día y noche en tiendas de chucherías o estudios de manicura. Todos esos chinos que nos venden cereales caducados, fideos orientales y cachivaches de todo tipo ni siquiera saben qué es Tíbet. Sólo saben que el Dalai Lama es un demonio peligroso pero no porque lo hayan pensado ellos: Sino porque el régimen se lo ha dicho y punto. Se han criado recibiendo propaganda maoísta; es normal… El gobierno español no habla con estas personas. Habla con los grandes representantes del “establishment chino”. Los que tienen el favor de las autoridades chinas en Tíbet. Los que fabrican carreteras llevándose por delante los ríos y por las que apenas conducen tanques. Los que fabrican líneas de tren que comunican China con Tíbet y cuyos únicos viajeros son funcionarios y chinos reubicados para poblar áreas tibetanas, como la propia capital Lhasa, donde la mayor parte de sus habitantes son chinos de etnia han. Los que explotan acuíferos, minas y gigantescas presas totalmente innecesarias en terreno Tibetano.
A quien el gobierno español estrecha las manos, con quien se hace fotos y con quien firma acuerdos comerciales con una sonrisa que no les cabe en la cara, no es con la mujer que vende juguetes peligrosos y de calidad espantosa a la vuelta de la esquina, sino con quienes se lucran de fabricarlos. Con quienes venden en el extranjero banderas de Tíbet en cárceles-factoría donde esa misma bandera está prohibida por el mismo régimen que las fabrica y vende.
-Oiga usted, es que estas personas son las mismas que ordenan a la policía disparar con fuego real contra abuelitas y niños pequeños por decir “Larga vida al Dalai Lama”, las mismas que han diseñado programas de lavado de cerebro, las mismas que están literalmente destrozando todo el ecosistema del que nacen muchos de los ríos más importantes del planeta, las mismas que ordenan que los tibetanos enfermos no sean tratados, los que secuestran a gente para sacarles órganos, los que están provocando que más y más tibetanos estallen de impotencia y desesperación bebiendo gasolina y metiéndose fuego con la esperanza de que el mundo se fije en ellos, los que cada diez años cuentan una historia diferente del paradero de Su Santidad el Panchen Lama, que desde los años 90 sigue siendo el preso político más joven del mundo desde que fue secuestrado junto a su familia cuando tenía cinco añitos, los que han dejado al Premio Nobel de la Paz y ciudadano chino Liu Xiaobo pudrirse de cáncer sólo por opinar que igual una democracia tampoco estaría mal, los que hacen llegar avisos a los tibetanos que salen clandestinamente del país sólo para poder ver de lejos al Dalai Lama un par de días de que vuelvan inmediatamente a sus casas o sus parientes sufrirán las consecuencias, los que cada vez más meses al año prohíben a miles y miles de personas del mundo entero (peregrinos, montañistas, turistas, profesionales…) su derecho fundamental a moverse libremente por el planeta cerrando las fronteras tibetanas a los extranjeros porque no quieren que nadie sea testigo de cómo les llueven los palos a los tibetanos, los que…
-¿Y a mí qué? ¡¿No has visto qué pastón se está sacando del bolsillo?! ¡Feliz año del perro de tierra!
El monasterio de Jokhang, en pleno corazón de Lhasa, totalmente saqueado y destrozado. El mismo año, 1966, se quemaron en plena calle cientos de miles de textos sagrados budistas, muchos de ellos de valor histórico incalculable.
En unos pocos días, como cada 10 de marzo, se conmemora el día en que los tibetanos, probablemente el pueblo más paciente, más pacífico, más compasivo, más amistoso y más sabio del mundo, convirtió su indignación en rebeldía. Una rebeldía que no importa si fue ingenua, si fue tímida, si fue temerosa, si fue desesperada para un pueblo contrario al uso de la fuerza y amante de los modales impecables; Obtuvo por respuesta lo mismo que ahora, casi 60 años después: El más absoluto desprecio, humillación, represión, violencia, control y mentiras.
Y casi 60 años después, ahora igual que entonces, la respuesta de la comunidad internacional sigue siendo la misma: Ninguna.

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